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—Buenos días Lidia, ¿cómo estás?—saludo a esta de beso en la mejilla

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—Buenos días Lidia, ¿cómo estás?—saludo a esta de beso en la mejilla. Lidia es la encargada de una de mis joyerías en el centro de la ciudad. Uno de mis tantos negocios. — ¿Cuál es la urgencia de tu llamada esta mañana?

—Bueno días señor Fridman. Una insistente clienta que quiere un pedido especial y le espera en su oficina. Ha sido muy insistente en verle y ser usted quien le confirme la recepción de lo que ha ordenado se le consiga con suma urgencia.

¿Qué?

Yo jamás trato directamente con los clientes de mi joyería. Menos si buscan una joya en especial. Para eso está ella.

Me conduce a mi oficina y camino a su lado. Por supuesto que Joon es mi sombra.

— ¿Le has recibido en mi oficina?

—A si es, lo siento pero la mujer fue muy insistente y me dijo que usted sabía que vendría.

Qué raro. No recuerdo ese detalle. Quedar con una clienta en mi oficina, en mi joyería.

—Debiste llamarme Lidia. Sabes que no permito a nadie en mi oficina y menos a gente extraña.

—Lo siento pero ella me juro que usted le recibiría.

Lidia me abre la puerta de mi oficina y una vez dentro confirmo que una mujer aguarda sentada frente  a mi escritorio. Ante nuestra presencia se pone de pie.

—Buenos días—saludo y en cuanto se gira para verme, caigo en cuenta que Lidia tenía razón. Moría por tenerla frente a mí. — ¿Señorita Sullivan?

—Señora Sullivan—corrige y me extiende la mano. —Buenos días Señor Fridman.

Fanny Sullivan por fin frente a mí. Es una mujer madura muy hermosa e intimidante, con razón Lidia no se negó en recibirla en mi oficina.

Pero bueno, para intimidantes solo yo.
Una vez correspondo a su saludo, ordeno a Lidia se retire pero Joon se pone cómodo en un sillón junto a la puerta después de que se lo presento. El solo observa, escucha y calla.

La invito a tomar asiento de nuevo y yo tomo lugar en mi sillón soltando el botón de mi saco para mejor comodidad.

Me cruzo de piernas y descanso mi mano en mi escritorio. Quiero prestarle toda mi atención a esta infeliz.

— ¿A que debo su presencia por mi joyería? Me ha dicho mi encargada que busca una joya en especial—suelto primero. —Creo que no era necesario venir a comprar una joya solo para verme. Digo, bien pudo llamarme señora Sullivan.

Sonríe y se cruza de piernas en un perfecto traje gris de falda lápiz a la rodilla. Cómoda, astuta mujer. Sé porque está aquí, no soy ningún imbécil.

—Vera señor Fridman—la forma en que me sostiene la mirada me molesta. Retadora, mujer calculadora. —Usted es un tipo difícil de contactar. He tratado de conseguir su número telefónico pero no hay manera de que alguien caritativo me lo pudiese proporcionar. Me he visto en la necesidad de visitar su prestigiosa joyería y hacerme un obsequio. No exijo gran cosa.

— ¿Qué joya busca en específico?—mis ojos son dos agujas en los suyos. La tensión es demasiado obvia y recíproca.

—Un par de lágrimas verdes. Tanto como esmeraldas brillantes. Quiero que cuando las use, asemejen dos hermosos ojos verdes.

El tono.

La mirada.

La sonrisa sarcástica.

Enarca la ceja de forma burlesca.

Ojos verdes.

Ella.

Maldita bruja. Por lo visto sabe todo de mí. No ha venido por la joya, ha venido a escupirme en la cara que tiene mi pasado en sus manos.

Infeliz.

— ¿Qué pasa señor Fridman? ¿No puede conseguirme lo que pido?

No pasa nada. Solo estoy pensando como arrancarte la cabeza. Has cavado tu tumba tu solita.

Date por muerta.

—Nada, solo estoy pensando que debo llamar algunos amigos para conseguir lo que exige.

—Lo agradezco porque me gustaría usar mis preciosas lágrimas verdes en su fiesta de cumpleaños. Sé que no me ha invitado pero sé que lo hará. Creo que me estoy anticipando, ¿cierto? ah… ¿no pensaba invitarme?

Rosemberg debió decirle de mi cumpleaños. O ella debió obligarle a decirle.

Perra.

No, no pensaba invitarte a mi fiesta de cumpleaños.

Bruja.

Maldita.

—Claro que sí. Sería un placer contar con su presencia en mi fiesta de cumpleaños.

—Ya decía yo. Usted es tan bueno.

Al diablo.

No soy de soportar tanta mierda y menos en mi cara.

— ¿Qué es lo que quiere?—lo que vaya a ser que sea de una vez. No quiero que piense que puede venir a retarme y tratarme como un imbécil. —No me gusta prestarme a jueguitos tontos señora Sullivan. Usted no está aquí por la joya deseada. Vaya al grano y no me haga perder mi tiempo.

—A usted. Sería un honor que me acompañará a Rusia a dar un paseo.

—Pide mucho. Se acerca navidad y no suelo viajar cuando Santa esta por visitar mi pino. No vaya ser que llegue y no me encuentre.

Suelta una risa ante lo que digo. Yo miro de reojo a Joon que no está ajeno a la conversación y este solo me guiña un ojo.

—Vaya, no lo imagino abriendo regalos en navidad. ¿Le visita su familia? Digo, debe usted tener casa llena en esos días.

—No.

—Que mal. Es una pena que no pueda convivir con sus padres y sobre todo con…—enarca una ceja de nuevo y siento que lo que va  decir no me gustara. —Consiga mi joya señor Fridman. Quiero unos ojos verdes colgando de mis orejas el día de su fiesta. Los más costosos—se levanta de la silla.

— ¿Por qué específicamente verdes?—la imito levantándome de mi sillón.

—Porque me recuerdan un par de ojos verdes. ¿A usted no?

Maldita infeliz.

Por lo visto sabe más de lo que puedo imaginar.

— ¿Qué sabe de esos ojos verdes señora Sullivan? No juegue conmigo—me tenso. Sé a dónde va pero solo quiero que me lo confirme si es que tiene cojones.

—Le contare todo lo que quiera saber de esos ojos verdes señor Fridman, en su cumpleaños. Que tenga bonita mañana, avíseme cuando tenga mi joya al número que le dejare a la señorita Lidia. Compermiso.

Y sin más que decirme, se gira y se retira. Contoneándose con seguridad, mirando con mucha arrogancia a Joon que no la pierde de vista hasta que cierra la puerta.

— ¡Maldita!—tomo el teléfono de mi escritorio para lanzarlo  a la pared.

—Cálmate. No creo que en realidad sepa gran cosa—Joon interviene desde su lugar sin moverse siquiera. Me conoce cuando no estoy de humor.

— ¡Esa perra sabe!—tomo la computadora y también la lanzo por ahí. — ¡¿De qué color eran sus ojos?! ¡¿De qué color Joon?!

—Verdes.

—Exacto. Nuestra chica tenía los ojos verdes. Ella…ella tenía los ojos verdes, los más bonitos del mundo.

—Dos esmeraldas.

—Si—trago duro y me pierdo en su recuerdo. Me dejo caer de nuevo en el sillón con el juicio nublado.  — ¿Dónde está Joon? ¿Por qué aun no la encuentro? ¿Estará muerta? ¡¿Por qué esta bruja sabe de ella más que yo?!—golpeo en un puño el escritorio.

—No tengo idea pero de una cosa si estoy seguro; no puedes tocarle un pelo si tiene información de nuestra chica.

—Astuta infeliz. Quisiera saber cómo ha conseguido esa información. Un traidor esta sobre mi cabeza. Alguien que sabe mucho y tengo el presentimiento que va a entregarme en bandeja de plata. Joon—le miro fijo y se alerta. — ¿Quién me esta traicionando?

—No tengo la mínima idea pero tenemos que averiguarlo.

Una bala no será suficiente para el que me esté traicionando.

No.

Voy a disfrutar arrancarle la piel con mis propias manos.

El sonido de mi celular me saca de mis líos en la cabeza.

Me rasco la cabeza y saco el aparato del bolsillo de mi saco. Veo en la pantalla;

Henry.

—Hola Henry—respondo a la bocina controlando mis demonios.

—Hola…yo…yo siento mucho haberle llamado pero no sabía a quién llamar. Creo que…que no fue buena idea. Estoy molestando, ¿verdad?—lo escucho sollozar.

— ¿Henry? ¿Qué pasa?—me levanto en automático de mi sillón. —No…no estas molestando. ¿Qué te pasa? ¿Dónde estás?

—Yo…estoy bien. Solo…solo quería hablar con alguien. Creo que fue mala idea llamarle. Perdón.

—No, no cuelgues. No me molestas, no es mala idea que llamaras. ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? Por favor dime.

—En el parque que esta por mi casa. ¿Vendrá? en serio que si no puede yo…yo entiendo.

—Voy para haya Henry. No te muevas de ahí.




—Presly 💜

𝓜𝓪𝓽𝓱 𝓕𝓻𝓲𝓭𝓶𝓪𝓷 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora