44. Por ti haría lo que fuera

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—¿Qué te parece? —preguntó Esau sonriendo.

—¡Es bellísimo! —exclamó Lorena mirando asombrada la ciudad que se extendía frente a ella.

Esau la había llevado a uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad, el cual se hallaba ubicado en las plantas superiores de uno de las edificios más altos de la zona centro. El chico había pedido una mesa en una zona íntima, pero desde donde podía ver la ciudad por un gran ventanal.

—He de reconocer que es una ciudad muy bella —declaró Esau—. No tiene la presencia que tienen varias ciudades europeas, pero tiene su encanto muy particular.

—Jamás he estado en Europa —confesó Lorena sin dejar de mirar el paisaje que se extendía frente a ella, con todas las luces que parecían extenderse sin fin.

—Bien, quizás algún día te lleve —dijo Esau sonriendo y colocando sus manos bajo la barbilla.

El mesero llegó en ese momento para tomar la orden, lo cual hizo que Lorena dejara de prestar atención al ventanal para pasar a prestar atención al menú. No tenía la menor idea sobre qué pedir. Todo sonaba tan sofisticado que no estaba segura de lo que era, aunque sospechaba que muchos eran platos que ella conocía disfrazados con otros nombres. Sin embargo, parecía difícil dilucidar los platillos a los que harían referencia, por lo que al final optó por pedir lo mismo que pidió su acompañante.

Cuando el mesero se retiró ambos jóvenes se quedaron en silencio. La muchacha se sentía increíblemente emocionada al encontrarse finalmente con el chico con el que había estado fantaseando por varios días. Sabía que era aquel, Esau y no Jacob, quien la hacía sentirse como si volara. Le parecía un sueño hecho realidad encontrarse con un hombre así en un lugar que podía calificarse como la cima del mundo.

—¿Por qué te pareces tanto a Jacob? —inquirió finalmente Lorena cuando el mesero les hubo traído sus platos. Era un guiso a base de carne y vegetales bañados en alguna especie de salsa. Lo cierto fue que se le antojó bastante en cuanto lo vio.

—¿No resulta obvio? Somos hermanos gemelos —contestó el chico inglés.

—Aunque tú eres mucho más encantador —se le salió decir a la chica Oranday.

—Gracias por el cumplido —fue la respuesta de Esau acompañándola de una esplendorosa sonrisa.

Ambos comenzaron a comer. Lorena se sentía extrañamente nerviosa y emocionada. No podía evitar voltear a ver constantemente al hombre que se sentaba frente a ella y se sentía sumamente complacida cuando su mirada coincidía con las que este le lanzaba sin dejar de lado su sonrisa.

—Me gusta estar contigo, Esau —declaró Lorena cuando terminaron de comer.

—A mí también contigo, Lorena —confesó el muchacho tomándole una mano y originando que la muchacha se emocionara—. Es una lástima que no podamos estar juntos.

Aquella frase le resultó bastante confusa a la joven Oranday, descolocándola completamente por un momento.

—¿A qué te refieres con eso? —preguntó la chica.

—Soy un Carnero, Lorena, y tú eres una Alejandrina —explicó el joven manteniendo una sonrisa apologética.

Aquella declaración dejó anonadada a la muchacha. Aquello debía ser una broma. Un chico tan gentil, tan guapo y tan atractivo como Esau no podía ser un Carnero.

—A menos que tú estuvieras dispuesta a dejar a los Alejandrinos por mí —prosiguió el hombre inglés acercando su rostro al de Lorena por encima de la mesa.

Aquella petición dejó todavía más perpleja a la chica. Ella era una Alejandrina porque tenía una firme convicción sobre que los Carneros se hallaban del lado equivocado en aquel conflicto. Sin embargo, pensar en aquel guapo hombre de ojos color miel que se encontraba frente a ella como un chico que estaba equivocado era inconcebible.

Esau aprovechó el momento de su indecisión para acercar sus labios a los suyos. Y mientras sentía la suavidad de la boca de Esau contra la suya, cualquier convicción que pudiera tener la muchacha de aura lila se esfumó. Con aquel beso Lorena se percató de que por estar con ese individuo que la obsesionaba no le importaría quemarse en las mismísimas llamas del infierno.

—Por ti haría lo que fuera —afirmó la chica al finalizar el beso.

—Me alegra oír eso —contestó el joven inglés mientras su sonrisa se volvía un tanto torcida.

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