36. Pensamientos

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—¿Qué tal te fue en la escuela? —le preguntó su madre a Lorena.

—Bien —contestó distraídamente la chica mientras comía su cena.

Ante aquellas palabras su madre volteó a verla fijamente, mirada que la chica regresó sin problemas. No entendía por qué el ceño de su madre se fruncía mientras la veía.

—¿Te sucede algo? —le preguntó su madre ladeando la cabeza.

—No, nada. ¿Por qué? —preguntó a su vez la joven.

—Te noto algo extraña —le contesto su madre lentamente, como si estuviera buscando alguna reacción por parte de su hija.

Por toda respuesta Lorena se encogió de hombros. No podía simplemente negar las palabras de su madre, pues ella también se sentía extraña. Podía reconocer que seguía preocupada por Cristóbal y por no haberlo encontrado, sentía la incertidumbre de si Felipe ya habría logrado dar con él, pero todo eso no ocupaba la parte central de su mente. La mayor parte de su mente se encontraba pensando en un chico inglés alto, fornido, de piel bronceada, cabello castaño y unos increíbles ojos de color miel. La chica intentaba apartar sus pensamientos de Jacob, pero por más que se lo proponía no lo lograba. Una parte de ella se empeñaba en mantener la imagen mental de aquel hombre pegada en su mente, como si viera las cosas a través de un velo con la imagen de Jacob grabada. Recordaba la voz del muchacho, sus maneras de pronunciar el español y se sentía emocionada.

Su madre no volvió a preguntarle nada, por lo que regresaron a cenar en silencio. Omar, su hermano menor, no las acompañaba en la mesa, pues el chico les había dicho que no tenía hambre. Ambas mujeres sabían que en realidad el chico estaba muy entretenido con la computadora y no quería despegarse de ella, por lo que estaría esperando que ellas se descuidaran para agarrar comida y llevársela al escritorio donde tenían la máquina incluso cuando lo tenía prohibido.

Finalmente llegó el tiempo de irse a acostar y Lorena no pudo hacer menos que recriminarse a sí misma. No podía estar pensando en Jacob de la forma en que lo estaba haciendo, puesto que él ya tenía novia. Intentó recordarse a sí misma que Mireya y Jacob eran pareja y parecían ser muy felices. Además, ella ya había dado con Cristóbal. Sin embargo, al pensar en Cristóbal no pudo evitar compararlo con Jacob y llegó a pensar que el joven inglés era mil veces más guapo que el otro.

Ante aquellos pensamientos Lorena se sonrojó. ¿Cómo era que se había fijado de repente en Jacob hasta tal punto que Cristóbal parecía perder importancia? El muchacho del aura amarilla la había fascinado desde la primera vez que lo vio y, sin embargo, en aquellos momentos ella no podía concentrarse en él y dejar de pensar en Jacob.

En medio de esa confusión la muchacha se quedó dormida soñando con el joven inglés. Soñaba que el alto muchacho llegaba frente a ella con una esplendorosa sonrisa para después besarla como nadie nunca lo había hecho. Aquello la hacía sentirse feliz. Incluso cualquiera que la hubiera visto mientras dormía podría haber visto la sonrisa que tenía sobre el rostro. En su sueño solo importaban ella y Jacob.

La joven Oranday no podía imaginarse que lejos de ahí había un chico que no dejaba de pensar en ella mientras miraba por la ventana de su habitación y hacía girar entre sus manos una bella flor amarilla. Ese chico era Cristóbal Luna.

Cristóbal no podía dejar de pensar en Lorena mientras miraba las estrellas. Ansiaba ver a la chica y a la vez esa idea le aterraba. Se podía imaginar la reacción que tendría la joven después de lo que había pasado la última vez que habían estado juntos, pues ya le había ocurrido con anterioridad. La gente solía rechazarlo y temerle después de episodios como aquel. Lo peor era que él también se tenía miedo, pues no sabía cuando volvería a sacar aquella extraña luz de su cuerpo. Sentía que ponía en peligro a cualquier persona que se encontrara cerca de él, que era la razón por la que la mayoría de las veces se movía en solitario.

Lo único que había averiguado sobre aquella luz es que en ocasiones podía convocarla a voluntad, pero la mayoría de las veces luego no sabía que hacer con ella. Lo único que había aprendido a hacer eran aquellas curiosas flores amarillas. Solía hacerlas seguido y dejarlas abandonadas por aquí y por allá, principalmente porque se había dado cuenta de que el hacer aquellas flores reducía las posibilidades de que se presentaran aquellas explosiones luminosas en presencia de otros. Así, cuando estaba solo se dedicaba a crear aquellas flores que tenían la forma que a él más le gustaba.

El muchacho echó un último vistazo a la luna antes de arrojar la flor que sostenía por la ventana. Deseó que una traza de su pensamiento pudiera llegar hasta Lorena, aquel pensamiento en que le pedía perdón a la chica por lo que había hecho, le pedía comprensión porque ni él mismo sabía qué era lo que le había ocurrido y le rogaba que no cortara relaciones con él. Sabía que era casi imposible porque ya varias personas habían dejado de hablarle en el pasado cuando ocurría aquello, pero esa vez era diferente. Por nadie había sentido lo que sentía por la dulce joven Oranday.

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