23. Jean Devereux

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—¿Me llamó, señor? —inquirió Hiroshi en francés al entrar a la habitación en penumbra.

Se trataba de un estudio muy elegante y sofisticado, con las paredes llenas de libros, principalmente en inglés, francés, latín, griego clásico y otras lenguas muertas. Cerca de la única ventana, la cual era bastante amplia, se encontraba un escritorio sobre el que descansaba un equipo de cómputo nuevo. Si la habitación se hallaba en penumbra era porque la única iluminación de la misma provenía de la computadora encendida y la luz del alumbrado público que se colaba por la ventana.

—Así es —contestó un hombre parado junto a la ventana. Se trataba de un individuo ya entrado en años, quizás a punto de llegar a los setenta pero que aun así tenía el porte de un rey.

—¿En qué puedo servirle, señor? —preguntó Hiroshi servicialmente.

—¿Me equivoqué, Motosuwa? —interrogó el hombre en un tono de voz cansado.

—¿De qué está hablando, señor? —inquirió confundido el hombre oriental.

El hombre mayor no respondió inmediatamente, sino que se quedó viendo el paisaje de la ventana por un rato antes de dirigirse hacia el escritorio y darle la vuelta al monitor de la computadora para que el hombre japonés pudiera verlo. Sobre la pantalla se encontraba la fotografía de un chico de casi dieciocho años que Hiroshi conocía muy bien junto con un pedazo de texto que seguramente contenía toda la información disponible del joven. Pocas personas en el planeta sabían que existía una base de datos de todos los seres conocidos que pudieran utilizar la magia, la cual se había ido confeccionando a lo largo de los años y a la que solamente tenían acceso los miembros del Consejo Alejandrino. De cualquier manera, aquel muchacho no podía llevar mucho tiempo ahí.

—¿Me equivoqué al abstenerme de votar? —preguntó el hombre mayor.

—Señor Devereux, un voto más a favor no hubiera cambiado las cosas realmente —contestó educadamente Motosuwa.

—¿Pero qué tal si hubiera sido mi voto, Motosuwa? —inquirió el líder del consejo Alejandrino desesperadamente pasándose una mano sobre el rostro—. ¿No has pensado que quizás eso hubiera hecho que muchos de los miembros del consejo hubieran votado también a favor? Después de todo, yo soy el que tiene el cargo más importante sobre ellos. Seguramente hubiera habido muchos que me hubieran seguido.

—Nadie pensó que Gabriel reaccionaría de esa manera. No tiene de qué arrepentirse, señor —justificó Hiroshi.

—Tú sí lo sabías —contestó Jean Devereux mirando fijamente al hombre frente a él—. Tú viste lo que Wazir no vio. Wazir estaba confiado en que el deseo de aquel chico por pertenecer a los Alejandrinos primaría sobre todo lo demás, pero tú sabías de antemano que no era así.

—Me preocupé más por conocer al chico que Wazir durante la misión para derrotar a Belial —respondió sencillamente Hiroshi—. Wazir casi no tuvo contacto con él, así que había más probabilidades de que yo predijera su comportamiento.

—Debimos haberte escuchado a ti —declaró el hombre francés dejándose caer derrotado detrás de su escritorio.

—Esto no se ha acabado —expresó firmemente Hiroshi mientras se acercaba al otro consejero—. Señor, no podemos darnos por vencidos. Menos cuando tal como se lo dijimos Jacob y yo, el chico está dispuesto a ayudarnos incluso aunque no se le conceda el título de Alejandrino oficialmente.

—¿De qué servirá eso si el chico no puede formarse? —inquirió desesperadamente Devereux—. ¿No te das cuenta de lo que estamos perdiendo? El chico podría ser un guerrero formidable contra Neumas y Carneros si entrena su aura en los usos de la magia. Sin embargo, así, lo único bueno que podemos decir es que será difícil que los Neumas y Carneros acaben con él gracias a su don, pero no creo que haya grandes probabilidades de que él los derrote.

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