31

378 38 10
                                    

— ¡Es usted un imbécil!

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


— ¡Es usted un imbécil!

— ¡¿Y qué quieres que haga?! ¡Estoy en mi casa!

— ¡Llevarse a sus putas conquistas a otro lado maldito pervertido de mierda!

— ¡¿Estas celoso o que putas?!

— ¡Ya le dije que no maldito estúpido! ¡Es por mi padre! ¡¿Qué hubiese pasado si él le hubiese visto besuquearse con ese imbécil?!

Tiene razón, lo he obligado a dejar su casa, mentirle a su padre que es gay. El hombre ha venido a darme la cara y poner aun así sus respetos delante de mí. Es un buen hombre que debo saber usar contra Henry si quiero domarlo.
Bien, usare ese don de actor que tengo por ahí en mi sangre azul. Math no pierde una.

—Es tu culpa.

— ¿Qué?

—Lo que oíste. Es tu culpa que yo busque quien me quite las ganas. Te tengo para ello pero parece que tendré que drogarte de nuevo porque no quieres cooperar. Yo tengo necesidades carnales que necesitan ser atendidas y tú no lo estás haciendo. Fabricio me abre las piernas y yo solo me acomodo, soy un hombre muy bondadoso.

Rueda los ojos, traga duro y se cruza de brazos. No me mira, no dice nada y yo me acerco con  mi cara de víctima. Me queda, me va bien.

Lo pongo contra la puerta encerrándolo entre mis brazos. Con mis manos en la pared. Se metía a bañar después de correr todo el día, de despedir a su padre y a todo el gentío que dejaron la casa encendida con tantas luces navideñas que apuesto el conejo de la Luna se ciega.

—Mírame—pido y esta trompudo. Lindo cuando se enoja. —Henry, mírame.

Y levanta sus lindos ojos y me ve. Lo veo y siento un nudo en el estómago, una cosa extraña acompañada de una arritmia cardiaca. No, no es hambre porque cenamos Pizza que el ordeno para todos y que me hizo pagar. Tuve que cenar solo de nuevo en el comedor porque para él fue más divertido cenar con todos esos extraños en la sala festejando lo bien que había quedado todo.

—Dame un besito.

—No—parpadea con sus ojos brillantes.

—Uno chiquito.

— ¿No dice que yo no sé besar? Pues vaya con ese idiota que lo bese. Asco.

—Si quieres puedo ir a lavarme la boca. Digo, así no te dará asco besarme.

—He dicho que no. Bese mejor a un perro, ya se lo dije.

—Me podría morder. Oh cierto, tú también podrías morderme.

Se ríe. Por primera vez se ríe y tiene que bajar la cara. No se ríe, se carcajea tanto que se dobla y se agarra la barriga. ¿Qué dije que le ha causado gracia? Lo tengo que sostener en mis brazos porque no puede con la risa. No, carcajadas que se le llenan los ojos de lágrimas. Quien diga que las carcajadas no son contagiosas, está loco. Henry me contagia y a nada me estoy riendo como un idiota aunque no sé porque.

𝓜𝓪𝓽𝓱 𝓕𝓻𝓲𝓭𝓶𝓪𝓷 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora