51. Segundo ataque

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—¿Qué tienes? —preguntó Marco confundido mientras miraba atentamente a su amigo.

La actitud de Gabriel le parecía extraña. Era cierto que durante los últimos días no solía verse tan feliz como de costumbre, pero justo en ese momento se veía como si la melancolía lo estuviera aplastando en tanto miraba hacia la lejanía.

—Si es por Lorena hay que mantener la esperanza de que encontraremos un modo de ayudarla —le consoló Marco—. Quizás no será sencillo, pero estoy seguro que debe haber algo...

—No es por Lorena —contestó Gabriel para después soltar un gran suspiro.

—¿Ah, no? ¿Entonces? —preguntó el chico Martínez con confusión.

—Solo estaba recordando la última vez que estuvimos aquí —respondió Gabriel abrazándose a sí mismo.

Marco miró alrededor intentando recordar la última ocasión en que ambos se hubieran encontrado ahí. No era un lugar que solieran visitar muy a menudo, ya que se trataba de una jardinera que quedaba oculta detrás de los baños de hombres. En un primer momento pensó que la última vez que habían estado en ese lugar fue cuando habían recibido la invitación por parte de Felipe para que Gabriel fuera a la fiesta de Fuego Nuevo de los Neumas, pero de repente recordó que habían estado ahí en una ocasión posterior, una vez que el joven de aura azul había estado llorando porque creía que él tendría que irse al Tíbet y Marco se marcharía a Inglaterra. Entonces el chico Martínez había intentado consolarlo y sin saber muy bien cómo de repente ambos se estaban besando.

—Ah, bueno... —empezó Marco sin saber muy bien qué decir—. Pero ya habíamos aclarado eso, ¿no?

—Por supuesto —contestó su amigo estrechándose con más fuerza a sí mismo.

—¿Entonces por qué estás así? —le preguntó el joven de aura verde observándolo con preocupación.

—No quieres saberlo —respondió el otro hundiendo la barbilla en su pecho y cerrando los ojos.

Al ver a Gabriel comportarse de esa manera, Marco sintió que el corazón se le estrujaba. Era obvio que al joven le dolía algo y él quería hacer cualquier cosa que estuviera en sus manos para aliviar ese dolor.

—Te equivocas —le dijo al chico de aura azul poniéndole una mano en el hombro—. Por supuesto que quiero saberlo.

—¿Me prometes que no te echarás a correr cuando te diga lo que siento? —preguntó Gabriel volteando a ver directamente a Marco. Sus ojos dejaban traslucir una sensación de inmenso pesar.

—¿Por qué habría de echarme a correr? —interrogó el aludido ladeando la cabeza.

—Prométemelo, por favor —le pidió el chico Costa.

—Si eso te hace feliz, de acuerdo. Prometo no echarme a correr si me dices qué te sucede —afirmó Marco. Le hubiera prometido el mundo entero a su amigo si eso le permitía ayudarlo.

—Okey —dijo finalmente el muchacho de aura azul—. Pues lo que me pasa es que me muero porque vuelva a pasar.

—¿Qué quieres que vuelva a pasar? —inquirió Marco un tanto confundido, aunque también con cierta excitación en su interior.

Gabriel inspiró profundamente antes de contestar, como si el aire nocturno pudiera darle el valor que tanto trabajo le costaba hallar en su interior.

—Me muero por besarte otra vez —confesó finalmente, aunque había dejado de mirar al otro chico. En su lugar estaba con la mirada clavada sobre sus puños cerrados, los cuales descansaban sobre su regazo—. Sé que es una tontería, especialmente por todo lo que está pasando, pero solo puedo pensar en lo que sentí aquella vez y desear que todo se repita una vez más.

Libro AmarilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora