Epílogo

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Lee SungYeol era mi hogar.

Siempre se lo decía cuando podía, y él sólo me sonreía lleno de amor, deslumbrándome con esa simple mirada, así que yo sabía que todo iría bien. Que él me quería, y cuando me abrazara, todo estaría demasiado bien.

Así que ese día, cuando despertó con su cabello revuelto, el ceño fruncido en leve confusión, y baba seca en la comisura de su boca, sólo le sonreí, dándole un beso en los labios.

—Feliz cumpleaños, Yeol —le dije, subiéndome sobre él cuando lució más despierto, sonriendo también—, ¿qué quieres de regalo?

—A ti —me dijo con la voz ronca—, siempre te quiero a ti.

Me reí y no tardé en cumplir su petición.

Cuando ya era cerca de mediodía sentimos que era conveniente levantarnos para ordenar ya que en la tarde vendrían nuestros amigos y celebrar el cumpleaños de Yeol. Entré al comedor, sin embargo, no había nadie, así que me dirigí sin dudarlo a los demás cuartos, donde nuestros bebés (ya no tan bebés) debían estar durmiendo. Los cinco habían sacado mis ganas de vivir.

Entré primero al cuarto de SooYeol y Yeollie.

—¡A despertar! —dije, abriendo las cortinas, y escuché sus gimoteos—. ¡Vamos, levántense!

Salí antes de oír sus reclamos, yendo ahora a la habitación que MyungSung y Jjongie compartían. Igual que antes, abrí la puerta de una patada, yendo a sacudirlos. Soltaron quejidos también.

—No, no, no... —gruñó MyungSung cuando abrí las cortinas.

Jjongie siseó.

Pero los ignoré también, y fui al cuarto ahora del demonio mayor. Sin embargo, antes de hacerlo, pasé al baño para llenar un bol de plástico con agua.

Sin delicadeza alguna entré a la habitación de Jiae, que dormía como una roca. Abrí las cortinas, viendo cómo se revolvía por el disgusto para cubrirse con sus mantas, así que agarré el bol y le lancé el agua fría.

Su grito resonó en toda la casa.

—¡Papá! —chilló enfurecida, su pelo goteando cuando se levantó.

Enarqué una ceja.

—A levantarse —fue lo único que dije, sabiendo que estaría refunfuñando por el resto del día. Nuestra única hija se parecía terriblemente a mí.

Entré a la cocina, viendo a los cuatro varones que teníamos por hijos abrazando y dándole besos a su papá por su cumpleaños. Para nuestra propia fortuna, les habíamos enseñado bien que ellos podían demostrar su afecto hacia el resto sin que por ello recibieran una crítica, así que no tenían vergüenza alguna de comportarse cariñosamente cuando querían, en especial ahora que tenían trece años.

—¿Y mis regalos? —preguntó SungYeol en tono de broma.

—Papá MyungSoo no nos quiso dar dinero —discutió Yeollie.

Me encogí de hombros.

—Porque ese dinero se lo habrían gastado en atún y luego habrían robado el regalo de su padre de cualquier tienda —repliqué. El año pasado fue así.

Jiae apareció entonces, quejándose todavía, pero fue donde su papá y le dio un abrazo también, besando su mejilla. SungYeol se rió, contento.

—Feliz cumpleaños, papi —dijo ella.

—No le digas así —le dije—, en esta casa soy el único que le puede decir a SungYeol de esa forma.

Empezaron a fingir que estaban vomitando al oírme hablar con tanto descaro, pero mi novio volvió a reírse, dándome un beso en los labios, ambos sabiendo que mis palabras eran verdad.

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