37. Rastreo

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—Quizás necesitamos un plan —sugirió Gabriel nerviosamente.

El joven de aura azul y Marco se encontraban en las calles de la ciudad. En ese momento estaban justo frente un gran zaguán de color verde.

—¿Qué clase de plan quieres? —preguntó Marco confundido.

—¿Qué tal si no vive aquí? —inquirió el joven Costa—. ¿Qué vamos a decirle a quien viva aquí?

—Gabriel, esta es la localización que me mostró el hechizo de ubicación con la flor que me diste —contestó el chico Martínez al mismo tiempo que tocaba el timbre de la vivienda.

—Pero es que ni siquiera estamos seguros de que aquella flor realmente le perteneciera a Cristóbal —respondió el muchacho de aura azul preocupado—. Tú viste que ni siquiera Lorena estaba segura ya de ello.

—Pero es nuestra mejor pista —comentó Marco sin prestarle mucha atención a su amigo—. Realmente siento que ninguno de las chicos nos haya acompañado. Quizás a ellos se les ocurriría alguna manera de hacer que dejes de hacer tantas objeciones.

—Tal vez a Lorena —concedió Gabriel enrojeciendo ligeramente—. Pero ella es la única que de cualquier manera no podía venir porque tiene que trabajar.

—Sí, pero creo que Chelis y Adriana pudieron haber dejado plantados a sus novios por una vez —comentó el joven Martínez mientras fruncía el ceño—. O Vanya pudo haber hecho el esfuerzo por venir. Quiero decir, tú viniste, tarde pero viniste.

—José Luis hubiera querido intentarlo —comentó Gabriel—. No tenía planes con Xóchitl, por lo que creyó que sencillamente debía salir del inglés para acompañarme hacia el metro. Sin embargo, de repente Xóchitl estaba ahí en la puerta en una visita sorpresa. Creo que si no hubiera sido por la cara que puso ella cuando comenzó a sospechar que su novio tenía otros planes él si hubiera venido.

—¿Se molestó porque José Luis tuviera otros planes? —inquirió el joven de aura verde algo sorprendido. Nunca le había parecido que su compañera de clases fuera novia del tipo celoso.

—No —negó rápidamente el otro chico con una sonrisa—. Era más una cara de arrepentimiento. Creo que ella se sentía auténticamente mal de interrumpir cualquier cosa que estuviera planeando Chelis. Ella se hubiera retirado sin rechistar del lugar, pero me di cuenta de que eso implicaría que Chelis se sentiría mal por ella después. Así que yo le dije que no se preocupara, que yo me encargaría del asunto solo.

—Muy amable de tu parte —comentó Marco mientras se le quedaba viendo atentamente a su amigo con una mirada intensa.

—¿Qué sucede? —preguntó Gabriel un tanto confundido.

—Solo me preguntaba... —comenzó a decir el chico Martínez.

—¿Qué? —cuestionó el joven Costa al darse cuenta de que su amigo no continuaba con su frase.

No obstante, Marco en realidad no tenía deseos de expresar lo que pasaba por su mente en voz alta. Todas las cualidades positivas de su amigo le hacían preguntarse cómo demonios había pensado alguna vez en poder evitar enamorarse de él. Pero no podía cejar en ese empeño o todo se desmoronaría.

—Yo solo... —dijo Marco intentando encontrar alguna manera de concluir lo que había estado diciendo—. Solo me preguntaba por qué te tardaste tanto en llegar al metro ¿Acaso tu clase se alargó más de lo normal?

Sin embargo, el chico de aura azul no tuvo oportunidad de contestar a aquella pregunta, pues la puerta de la casa se abrió en ese momento hacia dentro.

—Buenas tardes. ¿Qué se les ofrece? —les preguntó una mujer de aproximadamente cincuenta años y de apariencia amable.

—Venimos a ver a Cristóbal —contestó inmediatamente y de manera muy segura el chico Martínez—. Somos compañeros de la preparatoria.

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