27. Los aprendices de Plutón

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—Gracias —susurró nerviosamente Jaime.

Thiana hizo un gran esfuerzo para voltear a ver al chico, al menos de reojo. No podía concentrarse plenamente en Jaime o la asaltaban las náuseas. Sin embargo, la joven sabía que su compañero controlaba en cierta manera su don con respecto a ella. Si Jaime no hiciera nada, la chia de aura negra no podría siquiera pensar en él, ya no digamos escucharlo.

—¿De qué? —inquirió ella.

—Por haberme curado después de que aquel chico me golpeó —contestó Jaime.

—Bueno, no podía dejarte simplemente morir —contestó Thiana con voz dura—. A Hades no le habría gustado.

Hubo otro momento de silencio antes de que cualquiera de los dos volviera a hablar. Thiana aprovechó para mirar la estructura del templo que los rodeaba, sacando de esa manera a Jaime de su cabeza para que no le siguieran dando náuseas.

—¿Sabes? Aunque aquel chico estuvo a punto de matarme me agradó —confesó Jaime a media voz.

La chica tardó un momento en procesar lo que le estaba diciendo su compañero.

—¿A qué te refieres con qué te agradó? —inquirió incrédulamente Thiana. Le hubiera gustado mirar directamente a su compañero en ese momento, pero aquello estaba descartado de antemano.

—Bueno, Thiana, desde que te conocí sabes que he confiado bastante en ti porque creo que me entiendes en muchas cosas que he vivido, porque tu situación ha sido similar, pero no por completo —contó el joven.

—Tú tampoco entiendes todo lo que yo he vivido —contestó ácidamente la chica.

—No lo digo para que te molestes, Thiana, pero es que estoy seguro de que esta es una de las cosas a las que tú jamás te has tenido que enfrentar —repuso Jaime apresuradamente—. Ambos sabemos bien lo que es que nadie nos pueda tocar, pero al menos tú has tenido el consuelo de las miradas. La gente que te quiere puede mirarte a los ojos y demostrarte sus sentimientos a través de una mirada, aunque no pueda hacerlo con el contacto físico.

Ante ello Thiana no dijo nada. Era cierto lo que le decía su compañero. Sus únicos recuerdos realmente felices eran las miradas que le dedicaban sus padres y luego su hermano mayor, incluso cuando a veces les asustaba ver que la vida alrededor de Thiana se extinguía como una vela. Bueno, al menos así había sido hasta que ella misma los acabó matando en un ataque de furia. Pero prefería no pensar en ello. No lo evocaba nunca de manera consciente y, si los recuerdos volvían, se encargaba de reprimirlos rápidamente.

—Yo nunca he tenido ni siquiera eso —contó Jaime y, por el tono de su voz, Thiana supo que estaba llorando—. Mi don jamás permitió que mis padres me dedicaran alguna mirada. Supongo que debería agradecer que mi madre fuera una Carnera que entendía que la repugnancia que sentía hacía mí era resultado de un don y no decidiera abandonarme para que muriera. Sin embargo, siempre me he preguntado que se sentiría que alguien te mirara directamente a los ojos y yo no lo había averiguado hasta que este chico lo hizo. Sé que es nuestro enemigo y sin embargo... siendo sinceros me emociona la perspectiva de verlo de nuevo sabiendo que él es inmune a mi don, que con él podría charlar y verlo a los ojos sin que estuviera luchando para no vomitar.

Thiana se quedó pensando en lo que le contaba su compañero. Nunca se le habría ocurrido mirar al chico de aura azul de esa manera, después de todo para ella era un obstáculo que su maestro le había dado la orden de quitar de en medio, pero una vez que Jaime lo mencionaba podía verlo de aquella manera. No creía que el joven fuera su tipo, ni mucho menos, pero podía ver las ventajas de estar con alguien a quien acariciar y abrazar sin temor a matarlo.

—Díganme que no es en serio —exclamó burlonamente una voz.

Ambos muchachos levantaron la mirada y vieron que su maestro Hades ya se encontraba en el lugar. Los miraba altaneramente, como si le molestaran las palabras que había oído.

—¡No es posible que ustedes se sientan así! —exclamó Hades—. Ambos tienen dones raros y bastante útiles, ¿y ustedes lamentan tenerlos porque no les da muchas oportunidades de interacción social?

Aunque Hades no podía verlo, Jaime bajó la cabeza. Thiana permaneció con una expresión impasible, como si no hubiera escuchado el comentario que les dedicó su maestro.

—A veces ustedes los humanos se comportan de una manera patética —continuó Hades—. ¿Para qué necesitan de otros con la clase de poder que tienen ustedes? Pero bueno, parece una debilidad general de su raza. Quizás no debiera reprochárselos porque seguramente lo tienen escrito en sus genes.

—Quizás por eso usted jamás lo entienda —fue la respuesta que dijo finalmente Thiana.

—Tienes razón, mi querida Thiana —contestó Hades pensativamente—. Pero resulta irrelevante mientras tengamos un objetivo en común, ¿no te parece?

—Concuerdo con usted —coincidió la muchacha mientras escuchaban a Jaime sorber por la nariz, cosa que tanto Neuma como humana ignoraron para no sufrir náuseas de más—. Y hablando de nuestro objetivo, ¿hay alguna noticia sobre el plan de Marte?

—Nada —contestó Plutón con voz suave—. No sé que se cree ese cabeza de piedra. Supongo que si no actúa rápidamente nos tocará a nosotros volver a la acción. Pero para ello, ¿ya encontraron algún nuevo escondite en México?

—No, todavía no, pero recuperamos la piedra de la invisibilidad —contestó Thiana.

—Esa es una buena noticia —contestó Plutón mientras se le ensombrecía el rostro—. Es una de las pocas reliquias de la Atlántida que no se han perdido a lo largo de los siglos y me hubiera contrariado que ustedes la hubieran perdido.

—Bueno, pero no lo hicimos —dijo nerviosamente Jaime en voz baja, de forma que no le costó nada ignorarlo a su maestro.

—¿Entonces nuestra tarea es solamente encontrar algún nuevo escondite en México? —inquirió la chica de aura negra.

—De momento —contestó el Neuma—. Necesitamos estar cerca de ese chiquillo de aura azul. Dicen que hay que mantener cerca a los amigos, pero aún más cerca a los enemigos.

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