7. Flores Amarillas

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¿Qué era aquel sentimiento que Lorena sentía en su interior? Esa sensación de añoranza y deseo... Recordaba vagamente haberse experimentado ello en alguna ocasión, pero no podía precisar exactamente cuándo.

La chica terminó por soltar una carcajada que alertó a todo el mundo alrededor de ella en el camión. Muchos voltearon a verla momentáneamente, aunque la mayoría terminó por regresar a sus propios asuntos rápidamente al ver que la muchacha no les prestaba ninguna atención.

La joven Oranday no había podido evitarlo. Acababa de recordar que tan solo hacía un par de días su amigo Gabriel había dicho que se sentía de la manera en que ella creía estarse sintiendo. Si no hubiera sido porque su don no le afectaba a su amigo, quizás se le habría ocurrido pensar que el sentimiento no era suyo, sino de Gabriel.

El camión llegó a la parada más cercana a la preparatorio y Lorena bajó de este para después dirigirse caminando hacia la escuela. Parecería una exageración, pero las calles por las que caminaba le parecían extrañamente iluminadas, como si el sol en lo alto refulgiera con más intensidad que de costumbre. Los árboles se mecían suavemente, de forma que a ella le parecía que la invitaban a continuar su camino. Ante todo ello, la chica de aura lila no podía comenzar a preguntarse si aquel día tendría algo de especial.

—¡Lorena! —le llamó de repente una voz.

La aludida volteó la cabeza para encontrarse con Paulina, una de sus compañeras de clase que solía retirarse a su casa en compañía de Adriana, Chelis, Xóchitl y Azucena, pues al menos en la salida la estación del tren era la ruta que más les convenía.

—¿Cómo estás? —le preguntó Paulina mientras le daba un beso en la mejilla a modo de saludo.

—Bien —contestó Lorena sonriendo.

—¿Bien? —cuestionó la otra muchacha sorprendida—. ¿Con toda la tarea que tenemos que hacer?

Lorena asintió con la cabeza. Podía sentir claramente que su compañera se sentía sumamente presionada, pero aquello no ahogaba sus propios emociones. Era como si el presentimiento que tenía dentro de sí sobre que aquel día sería sumamente especial fuera muy poderoso, tan poderoso que mantenía a raya cualquier otra clase de emoción o sentimiento.

—¿Qué tienes en el cabello? —le preguntó de pronto Paulina mientras con sus dedos rozaba la cabeza de la joven Oranday.

La Alejandrina no pudo hacer menos que sorprenderse cuando Paulina le mostró lo que tenía en el cabello. Era una flor que ella había visto en una ocasión anterior y posteriormente había guardado en medio de un libro. O mejor dicho, era una flor muy parecida a aquella.

—Esto no es de ningún árbol, ¿o sí? —preguntó Paulina volteando a ver a los alrededores para buscar alguna traza de color amarillo que le mostrara de dónde había salido aquella flor.

—No, no lo es —le contestó Lorena mientras le extendía la mano y su compañera colocaba la flor sobre ella. El tacto le demostró a la chica que aquella era exactamente el mismo tipo de flor que ya una vez había visto—. Es una flor artificial.

—Se ve muy curiosa —comentó su compañera.

Para la muchacha de aura lila no se veía curiosa, sino preciosa. De alguna extraña manera aquella pequeña flor le fascinaba. Había estado buscando algo similar desde la primera vez que se la había topado, pero solo hasta ese momento lo había localizado y nuevamente debido al azar.

Finalmente ambas muchachas llegaron a la escuela y se dirigieron hacia el edificio donde tomaban clases. Era un poco temprano, de hecho su salón de clases seguía ocupado por un grupo del turno matutino, por lo que poca gente había llegado al lugar. Entre las personas que se hallaban en el lugar se encontraba Adriana.

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