NUESTROS CUIDADOS I

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Exhausto y dolorido, por fin consigo lo que llevo anhelando desde hace horas: dejarme caer sobre mi cama. Son las once de la noche, y acabamos de llegar de trabajar. Ha sido un día muy duro, pero lo hemos superado. Mis dolores no han dado tregua y han estado todo el día recordándome con sus pinchazos que seguían allí, reclamando un descanso urgente. Mañana por la mañana no tenemos que ir a la empresa, por lo que después de un baño caliente para relajar mis músculos, pienso meterme en la cama y no moverme hasta el mediodía. Ese es mi plan infalible para intentar relajar mis músculos y volver a tener el cuerpo a punto para las largas jornadas que nos esperan.

Oigo como mis compañeros, uno a uno, van pasando por el cuarto de baño. El ritual es siempre el mismo: el agua de la bañera corre mientras se duchan, se oye el ruido del cepillo de dientes haciendo su labor, se abre la puerta del baño y se oye un grito: ¡Siguiente!

Decido esperar al último turno, así estarán ya todos aseados y podré usar el baño por más tiempo. Necesito llenar la bañera con agua caliente y sumergir mis músculos durante un rato para que mi plan funcione. Una media hora después, ya he contabilizado seis gritos dando paso al siguiente miembro, por lo que sé que es mi turno.

Por fin, el baño es todo mio. Lleno la bañera y le echo sales relajantes que compré en uno de nuestros viajes a Japón. Nada es demasiado para intentar rebajar la tensión que tengo en el cuello.

El baño relajante es todo éxito. He conseguido estar unos veinte minutos dentro del agua sin que nadie me interrumpiera y mi cuello lo agradece. Me envuelvo en el albornoz que he traído, me lavo los dientes, y vuelvo a mi habitación.

Cuando entro, mi corazón deja de latir por varios segundos. Una figura negra y encapuchada se perfila justo enfrente de la ventana, levemente iluminada por las farolas de la calle. Ahogo un pequeño grito y doy un respingo del susto, que hace que un calambre me recorra desde el cuello hasta mis muñecas. Encogido, pulso el interruptor de la luz, y el encapuchado recupera su identidad: Jungkook. Lo voy a matar.

- ¡¿Se puede saber qué haces aquí? ¿y a oscuras?! ¿me quieres matar de un infarto o qué? - le digo alterado, con una mano sobre mi pecho, intentando calmar mis palpitaciones, y otra en mi cuello, intentando calmar el punzante dolor que ha vuelto.

- Lo siento hyung, no pretendía asustarte. No he encendido la luz para que el resto no supieran que estaba aquí... - se disculpa.

- ¿Y a qué has venido? Si es para hablar de Jin-ha, mejor lo dejamos para mañana Jungkook. Necesito descansar - le advierto.

Observo que lleva puesta la sudadera que dejó aquí para dormir. Mi mente me lanza una alerta ¿no pensará dormir aquí? Hoy si que no, no puedo estar encogido en la cama para que el señorito expanda el cuerpo a su antojo. Hoy no. Necesito mi cama, y la necesito entera. Necesito descansar bien, en serio. Por lo que insisto:

- ¿Por qué te has puesto esa sudadera? ¿No pensarías que te ibas a quedar a dormir...? Lo siento, pero si esa es la idea, debo comunicarte que hoy  tengo agotado el surtidor de caprichos, así que no me lo pidas porque la respuesta es un rotundo no -

- Tenía la esperanza de que me dejaras dormir contigo... pero si no quieres lo respeto hyung. Pero no he venido solo a eso, ya te he dicho esta mañana que no te ibas a librar de mi - Jungkook introduce su mano en el bolsillo del pantalón de deporte que lleva, y saca un pequeño bote de aceite de lavanda. Lo pone junto a su cara sonriente mientra me lo muestra como si fuera el protagonista de un anuncio de la televisión.

- ¿De dónde has sacado eso? - le pregunto intrigado, mientras lo tomo de sus manos para leer la etiqueta. Pone que es un aceite ideal para los masajes descontracturantes, ya que su composición es perfecta para la relajación de los músculos, y su aroma, es ideal para la relajación de la mente. Suena bastante tentador.

Nuestra burbuja   **Jikook / Taejin /  Kookmin / Jintae Fiction**Donde viven las historias. Descúbrelo ahora