46 |Compras|

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MyungSoo estaba estresado.

Lo supe dos días atrás, cuando MyungSoo rompió a llorar al decirle que el sábado tendríamos que ir al centro comercial para comprarle ropa a los niños, para luego hacerse una bolita sobre la cama, gimoteando y lloriqueando contra mi almohada.

—Bebé, ¿qué ocurre? —le pregunté preocupado, sentándome a su lado, y atrayéndolo a mi cuerpo.

—Es que... es que... ¡no quiero salir con los mocosos! —sollozó hipando—. ¡Quiero quedarme y... y dormir y... y tener mis doce horas de sueño...!

Lo observé, parpadeando, para después acariciarle el cabello, rascando detrás de sus orejas, esperando que se relajara un poco, y unos segundos después se puso a dormir a mi lado, agotado y muerto por haber llorado.

La verdad sea dicha, aunque MyungSoo pudiera parecer caprichoso por sus palabras, es que lo podía entender un poco. Yo no era un padre ausente de la vida de mis bebés, trataba de apoyar en MyungSoo como fuera, pero admitía también que había muchos días en los que yo solía llegar cansado del trabajo a comer y dormir, sin jugar demasiado con los niños.

Y no sólo eso, sino que también no podía irlos a buscar todos los días a la guardería, por lo que MyungSoo debía arreglárselas para ir a dejarlos en la mañana, luego ir a buscarlos, preocuparse de que no salieran corriendo ni tuvieran algún accidente, para después jugar con ellos, hacer la cena y atenderlos en sus necesidades. Yo solía llegar a las siete de la tarde, jugando un momento con los niños mientras MyungSoo preparaba la cena, y luego comía e iba a acostarme, agotado por el trabajo en la oficina, y mi novio no decía nada, por supuesto, volcando su atención a los bebés.

Pero a veces se acostaba a las doce de la noche, preparándoles la comida para el día siguiente, verificando sus ropas, revisando sus mochilas, ordenando los juguetes...

Así que, bueno, comprendía que MyungSoo estuviera colapsando y quisiera dormir algo más un fin de semana, sin preocuparse de nadie, teniendo unas horas sólo para él, y no dudé en ofrecerme a llevar a los mocosos sólo yo al centro comercial el sábado.

—No —dijo MyungSoo al día siguiente, luego de escucharme—, no, SungYeol, tú les comprarás zapatillas feas y ropa que no combina. Tu sentido de la moda es horrible.

—¡Oye! —me quejé ofendido—. ¡Tú no sabes apreciarla!

MyungSoo soltó un bufido.

—Si fuera por ti, andarías con esos pantalones anchos, esas camisas enormes y ese bolso horrible y transparente que tienes por todos lados —acusó—. ¡El otro día tuve que fingir que no nos conocíamos cuando te detuvieron en el supermercado porque te confundieron con un vagabundo!

—¡Nadie puede soportar el estilo neutrón! —chillé indignado, mis mejillas tornándose rojas ante el recuerdo.

—¡Y tuve que evitar que algunos padres llamaran a la policía porque creían que eras un secuestrador!

—¡No estamos hablando de eso! —repliqué, sentándolo en mis piernas, y MyungSoo se dejó hacer—. Vamos, MyungSoo, necesitas un descanso y yo me haré cargo de ellos —le di un beso en la mejilla, escuchándolo ronronear.

—No lo sé, SungYeol...

—Podrías dormir todo el día —agregué viendo sus ojos iluminarse—, y comer en la cama y levantarte sólo para ir al baño. Luego, cuando lleguemos, prepararé la cena, mandaré a los niños a dormir y podremos, quizás, hacer cosas sucias...

—¿Cómo revolcarnos en el barro? —aventuró sonriendo.

Le hice cosquillas, escuchando sus quejidos y risas.

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