13. Secretos

1 0 0
                                    

Quien sí se encontraba enamorado era José Luis. Quizás muchos estarían en desacuerdo, sobre todo aquellos idealistas amantes del amor romántico, porque el chico no era de esos que demostraba su amor entonando canciones todo el día ni suspirando a cada momento por Xóchitl. Sin embargo, para él no había nada mejor que pasar el tiempo al lado de ella, ya que era seguro que se divertiría. Probablemente eso era lo que la había atraído poco a poco de aquella mujer: su manera de ser espontánea, despreocupada y divertida. Chelis solía fantasear con las supermodelos bien vestidas y maquilladas desde que había entrado en la adolescencia. Soñaba con encontrarse una de esas mujeres que en cuanto entraban en una habitación llamaban la atención de todo el mundo. Sí, eso era lo que había querido hasta el momento en que se dio cuenta de lo que sentía por Xóchitl. Después de ello no creía que ninguna de esas mujeres por la que la mayoría de los hombres moría pudiera comparársele a su amada.

Por su parte, Xóchitl estaba asombrada de haberse enamorado de José Luis. Le costaba trabajo entender cómo no había visto desde el principio la belleza que guardaba la naturalidad de Chelis, ni la forma directa y divertida de ser de este. A veces sentía que el chico era totalmente transparente, mientras que otras le parecía un tipo misterioso que aún guardaba muchos secretos en su interior.

Con aquellas emociones tan fuertes que ambos jóvenes sentían no era de extrañar que a Lorena no le agradara del todo pasar mucho tiempo junto a ellos. En muchas ocasiones se confundía al mirar a su propio amigo, ya que de repente le parecía excesivamente guapo, o su compañera más maravillosa de lo que normalmente la veía. Afortunadamente en aquel momento ella no se encontraba presente para sentir como ambos personajes se entregaban a una muda fascinación por el otro. El problema era para Paulo, quien estando ahí con ellos de repente se sentía como si estuviera haciendo mal tercio.

—Disculpen, ¿se encontrará Marco Martínez? —oyeron una voz desde la puerta del salón.

Los pocos presentes en el salón (Chelis, Xóchitl, Paulo, Alma, Irma, Viridiana, María, Diego y Katia) voltearon la cabeza hacia la puerta del salón. Se trataba de la misma mujer que hacía un par de semanas se había presentado buscando a Marco y a Gabriel.

—No se encuentra —le contestó Katia, quien junto a Diego estaba en la fila de pupitres más cercana a la puerta.

—¿No sabes dónde puedo encontrarlo? —inquirió la mujer ligeramente angustiada.

—La verdad es que no —contestó Katia—. Solo se salió.

—Creo que fue a la tienda —comentó José Luis en voz alta para que la mujer pudiera oírlo.

La mujer miró con atención a Chelis, bajó rápidamente la mirada hacia su mano donde llevaba una especie de piedra redonda de color melocotón y regresó la mirada al joven.

—¿De pura casualidad tú serás José Luis Cruzado?

—Eh... sí, soy él —contestó el joven sintiéndose repentinamente confundido.

—¿Podrías salir un momento, por favor? —inquirió la mujer amablemente con una gran sonrisa.

Chelis pensó que no podía haber ningún problema si ya en una ocasión Marco y Gabriel habían salido con aquella mujer. Probablemente todo aquello tenía relación con la sociedad Alejandrina. Así que se puso de pie y acompañó a la dama al exterior del salón.

—¿Podrías darle este mensaje a Marco? —preguntó la mujer extendiéndole un sobre amarillento una vez que ambos estuvieron fuera de la vista de los chicos que seguían dentro del salón.

—Por supuesto —contestó el muchacho tomando el sobre—. Por cierto, ¿cómo supiste que yo era José Luis?

La mujer le sonrió mientras le mostraba su mano. En ella llevaba una Aliquam lapis.

—Las Aliquam lapides reaccionan unas con otras —le respondió la mujer—. Simplemente me di cuenta de que tú tenías una, y por lo que se sabe solo un hombre ha sido entrenado recientemente por Marco para unirse a la sociedad Alejandrina.

—¡Oh, vaya!

El joven se prometió a sí mismo que le prestaría mayor atención a la piedra de color verde oscuro que siempre cargaba consigo y que de vez en cuando usaba para mandar energía áurica al Consejo Alejandrino. Nunca le había parecido que tuviera nada de especial realmente, al menos no la suya. No la había visto formar flechas en su interior para señalar otra Aliquam lapis como en una ocasión había hecho la de su amiga Adriana.

—Por favor, dile que es urgente —le pidió la mujer antes de retirarse.

José Luis asintió con la cabeza antes de darse la vuelta y regresar al salón.

—¿Qué quería? —le preguntó Xóchitl interesada cuando el chico llegó a su lugar.

—Solo me pidió que le entregara esto a Marco —respondió Chelis agitando la mano donde aún conservaba el sobre que la mujer le había dado.

—¿Qué es eso? —inquirió Paulo mirando el sobre con el ceño fruncido.

José Luis intentó ocultarlo, pero antes de que pudiera hacer algo Xóchitl se lo quitó de las manos.

—¡Eh! —le llamó la atención a la chica intentando recuperar el sobre—. Eso no es tuyo. Ni siquiera mío, Xóchitl, así que mejor ten cuidado.

La muchacha miró extrañada el sobre. No era nada a lo que estuviera acostumbrada, ni el papel ni el sello de cera que cerraba el sobre.

—Nunca había visto nada así más que en las películas de épocas antiguas —comentó la muchacha—. Aunque en esas películas el sello normalmente es de un solo color.

La chica no entendía qué tenía que ver la esfera de color verde metálico que había grabada en el sello.

—¿Y cómo supo quién eras tú? —inquirió Xóchitl repentinamente interesada.

—¡Yo qué sé! —exclamó el joven mientras guardaba el sobre en su mochila para podérselo entregar más adelante a Marco. Además, aquello le servía de pretexto para no mirar a su novia a la cara—. Seguramente Marco le dijo algo sobre mí.

—¿Por qué tendría que decirle algo sobre ti a los administrativos de la escuela? —preguntó Paulo.

—¿Administrativos? —repitió José Luis confundido.

—Esa mujer es de los administrativos, ¿no? —expresó Paulo achicando los ojos.

Chelis negó tranquilamente con la cabeza.

—No, Marco la conoce de otro lado.

—¿De dónde? —inquirió Xóchitl.

—No sé —respondió el joven Cruzado volteando la cabeza.

—Sí sabes —le contradijo la chica comenzando a mostrar recelo—. ¿Por qué no nos quieres decir?

—No es asunto nuestro, ¿de acuerdo? —le contestó el muchacho.

La expresión de Xóchitl demostraba que se sentía traicionada, pero no dijo nada más. Sin embargo, aquello bastó para que Chelis se sintiera mal consigo mismo. Era obvio que no podía decirle a su novia nada sobre los Alejandrinos o la estaría poniendo en peligro, pero tampoco le gustaba ocultarle secretos, al menos no secretos tan importantes. Finalmente lo único que pudo hacer fue suspirar mientras en su corazón maldecía el momento en que Hermes y Felipe los habían atacado obligándolos de esa manera a convertirse en Alejandrinos para defenderse. Si eso no hubiera pasado él no tendría que ocultarle nada a Xóchitl.

Libro AmarilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora