Si están siguiendo la historia desde el principio, podrán entender entonces este capítulo que viene.
...
Su mano se apoya en su pulgar con el algodón húmedo, acariciando suavemente mi labio al limpiarlo. Toda su concentración cae en mi herida, sus ojos no se atreven a encontrarse con los míos. En cambio yo, no puedo separarlos de su rostro. Está serena, pero muy concentrada en no hacerme daño.
La casa está en silencio aparte de la televisión que pasa un partido de fútbol o bien podría ser basquet ball, seguramente nadie está viéndolo.
Los chicos salieron con Ruslán para distraerlo y nos esperan en el Kika Club cuando Lena y yo terminemos de arreglarme. Mi labio abierto y la sangre que ha pasado salpicada en mi camiseta todo el día, no son la mejor forma de olvidarse de la violencia intrafamiliar.
Los papás de Lena deben estar discutiendo en el jardín la nueva situación a la que se enfrentan. Ruslán vivirá aquí por lo que entendí de aquella discusión. ¿Qué fue lo que pasó? Aún no tengo idea, Lena informó a todos los que estaban presentes ese momento, que me traería al baño para ayudarme a asearme y me jaló de la mano hasta el segundo piso. No ha pronunciado palabra desde que entramos aquí y se ausentó unos minutos para acordar con Aleksey, Vladimir y Ruslán vernos más tarde. Desde entonces, el silencio nos acompaña.
Ella saca un nuevo algodón del frasco y lo humedece ligeramente abriendo la llave de agua del lavabo a mis espaldas. Yo sigo sentada en el mueble, mirándola. Esta vez no lo repasa sobre mis labios, tan solo ejerce presión y suspira. Si yo hablo voy a destruir sus esfuerzos por curarme, la herida se abrirá de nuevo, así que me callo. Lo único que se hace presente es nuestra respiración.
"No fue buena idea venir, no quiere hablar con nosotras".
"Deberíamos irnos. También podemos hacer esto solas".
"Sí, dile que gracias y vámonos".
Cálmense, ¿sí? Denle tiempo, ya hablará.
"Nos está ignorando; comienza a doler".
Lo sé. Han pasado por lo menos diez minutos y ni una sola palabra.
Ella no nos quería aquí, tienen razón. Y yo vine, sin pensar en lo que dijo, ella nos llamaría. Fui torpe... no debí venir.
"Estabas preocupada y tienes las fotos".
"Dile gracias, deja el sobre y vámonos".
"No, escríbele la carta y mándale las fotos luego. Ahora baja del mueble y vamos al hotel. Mamá debe estar preocupada".
"Que importa mamá. Vámonos de fiesta, igual nos va a cachetear, lleguemos ahora o mañana".
—¿Duele? —me susurra.
Abro mis ojos —no recuerdo cuando los cerré—, la veo entre una visión borrosa. Genial, estamos llorando, otra vez.
Niego tan ligero que creo no haberme hecho entender.
—Solo espera un minuto más, el sangrado debe parar y podemos hablar, ¿te parece?
"¡Locas todas! No decía nada porque no quería que hablemos, obvio. Se merece una piña colada, ¡saquémosla de fiesta!"
Río por ese comentario interno y ahora sí duele. Lena ya no hace presión en mi labio, busca un pañuelo de papel y me ayuda limpiando mis lágrimas. Me mira con cariño y preocupación.
—¿Hace cuánto que te hace esto tu mamá?
—¿Por qué supones que fue ella? Me caí de cara y...
—Sí, seguro. Porque cuando te caes de esa manera solo te rompes el labio. Las mejillas no se lastiman, ni los ojos, ni se raja la piel, solo el labio y de un solo lado, con un corte que lo hizo claramente un anillo, yep —me resume—. ¿Desde cuándo?
—Desde que llegamos a Moscú...
—Hmm, lo suponía. No debí besarte en el aeropuerto, tu mamá debe odiarme.
—Un poco.
—¿Por qué estás inventando excusas por ella? ¿Por qué no has hablado con tu papá al respecto?
—Mamá no entiende como manejar su frustración. No la meteré en problemas por algo que yo misma causé.
Alza sus cejas hasta el cielo y se detiene fría, mirándome, analizando mis facciones para saber si estoy soltando un comentario sarcástico o de verdad digo lo que pienso. Se sorprende al darse cuenta de que es así.
—Dime que no esperarás que te deje muerta para hacer algo —me dice en un tono desafiante, está molesta.
—Mamá no llegará a ese extremo...
—Eso mismo pensaba Ruslán, hasta que hace un poco más de dos semanas llegó a esta casa del brazo de Aleksey, tan golpeado, que papá creyó que una pandilla le había caído encima cuando lo vio.
—¿Su papá? —le pregunto recordando lo que sucedió con la bicicleta. Aleksey creía que lo habían golpeado en su casa, Lena me lo dijo también, Sergey pensaba que alguien abusaba de él por la nota anónima que dejaron en la comisaría de policía.
—Su mamá —me responde, dejándome fría—. Ruslán no quiso defenderse para no hacerle daño. Ella lo descubrió con un chico en su casa, no le agradó la noticia, así que se descargó contra él. Y no es que su papá nunca le puso un dedo encima, pero la que más le hizo daño fue ella.
Conozco a sus padres, su mamá no es más alta que él. No la imagino levantándole la mano, pero una vez más, aquí está mi labio para recordarme que no hace falta ser un gigante.
—Papá amenazó con demandarla esa noche si no lo dejaban en paz. Ruslán regresó bajo la promesa de que hablarían e irían a un psicólogo como familia, lo que nunca sucedió y hace unos días vino con el ojo morado... ¿Lo notaste?
—Un poco, sí.
—Papá introdujo la demanda al día siguiente y lo designaron como guardián temporal. Está viviendo en el cuarto de huéspedes desde entonces. Su papá vino a exigir que se quite la demanda, que Ruslán vuelva a su casa. Papá se negó, lo demás lo viste.
—Es... ¿por eso que no me llamaste?
Suspira amplio antes de contestarme y asiente. Le toma unos segundos encontrar las palabras que quiere decir.
—En gran parte, sí —me dice y baja la mirada a mis manos. Las junta con las suyas y sonríe al entrelazar nuestros dedos—. Ruslán es muuuy intenso, ¿sabes? Y además, las tareas, los exámenes, en fin. Lo siento, debí hablarte, pero... no quería hablar con nadie.
—Entiendo.
—No... quiero excusarme. Es tan solo que ver a mi amigo tan golpeado por tener los papás que le tocaron, me pegó muy duro.
—¿Por qué? No puedes hacer nada al respecto.
—Recuerdas la carta que te mandé, ¿la leíste, no?
—Claro que lo hice, te lo dije el día que hablamos.
—Cierto, es verdad, lo mencionaste y me agradeciste el disco... Emm, pues...
—¿Te sientes culpable?
—Hmm... —Exhala con una triste sonrisa—. Me conoces muy bien.
—Algo... un poquito nada más —bromeo, Lena regresa a verme unos segundos y baja la mirada jugando nuevamente con nuestras manos.
—¿Sabes lo que se siente ser la hija de un presunto asesino, nada menos que de tu propia madre, y tener la suerte de haber terminado con dos papás que te dicen que te aman todos los días sin importar qué hagas, quién seas, de dónde vengas, y al mismo tiempo ver a mis amigos golpeados por la gente que más debería protegerlos? ¿Qué hice yo de bueno para tener esa suerte? ¿Por qué yo? Tu lo mereces más, Ruslán lo merece más.
—No es verdad...
—Lo es.
—No, Lena. Tú no tienes por qué cargar las cruces de tus padres, ni tampoco Ruslán y yo las de los nuestros —le explico—. Tú, más que nadie, mereces a Inessa y a Sergey. A Katia la pueden tirar por la ventana.
—Tonta... —me dice con una sonrisa formada en sus labios—. ¿Por qué no me contaste lo que tu mamá te estaba haciendo?
—Dijiste que me llamarías.
—Pudiste llamarme tú...
"¿Ves? Ade tenía razón cuando dijo está esperando que tomes la iniciativa".
—No quería presionarte... Lena..., yo, de verdad, lamento lo que pasó. Fui muy infantil.
—No. Te lo dije esa noche, estabas en tu derecho. Además, ya no importa.
Asiento apretando mis dedos contra los suyos. Se siente tan bien tenerla así.
—¿Vamos por una hamburguesa? ¿Alitas búfalo? ¿Papas fritas? —me sugiere con entusiasmo, eso solo quiere decir que muere de hambre.
—En realidad quisiera hablar sobre... nosotras.
—Sí, lo imagino, yo también, pero no he probado bocado todo el día aparte de un café que tomé en la tarde —me cuenta. Eso explica qué hacía en la cafetería—. No estoy tratando de evadir la conversación, por si... crees eso.
—No, está bien, vamos a comer antes que tu estómago te coma por dentro y dejes de existir.
—No estoy tan flaca, exageras. ¿Hablamos al regresar?
—Ya será tarde.
—Sí, ¿pero te quedarás a dormir, no? —me pregunta suponiendo que es lo más lógico
—Mamá no encontrará eso muy apropiado, debería regresar al hotel y no indisponerla más.
—¡No puedes regresar con ella!
—Sé que tienes miedo por lo que sucedió con Ruslán...
—¡Tienes el labio roto, roto de si se vuelve a abrir habrá que llevarte al hospital para que te den unas puntadas, así de roto!
—Tranquila, no me hará nada, y si lo hace vendré directo aquí.
—Yulia... quédate, por favor.
Se acuerdan del gato con botas... Lena, justo ahora, la gata con botas.
—Déjame llamarla, ¿okey? Veremos qué dice.
—Dile que vamos a comer nada más y luego le mandas un mensaje diciendo que se hizo tarde y pasarás la noche.
—Y ella vendrá a buscarme y me sacará de aquí de un grito.
—Papá no la dejará.
—¿Acaso Sergey va a ponerse un centro de menores agredidos? —pregunto con sarcasmo. La solución a todo no es que alguien ponga un juicio a cada padre que no sabe manejar una circunstancia especial. Y el caso de Ruslán es distinto al mío—. Mejor hablo con ella en calma, y para hacerlo, prefiero no alterarla.
—Okey —su cara triste dibuja sus labios caídos—, pero al menos...
Me analiza, fijándose una vez más en mi corte. Sus manos se sueltan de las mías y pronto las siento sobre mis mejillas acariciándome tan suave que un escalofrío me recorre por el cuello, mis ojos se cierran y siento sus labios tibios sobre los míos. En este instante no me importa el dolor o si después deberé buscar aguja e hilo para arreglar lo que estoy por hacer. Abro mi boca buscando aprisionar la suya. Su lengua se acerca húmeda; es tan dulce y tersa. Mis manos la aprisionan por la cintura, acercándola más a mi cuerpo. Lena salta al sentir mi yeso tocar su piel, ya no recuerdo qué se siente no tenerlo.
—Se abrió tu labio —me susurra muy cerca—. Sabes a hierro.
—Y tú a fresas con crema...
—Es el chicle —me informa y se aleja para dejarme bajar del mueble. De la mano me guía a la puerta y se detiene—. Por si te quedaron dudas, la conversación pendiente irá en la línea de cómo vamos a hacer funcionar una relación a larga distancia, ¿entendido?
Le sonrío provocando otro sangrado, pero no importa. Aprieto mi dedo sobre la herida y la sigo hasta los escalones donde, antes de bajar, la jalo a mi cuerpo, la abrazo por la espalda, dejándole un beso corto en su hombro desnudo.
"¡Creo que ya tenemos novia! ¡Todas a festejar!"
Así que seré buena....
*****
Me esperaba algo parecido a esa conversación. Ella y yo en el auto rentado después de que pasara a buscarme por la casa de Lena y sacarme de ahí a la fuerza, no física, pero para evitar una discusión salí apenas vi su mirada llena de reprimendas. Más no fue para nada lo que pensaba que sucedería.
—Estás muy lastimada, iremos al hospital.
—No hace falta.
—Sigue sangrando, hace falta —repitió y arrancó en camino a la sala de emergencias.
—Mañana debo ir a que me quiten el yeso, pueden curarlo entonces —le comenté intentando evitarle un mal momento, pero su inestabilidad emocional se hizo presente en un grito.
—¡Iremos ahora!
No le contesté, daba lo mismo si me revisaban esa noche o al día siguiente. ¿Qué sacaba iniciando otra pelea?
—Lo lamento, no debí exaltarme —se disculpó mientras el auto se detenía lentamente frente al semáforo en rojo.
Regresé a ver al volante, sus manos lo agarraban con fuerza para no soltarlo, temblaban. No quise mirarla directamente y exponer su vulnerabilidad, no hacía falta de todas formas, su reflejo en el parabrisas me mostró su preocupación.
—Hablé con tu papá en la mañana... cuando saliste del hotel.
Pensé que lo que seguiría sería un reclamo por haberle mentido. No me encontré con él durante todo el día, tampoco con el posible comprador de mi auto. Decidí no verme con nadie, no quería que mi labio roto e inflamado fuese motivo de preocupación. Mi interés principal era proteger a mamá; lo hablaríamos y resolveríamos todo su debido momento.
—Oleg buscará un departamento en Moscú para ti.
—¿Perdón? —pregunté, creí haber escuchado mal. Un departamento, ¿para mí? ¿Para qué?
—Tu papá te rentará una suite en Moscú. Te mudarás de casa cuando regresemos.
—Yo no le pedí eso. Ni siquiera hablé con él, yo... no voy a irme de casa, mamá.
—Lo harás.
—¡No! No voy a dejarte sola, no hace falta. Hoy tuvimos una discusión, ya pasó, lo arreglamos y listo.
—¡Mira tu cara! —gritó, nuevamente perdiendo el control de sus emociones. Apretó el volante con más fuerza y exhaló todo lo que tenía atrapado en sus pulmones. Tuvo que respirar varias veces antes de volver a hablar—. Yo te hice eso, yo te lastimé...
—Fue un error...
—¡No, no lo fue! —me interrumpió—. Quería callarte, no quería que siguieras diciéndome verdades que no estaba dispuesta a aceptar y te golpeé. Como tú ya lo dijiste, se me está haciendo costumbre y no quiero que vuelva a suceder. Si te quedas conmigo pasará, así que te irás —me informó—. Te mudarás, estaremos en la misma ciudad, pero vivirás por tu cuenta.
—¡¿No te parece que yo tengo una opinión en todo esto?! ¿Qué tal si no quiero vivir sola, eh? ¡¿Pensaron en eso?!
—Estarás bien, cuidada, tu papá dispondrá más dinero en la cuenta del banco para tus gastos y si algo te falta estaré cerca.
—Pero lejos.
—Estarás más segura así.
—Claro, alejada de mi madre por siempre. Segurísima.
¿Qué sacaba ella de todo esto? ¿Qué pretendía? ¿Me insistió tanto para que me fuese con ella y ahora me aleja por mi propio bien?
Me crucé de brazos, concentrada en las luces rojas de los vehículos delante del nuestro. No entendía su decisión, ¿acaso me había convertido en el juguete de mis padres o es tanto el asco que siente por lo que ahora soy?
—Ya hice una cita con un psicólogo cuando regresemos. Iré a terapia... iremos juntas si así lo prefieres, resolveremos esto. Yo trabajaré en mi rechazo hacia tu nueva realidad, en mi... intolerancia. Esto es lo mejor.
Sonaba sincera, dispuesta a arreglar lo que se quebró durante este tiempo, pero su discurso no tenía sentido, no me aliviaba. Su solución era huir, huir como una cobarde; aislarme, como si necesitaran ponerme en cuarentena para curarme.
Mi enojo crecía con cada palabra —que consideré como excusa para hacerme a un lado— y un estrujón en la garganta comenzó a quemarme. Quería gritar y golpearlo todo hasta que mis manos sangraran, quería desahogarme, hacer un berrinche, quería regresar todos esos meses y volver a la normalidad. Apreté con tanta fuerza mi mandíbula que la tensión en mi cara comenzó a doler.
Segundos después mis lagrimas tocaron mis labios y un ardor eminente llegó a mi herida.
Estaba tan harta de llorar, de no poder controlarme emocionalmente, de ver como mi vida seguía desmoronándose y solté mi cinturón. Aproveché que el semáforo cambiaba a verde y bajé estrepitosamente del auto lanzando la puerta, sorteando mi suerte entre los autos que no dejaban de pitar por mi imprudencia. Mamá bajó sin separarse de la puerta y me llamó a gritos, mas yo continué sin dar vuelta atrás, corrí por la acera hasta desaparecer por la esquina y me metí en un callejón que se me hizo familiar. Tantas noches pasé por ahí en camino a mi casa, salía de ver a quien solía llamar mi mejor amigo, quien por un par de años fue mi novio, Aleksey.
Traté de tranquilizarme antes de llegar a su puerta, ni siquiera estaba segura de querer verlo por segunda vez esa noche. Hace unas horas habíamos compartido un rato con Ruslán y Vova en el Kika Club, evitando continuamente los silencios, las miradas, las preguntas evidentes cuando me vio de la mano de Lena.
Mi teléfono comenzó a prenderse con una vibración constante, lo dejaba callarse solo sin contestar, era mamá. Tres segundos después volvía a repetirse; terminé apagándolo, no quería hablar con ella, o para ser precisa escucharla.
Me senté al borde de la vereda de enfrente y encendí el último de mis cigarrillos.
Todo el escenario se me hizo tan lejano, extraño. Solía venir a su casa casi cada noche. Allí dejé muchas de mis primeras veces, allí reí, lloré, grité, volví a reír. Sin importar cómo terminamos, no todo fue malo.
¿Por qué la vida no podía mantenerse así, en esa línea, cuando todo era simple, perfecto, cuando mi preocupación más grande era molestar a Lena al siguiente día?
¿Qué pensaría ella de verme allí? Creería que la estaba traicionando. Que no quería contarle lo que mamá decidió por mí... pero era así, no quería. No tenía duda de que me diría: «Bien, me alegra. Es lo mejor». Pero Lena no vivió semanas sin tener respuestas a un saludo, completamente sola, ella no sintió el rechazo, ella no sabe como duele entrar en una habitación y ver a la persona que más quieres salir para no estar contigo. Ella no entiende nada de mi situación y yo no quiero su felicidad por este resultado ahora.
—Dime que no trajiste más cigarrillos o podrían pasar horas antes de que te atrevas a entrar.
Ya no sabía ni donde estaba mi cabeza, probablemente la había extraviado mientras observaba los gránulos del asfalto, no vi cuando se acercó a mí.
—Es el único —le confirmé. Aleksey se sentó a mi lado y me lo quitó de las manos, fumándose la última pitada que quedaba y lo lanzó a media calle. Sus cenizas color naranja saltaron al rebotar en el piso.
—Quisiera decir que te ves bien, pero te he visto mejor.
Sonreí a mis adentros pensando en que todo tiempo con él fue mejor, hasta cuando todo estaba mal.
La vida es una ironía.
—No te imaginé nunca con Lena... No en mal plan —se corrigió precavido—, solo no lo esperaba.
—Yo tampoco esperaba enamorarme de ella tan pronto.
—¿Enamorada? —preguntó retóricamente—, vaya...
—Yep.
—Pues, a mí me gusta la idea. Aunque ambas me odien, las vi felices hoy y fue agradable.
—¿Crees que hacemos buena pareja?
—¿Mejor que nosotros? Sí, y digamos que no nos fue tan mal un tiempo.
—Un buen tiempo —concordé—. ¿Entonces, te gustamos juntas?
—Se ven muy bien.
—¿Cómo te va con... tu nueva novia? —le pregunté más por amabilidad que por interés. No me importaba cómo estaba la flaca con la que me puso los cuernos.
—Tanya, bien.
—Tanya, ese era su nombre.
Lo recordaba, solo jugué a hacerme la idiota.
—Dime algo, cuando arruinaron mi casa, ¿ya estaban juntas?
Reí regresando a ver a la casa tan limpia. Sí que hicimos un desastre ese día. Lindos recuerdos.
—No, aún no. Pasó mucho después.
—¿Cuáles son las probabilidades de que dos de tus tres amigas sean bisexuales y uno de tus amigos homosexual? Digo, el cincuenta por ciento de nuestro grupo es...
—¿Gay? —completé por él—, y te equivocas, no soy bisexual.
Sus pupilas recorrieron el tope de sus ojos intentando responderse, su cabeza giraba para todos lados, pero se demoró demasiado sumando dos más dos.
—Soy cien por ciento lesbiana, Alyósha.
—Más de dos años cuentan una historia diferente —respondió muy convencido. Yo negué sonriendo y, después, riendo al verlo más descuadrado que antes.
—Aww, ¿acabo de romper tu corazón?
—¿Lesbiana, lesbiana? ¡¿Solo... lesbiana?!
—Sí, solo lesbiana. —Reí.
—¡Wow! Pero espera... ¿cómo puedes asegurarlo? Quizá mañana encuentras a un tipazo como Clooney y adiós lesbianismo.
—No, lo sé porque todo encaja, ¿entiendes? Todo, absolutamente todo. Mis dudas, mis miedos, mis ganas, mis deseos. No sabes lo fuerte que es sentirse completo al besar a alguien y entender que el momento es perfecto, todo lo es.
—Gracias por lo que me toca.
—¡No hagas berrinches, Aleksey! Sabes que tú y yo, aunque pasamos bien, no hacíamos click completamente, nos faltaba algo. Y no lo niegues, que por algo existe Tanya.
—Es verdad —admitió y se acercó dándome un empujón con el brazo—. ¿Y qué te gusta más, boobies o los traseros?
Típico hombre. Dios.
—Ambos, y si es Lena... toda ella. Es perfecta.
—Siento haberles hecho la vida tan imposible —se disculpó. Yo lo perdoné, ya nada de eso importa.
Pasamos la siguiente hora, sentados allí, sintiendo la brisa fría de invierno que entibiaba el aire. Le conté lo que había sucedido con mamá y así surgieron mis posibilidades. Aceptar mudarme a la suite o hablar con papá y pedirle que me ayudara a regresar a Sochi.
—¿Y qué quieres hacer tú? —me preguntó él. Tenía un leve esperanza de que le dijera que regresaría. Dejando los líos de lado, se nota que nos extrañamos.
—Viviremos separadas, pero aún lo suficientemente cerca como para intentar arreglar las cosas. —Acepté sabiendo exactamente qué dejaba atrás al aceptar esa opción, mi relación con Lena.
—Bueno, no es solo tú mamá, está tu escuela...
—Y Ade... alguien que conocí.
—¿Y Lena conoce a este alguien?
—Sí, y no le simpatiza. Será difícil, lo sé.
—Lena Katina es celosa, Yulia. Aunque no lo creas, lo es.
—¿Tú crees?
Se río con ganas por unos segundos y al calmarse me dijo:
—¿Notaste en el Kika Club a la chica de cabello color violeta que estaba acercándose a la mesa?
—No se acercaba, solo pasó a nuestro lado.
—¡Porque Lena casi la fulmina con la mirada y se abrazó de ti como si necesitara respiración de boca a boca para no morir!
—Exageras, me dio un beso, diminuto.
—Ajá, estaba marcando territorio.
—Mmmm, noooo... —respondí, ladeando mi cabeza, recordando el momento y, bueno, puede que Aleksey tenga un poco de razón—. ¡Nooooooo!
—¿Todavía crees que quieres quedarte en Moscú? —Continuó con sus risas, pero a mi ya no me causó gracia lo que sugería, mucho menos cuando alcé la mirada y la vi furiosa saliendo del taxi en el que acababa de llegar.
...Como una hiperbalada, sin ningún tipo de sentimientos.
****
Nunca había probado una droga más que la marihuana que de vez en cuando fumábamos con Aleksey cuando estábamos aburridos en su patio.
Pero esto es... otro nivel. Mis compañeros de arte saben qué mierda hacen.
Muchas veces escuché que cuando estás volando, llegas a una sensibilidad tan alta que las figuras en frente tuyo se desfiguran con la intensidad de la luz. Yo veo algo así como formas acuosas deslizarse frente a mis ojos, y estoy casi segura de que las luces de verdad son de colores y esto no es producto de las drogas, pero es fantástico; ver luces de colores y figuras fantasmales es genial, es como estar con un montón de muertos cuando tu también estás muerto.
¿Se sentirá así estar en el limbo? ¿No tener cuerpo y solo tu esencia flota por el espacio?
Ja, estoy flotando en el espacio y las luces son estrellas que pasan a mi lado a la velocidad de la luz; cometas, soles, planetas, ovnis... ¡Miren, un árbol!
Dios, estoy caliente. Y no solo con ganas, de verdad estoy caliente. Siento el sudor escurrirse por mi espalda, por mi pecho, por mi cuello; sudo, me siento acalorada, extasiada en la música, la escucho tan claro, penetra en mis oídos con líneas de colores, puedo percibir cada nota; la armonía se funde con mi cuerpo. Las células de mi piel están prendidas y se mueven con el compás que absorben. Mi cabello está mojado, estilando, gotas caen de mi frente hasta mi boca. Culparé al baile, estoy bailando, bailando mucho, muchísimo, topándome con la gente que se me cruza y quizá no está tan volada como yo; bailo y... es como si mi cuerpo se desprendiera del piso, de la realidad. Algo... no, alguien me aprisiona de la cintura y me jala hacia atrás hasta que ya no siento a nadie a mi alrededor, es agradable, estoy caliente y ahora sí de ganas. Quiero sexo, quiero tener sexo con alguien justo ahora, quiero tener sexo volada; dura, estoy dura, es eso, quiero sexo y estoy muy dura.
—Yulia, ¿qué mierda te tomaste ahora?
—¡Ade! —la abrazo no porque la vea claramente y esté segurísima de que es ella, pero creo que es su voz y me llamó por mi nombre, debe ser ella.
—¡¿Qué te tomaste?!
—Baila conmigo, la música está riquísima, ¿la sientes... en la piel? Dios estoy tan caliente...
Tomo con las puntas de mis dedos el filo de su camiseta e intento volver a donde estaba, ahí se sentía bien. Ella se resiste y termina volviéndonos de un jalón al rincón.
—¡¿Dime qué mierda te tomaste?!
—¡Ay, ya! Unas pastillas... ricas... je, je, eres azul... ¡Eres un espectro azul! —le digo tratando de tocarle la nariz, pero no lo logro... ¡Porque es un fantasma perdida en el limbo!
—¡¿Cuántas te tomaste?!
—Nada más dos... ¿quieres que te busque unas?
—¡No, idiota! ¡Nos vamos ahora mismo!
—Nooooooo, yo quiero bailar y quiero cogerme a alguien. ¿Quieres coger conmigo? Me muero de ganas y tú me gustas, me gustas mucho...
—Yulia, cálmate.
Infiero que lo dice porque ya le agarré las boobies, son tan suaves. No lleva sostén bajo esa remera de tiras delgadas; son tan suaves y redondas.
—¡Yulia!
—¿Quién dijo que las amigas no pueden tener sexo?
—¡Yo lo digo! ¡Ya vámonos y ya deja de tocarme! —Quita mis manos de un golpe y comienza a llevarme, pero me suelto de ella. Si no quiere bailar, seguro en este lugar hay alguien que se muere por que la toque y se anima a tener sexo conmigo. Buen sexo, sexo volada y dura.
—¡Que nos vamos! —me repite buscando mi muñeca para obligarme
—¡No! Quiero bailar, quiero sexo, quiero tener sexo bailando, quiero ahogarme en sudor de lo mucho que disfruto el sexo mientras bailo.
¿Le quedó claro o no me expliqué bien?
—¡No vas a tener sexo con nadie esta noche!
—¡¿Por qué no?! —le cuestiono, muy válida mi pregunta—. A la gente le gusta el sexo y a la gente le gusto yo, ¿por qué no encontraría a alguien que quiera acostarse conmigo? Bueno, no necesariamente quiero hacerlo acostada, pero...
—¡Estás drogada, por eso!
—¡Pfff, hay mucha gente drogada aquí, igual de caliente que yo!
—¡Ya, está bien! ¿Quieres coger? ¡Vamos a coger!
Le sonrío con picardía. Ade es tan linda... más que Lena... Sí, mucho más que Lena.
"Concéntrate en Ade".
Sí, Ade, quiero con ella. Debimos hacerlo el día que nos besamos por primera y única vez. Debimos, porque de qué me sirvió serle pseudo fiel a Lena.
"Concéntrate en Ade, Yulia. Queremos con Ade".
Sí, eso, Ade.
—¡Suéltame, si vamos a hacer esto no lo haremos aquí! Nos vamos para tu casa —me informa agarrándome del brazo hasta la salida del... ¿Qué mierda es este lugar?, ya ni recuerdo cómo llegué aquí.
—¿Está lloviendo?
—Sí, genio, está lloviendo. Estás empapada y si no vamos a casa te vas a enfermar.
—Pero yo tengo calor...
—¡Por andar tomando estupideces! Ahora, deja de estirar tus brazos al cielo, pareces demente, está helando. ¡Súbete al auto y abróchate el cinturón!
Mi ropa... de verdad está mojada. La siento muy humeda; no alcanzo a ver qué llevo puesto. ¿Uniforme negro?
Me acomodo y trato de jalar la hebilla del cinturón, pero no está. Ade me ayuda y lo asegura.
Mi respiración es fuerte sin la música, la escucho tan claro, estoy acelerada, mi pecho me palpita como si mi corazón quisiera salir corriendo de mi pecho...
Toso y toso mucho, toso hasta quedarme sin voz, sin poder controlarme.
—¡Ni se te ocurra vomitar en mi auto, Yulia, o te juro que estés drogada o no, te pongo a lavarlo con cepillo de dientes!
No creo que tengo nada en el estómago que vomitar y no recuerdo haber bebido nada.
—Tengo sed.
—Obvio, vas perdida dos días. ¿Por lo menos comiste?
—¿Qué? Imposible, hace una horas apenas fui a la casa de uno de mis compañeros de la escuela a hacer el trabajo de arte.
—¡Eso fue el jueves, jueves! ¡Es sábado en la noche, ¿entiendes?! —me grita, está enojada. Es un fantasma azul enojado... Debería ser rojo, el rojo es el color de la ira y de la sangre también, de la pasión y yo estoy caliente, quiero... ¿qué quiero?... Sexo, eso quiero, sí—. ¿Qué vas a entender? ¡Estás en otro mundo!
—¿Por qué estás tan molesta? Solo me tomé dos pastillas para relajarme y salimos a una fiesta, eso es todo.
—¿Cuántas pastillas te has metido desde entonces, Yulia? ¿Con quién has pasado todo este tiempo? ¿Dónde están tus cosas? ¿Tú celular?
—Que hoy nada más, hoy jueves. Fui a la casa de una compañera y salimos un rato, todo está allá, yo estoy bien...
—¡Es sábado!
—¿Puedes no gritarme, por favor? Mi cabeza comienza a ver planetas enteros pasar a mi lado.
La escucho suspirar y gruñir al escucharme. ¿Por qué está tan molesta? Solo quería olvidarme de Lena un rato, un par de horas, ¿es tan malo?
—Cierra los ojos y recuéstate —me exige—. Te avisaré cuando lleguemos a casa.
Siento que frenamos porque mi cuerpo se balancea hasta el frente y regresa golpeándose con el respaldar del asiento. Ade pasa por encima mía y baja la palanca del lado de la puerta; quedo casi recostada. Le hago caso y trato de dormirme hasta llegar, ya ni recuerdo qué quería.
Estoy despierta, pero mis ojos se rehusan a abrirse. Mis labios están adormecidos, igual mi lengua; quiero hablar y no puedo. Mi cabeza pesa una tonelada al igual que mi cuerpo. ¿Me morí? Estoy muerta, ¡estoy en el verdadero limbo!
—Rachel dijo que no podrás hacer mucho por un par de horas más, que debes descansar, así que ni lo intentes.
La observo a través de una diminuta línea de visión, es lo máximo que puedo hacer. Ade...Tengo leves recuerdos de ella, estaba enojada, de eso estoy segura.
—Ojalá se te grabe en la mente cómo se siente no poder hacer absolutamente nada, prácticamente ser un vegetal, a ver si así no vuelves a tomarte tan a la ligera los experimentos químicos de tus compañeros de escuela.
¿A qué se refiere? ¿Qué me dieron? Dijeron que eran relajantes, deshinibidores que eran comunes para manejar el estrés...
¡¿Por qué no me puedo mover?!
—Yulia, tranquila. Tu cuerpo está adormecido por la mezcla. Aún estás con el suero en el brazo. Ya se te irá pasando el malestar en un par de horas. Relaja tu respiración.
Tiene razón, me desesperé y escucho el aire salir y entrar acelerado por mi nariz. Respiro más lento, voy normalizándome.
Dijo que Rachel vino, seguramente es la que me revisó y me puso el suero. Supongo que no estará contenta con que la amiga de su novia esté en estas condiciones. Espero una genuina pateada de trasero cuando me recupere.
Escucho música a lo lejos, no hago nada por lo que parece una eternidad y siento entrar y salir de sueños hasta que por fin puedo limpiar mi garganta y siento mucha luz entrar a mis ojos.
—Puedes cerrar las cortinas..., por favor.
—Reviviste.
—¿Qué hago en tu departamento? ¿Qué día es?
—Es domingo y preferimos con Rachel traerte aquí para cuidarte mejor.
—¿Qué dijo tu novia? ¿Me odia, no?
—Dijo que tuviste mucha suerte de que los idiotas de tus compañeros no te dieran una dosis más alta de PCP.
—¿De qué?
—PCP, un alucinógeno que te pudo haber hecho mucho daño por tonta —puntualiza su insulto—. Por cierto, nos debes como cien rublos en sueros y jeringas.
—Te pagaré apenas pueda llegar a un cajero... —menciono y caigo en cuenta que dejé todo donde mi compañera—. ¡Mis cosas!
—Están aquí, tranquila. Rachel fue a mandar al diablo a tus amiguitos y de paso recogió todo lo que dejaste abandonado. Tú mamá ha llamado como loca, pero no le quise responder. Ya sabes cuánto me ama.
—Mierda, tenía cita con el psicólogo el viernes.
—No estaría malo que fueras de una vez. Te has resistido desde que volviste y está claro que tienes cosas que resolver.
—Solo tengo que olvidar...
—A menos que te hagan una lobotomía no vas a olvidarte de nada. Por qué mejor no me cuentas qué diablos fue lo que pasó entre ustedes. Quizá, y solo quizá, si lo procesas... vas a poder superarlo.
—No, Ade. Si Lena decidió borrarme de su vida es porque mencioné cosas que nunca debí saber. No puedo ir repitiéndolas por ahí. De alguna forma tengo que olvidar y...
—Prométeme que no te vas a poner a experimentar con todas las drogas posibles a ver cuál te sirve.
—No, lo del jueves fue un error.
—Prométemelo.
La tentación de hacer justo eso, es grande. Nada va a remediar lo que pasó entre Lena y yo. Ya han pasado veinte días de esa pelea y no encuentro un solo motivo por el cual quiera perdonarme y dejarme aunque sea ser su amiga. La perdí. Listo... y Ade tiene razón en una sola cosa, nada de lo que haga va a hacerme olvidar...
—Te lo prometo.
—Bien —me dice más aliviada y se levanta con suavidad para no mover mucho la cama. Todavía estoy algo mareada—. ¿Quieres algo de comer?
—No tengo hambre, pero haré un esfuerzo. Puede ser que con comida se llene este vacío que siento en el pecho.
Es como estar varada en el medio de la nada....
****
—¿Tu mamá te está buscando como loca y tú aquí sentada con... él?
—Lena...
—¡¿He recorrido la ciudad entera por más de una hora?!
Recuerdo tan bien su semblante, su furia al mirarme como si fuese su vergüenza más grande. Su novia hablando con el «enemigo».
—Creo que mejor me voy —dijo Aleksey levantándose.
—Sí, vete...
—¡Lena!
—¿Qué? ¡Dime que no te olvidaste de lo que te hizo, de lo que me hizo a mí!
No lo había olvidado, pero ¿tenía que hacerlo para perdonarlo, para recobrar una amistad que me hacía tanta falta?
No entendí nada, unas horas atrás habíamos pasado todos juntos, ¿por qué Lena podía soportar la idea si se trataba de algo que Ruslán necesitaba, pero si yo lo hacía no?
—Buenas noches a las dos —dijo Aleksey, queriendo evitar una pelea y se despidió con la mano.
—¡Ya, vete! —le gritó ella.
—No tenías por qué ser tan grosera, ¿sabes? —le dije poniéndome de pie también, comenzando a caminar en dirección contraria a ese auto amarillo que nos esperaba estacionado en la esquina.
—¿A dónde vas? Tu mamá habló con mis padres y dijo que no había problema con que te quedes las vacaciones en mi casa.
—¿Y por qué querría hacer eso después de cómo te acabas de comportar? Ni siquiera sabes por qué terminé aquí o qué sucedió con mamá, no sabes nada.
No me digne en regresar a verla, lo que yo decidiera hacer con mis amigos no era algo en lo que ella tenía voto. Si apagué mi teléfono y charlé con Aleksey por horas es porque lo requería, ¿qué
tenía de malo? Y mientras no cruzara la línea de la infidelidad a ella qué le importaba.
—Imagino lo que pasó entre ustedes después de verla tan afligida —me respondió, lo cual me molestó infinitamente. Se había puesto del lado de mi mamá porque eso significaba que ella se saldría con la suya, ya no estaría cerca «para que me hiciera daño».
—Tus suposiciones no cuentan, Lena. Vete a casa, yo voy al hotel.
Esa noche todo terminó allí. Me rehusé a subir al auto. Ella le pidió al conductor del taxi que nos escoltara hasta mi destino final para luego llevarla de regreso. El hombre sí que hizo su noche, nos seguía a dos kilómetros por hora mientras el taxímetro corría.
Ella se mantuvo a mi lado sin mencionar palabra, yo tampoco lo hice. Cruzada de brazos continué de frente sin mirarla. Al llegar al lobby le dije un «buenas noches» seco, y seguí derecho.
Vuelvo y revuelvo mis recuerdos de esa noche. Estoy convencida que ahí fue donde inició el último descenso de nuestra montaña rusa.
—Te esperaba el viernes —me dice Alik, mi nuevo terapeuta.
Al regresar a Moscú mamá hizo entrevistas con varios psicólogos que le recomendaron para ver cuál nos convenía más y éste es el que se ganó el lujo de tratarnos, suerte la suya.
—Siento no haber avisado que no vendría. Me intoxiqué y no estuve en mis cinco sentidos hasta el domingo.
—Tu mamá me comentó ayer que te había llamando todo el fin de semana y no le contestaste.
—¿Discutiremos contigo las sesiones de la otra? —le pregunto con todo el propósito de darle a entender que desapruebo su comentario. ¿Cómo quiere que le cuente cosas si va a ir con el chisme después?
—No, es simplemente un comentario —me respondió—. Ella estaba muy preocupada por tu bienestar. Y eso sí será parte de esta sesión.
—Pensé que la que pondría el tema de conversación sería yo.
—No necesariamente. Entiendo el problema que necesitamos tratar. Al momento, evaluar las respuestas de ambas sobre sus acciones es una prioridad.
—Pues estuve descompuesta y mi teléfono se quedó sin batería, no me preocupé en cargarlo o revisar llamadas.
—Entiendo. —Pausó un momento encontrando una hoja limpia en su libreta—. ¿Hablaste ya con ella?
—Sí, ayer en la noche.
—Bien. —Lo apunta—. Sé que no se han visto ni una sola vez este mes...
—En veintidós días —lo corrijo. Me mira con curiosidad, pero si va a hacer una declaración de ese tipo, que sea exacto—. No nos vemos desde que regresamos a la ciudad, eso fue hace veintidós días.
Lo apunta. No sé qué tan buena idea fue contratarlo si tan solo va a escribir cosas sin importancia y a mantener la conversación tan ligera.
—¿Cómo te has acoplado a vivir sola?
—Soy responsable, si eso es lo que quieres saber.
—Imagino que lo eres —me aclara sonreído. Le hace gracia mi actitud altiva, mis inferencias y respuestas acorde, idiota—. Tienes una personalidad fuerte, llegaste a la cita impecable, con veinte minutos de anticipación, asumo por eso, y por tu expresión corporal, que eres perfeccionista al detalle, quieres impresionar, es algo que debes transmitir en todos los ámbitos de tu vida. La responsabilidad ayuda mucho a dar esa idea.
—¿Crees que estoy poniendo un acto?
Es lo que acaba de darme a entender, ¿no?
—Creo que tratas de controlar cada aspecto, esté o no bajo tu poder. Ahora mismo quieres lucir más fuerte de lo que en realidad eres. Quieres que yo piense que todo está bien, mas si fuese así no tendrías que visitarme —me recalca tocando un nervio.
Sí, intento que no se de cuenta de que mi vida está hecha añicos, que hay días que no puedo levantarme de la cama y, de no ser por Ade, probablemente no habría sobrevivido el fin de semana.
Vivir sola me está matando, mi vida es cada día menos mía. El pecho me duele por la ausencia de todo, por mi rompimiento con Lena, por la culpa que traigo desde que le entregué esa carta, por la distancia que mamá se convenció que debe mantener de mí.
—Aquí, en esta habitación, no hay reclamos, Yulia. Nadie va a juzgarte por lo que hagas o dejes de hacer. Si necesitas llorar, puedes hacerlo, nadie más lo sabrá.
—No quiero llorar.
—Las lágrimas son una forma de liberar el estrés, el miedo, el dolor; son el mecanismo que el cuerpo tiene que encontrar el equilibrio emocional. No hay nada malo en llorar... a menos que eso te haga sentir... fuera de control.
Otro punto para el hombre estudiado enfrente de mí. Igual prefiero no contestarle.
—Trabajaremos en eso estas semanas —le da un empujón al extremo superior del lapicero, sacando más mina para escribir y apunta nuestros nuevos objetivos—. Ahora, emocionalmente, ¿Cómo te sientes desde que vives sola? ¿Cómo pasaste la primera noche?
Mi memoria se desata sola. Me veo allí, sentada en silencio y en la oscuridad en medio de mi sala llena de cajas con mis pocas cosas. Mi cama en la habitación todavía desarmada, el colchón tirado a un lado, las sábanas en una bolsa plástica sin haber sido sacadas de su empaque desde que salieron de la tienda esa mañana. La música que salía del apartamento de mi vecino del piso de arriba, era suave y clara; habían risas de él y de varios amigos que disfrutaban la noche. Aun así, con todas las distracciones presentes, lo que más me hipnotizaba era algo que tenía en mis manos, mi teléfono. Su pantalla encendida era lo único que transmitía vida en toda la habitación.
«No puede encontrar al usuario que busca. Has sido bloqueado de su cuenta».
Esa noche me percaté de que Lena no se había tomado ni un día desde nuestra pelea para sacarme de cada parte de su vida y, estando tan lejos, yo ya no existía más.
Le llamé, pero la operadora ni siquiera me permitía dejarle un mensaje, iba directo al pitido intermitente de: «no está disponible». Todas sus cuentas sociales desaparecieron automáticamente para mí y bloqueó sus publicaciones únicamente para que las vieran sus amigos; yo ya no lo era.
Horas y horas pasé así, viendo el fondo de pantalla que tenía nuestra última fotografía, intercalándola con las luces de los edificios vecinos.
Se me hizo tan irreal saber que nunca más tendría contacto con ella. Si casualmente nos encontrábamos en el futuro —por trabajo o por el destino—, me ignoraría.
Eventualmente me quedé dormida apoyada en mi sofá. Desperté con los golpes de la puerta, con Ade y su nueva novia Rachel dispuestas a ayudarme a desempacar y, si no fuese por ellas, seguiría todo en el mismo lugar.
—¿Sabes, Yulia? Tu silencio dice mucho más de lo que las palabras podrían en este momento, pero no te preocupes, seguiremos trabajando en esto.
Se levanta de su silla de diseñador. El tipo es elegante al extremo y un maniático de la limpieza. Este consultorio da la impresión de haber sido esterilizado aunque no huele a cloro, su aroma es más fresco, como la brisa del bosque o una de esas fragancias artificiales muy delicadas.
—¿Sabes cómo usar una de estas? —me pregunta, sacando una grabadora vieja del cajón superior de su escritorio.
—Presionas el botón de grabar y después el de detener —respondo indiferente.
—Perfecto, ten.
—¿Qué quieres que haga con ella?
—Por diez minutos cada día, como mínimo, la encenderás y hablarás sobre algún acontecimiento en particular.
—¿Quieres que grabe un diario? Puedo escribirlo, soy buena escribiendo.
—No, lo grabarás. Quiero que aprendas a exteriorizar tus sentimientos.
—¿Los escucharás? —le pregunto, es importante, de eso dependerá de qué hable.
—Solo si tú quieres.
—Te la devuelvo, puedo grabarme en mi teléfono, será más cómodo —le contesto estirando mi mano, mas él niega sin aceptar el aparato de regreso.
—Lo harás con la grabadora.
Le pongo una cara de orto porque detesto a la gente empecinada. Prefiero la tecnología moderna en este caso.
—Ese cassette es de sesenta minutos de duración, entrarán aproximadamente de cinco a seis días.
—¿Cuál es el propósito?
—Simple, te familiarizarás con escucharte hablar en voz alta. No quiero que sientas que debes preparar algo, quiero que seas espontánea, que no lo pienses. Tan solo siente y habla —me indica... qué más queda, tendré que hacerlo—. Finalmente, todo eso que soltaste, tiene una fecha de expiración. A la semana siguiente tendrás que borrarlo para grabar los nuevos audios.
—Hmm, eres listo, «nada dura para siempre». —Intuyo que de eso se trata, que aprenda que hay cosas que se crean y se pierden. Que es imposible recuperarlas.
—Algo así, además de otras cosas que aprenderás con el ejercicio.
—Okey —guardo la grabadora en mi bolsa y noto la pantalla de mi teléfono encendida con una notificación de un mensaje de texto en el que me envían una foto. Es un número desconocido.
—¿Todo bien? —me pregunta el terapeuta.
No puedo evitar deslizar mi dedo en la pantalla y el mensaje se abre...
Es Lena a lo lejos, y en este instante entra un texto nuevo del mismo número.
<También sé quién eres tu... Yulia>.
...
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El Diario
Fiksi PenggemarQuizá sea la única persona que te entienda, que te conoce en realidad, aunque tú no lo creas. Déjame darte una mano en esta ocasión, no necesitas hacerlo todo en soledad, no hace falta. Y, antes de que te enojes por el hecho de que te tomé fotos esa...