25. Las redes del amor

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Después de la sesión de entrenamiento, los chicos se fueron de casa de Octavio directamente a la escuela. En su salón de clases se encontraron con Adriana, quien platicaba animadamente con María y Alma.

—¿Qué pasó contigo? —le preguntó Lorena cuando la muchacha se volteó para saludarlos.

—Discúlpenme, pero tenía otras cosas que hacer —respondió la chica Larios.

Dentro de su amiga Lorena no sintió ninguna traza de arrepentimiento. Era más, podía percibir que su amiga se sentía feliz, extremadamente contenta. ¿En serio la ponía tan alegre haberse perdido una sesión de entrenamiento áurico?

—¿Ahora tú por qué los pupilentes? —le preguntó de repente Alma a Gabriel.

Ante lo que le decía su compañera Gabriel no pudo esconder en un primer momento su confusión. Fue en ese momento en que sus amigos voltearon a verlo con atención y se percataron de que los ojos del muchacho eran de un vívido color azul, del mismo tono que su aura. Seguramente aquello había sido resultado de la gran cantidad de aura que había utilizado hacía un rato. Lorena no pudo evitar recordar que cuando conocieron a Marco, este había tenido los ojos verdes.

La cara de espanto que pusieron sus amigos logró alertar al joven Costa. Seguramente él también recordó la conversación del semestre pasado donde Marco les había explicado lo que pasaba cuando se concentraba el aura, porque su expresión de perplejidad cambió por una sonrisa mientras volteaba a ver directamente a su compañera que le había preguntado.

—Solo tenía curiosidad —respondió el chico ladeando la cabeza—. ¿Qué opinan?

—Te ves raro, pero bien —comentó María sinceramente—. Es curioso, porque no creería que es un color que te queda de antemano.

Mientras colocaba su mochila en un asiento libre Gabriel se rió ligeramente. Sin embargo, al contrario de lo que hacía normalmente, decidió elegir un lugar de la fila de hasta atrás en lugar de uno en la penúltima fila como siempre. Marco colocó sus cosas justamente enfrente de él.

—¡Maldita sea! —exclamó Gabriel en voz baja, aunque siguió fingiendo su sonrisa.

—Quizás quieras esto —sugirió el joven frente a él sacando unos lentes oscuros de su mochila.

—Gracias, pero no creo que tuviera mucho sentido ahora —contestó el muchacho de aura azul susurrando—. Alma y María se preguntarán por qué me puse pupilentes si luego los voy a tapar con lentes oscuros. Creo que en todo caso será mejor ir para afuera para evitar preguntas de los demás que vayan llegando.

Marco y Lorena inmediatamente le dieron la razón al joven. José Luis iba también a acompañarlos, pero cambió de parecer en el momento en que Xóchitl hizo su aparición en la puerta del salón. El joven Cruzado decidió quedarse en compañía de su novia. A cualquiera que le preguntara después diría que lo había hecho para que Xóchitl no se fijara en Gabriel, aunque probablemente la verdadera razón era el hecho de querer pasar tiempo con ella después de todo lo que había entrenado en la mañana. En compensación, Adriana acompañó a los tres chicos dejando solas a Alma y María.

Inmediatamente Lorena se arrepintió de haber salido. No muy lejos del lugar se encontraba el chico que la ponía nerviosa. El joven la vio durante un segundo para luego voltearse, pero eso bastó para que la chica sintiera como su corazón se aceleraba y su estómago empezaba a bailar una extraña danza. Mariposas en el estómago, es lo que dirían muchos. Le pareció darse cuenta de que el chico la volteaba a ver de reojo mientras Adriana preguntaba cómo les había ido y los chicos contestaban, pero no podía concentrarse por estar viendo a aquel joven, que en aquel momento traía entre sus manos una de aquellas enigmáticas flores amarillas.

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