5. Invitación

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—¡Ay, Marco! —exclamó Gabriel cansinamente—. ¿Puedes dejar de preocuparte por ello?

Lorena suspiró ruidosamente. Esperaba que los demás interpretaran su suspiro como una expresión de una exasperación similar a la de su amigo de aura azul. No obstante, la verdad era que su suspiro era más bien debido a que sabía muy bien cuál era la razón de fondo por la que a Marco no le importaba que ya hubieran pasado dos días enteros desde el incidente con la chica del don desconocido y seguía preocupándose por ello. Resultaba difícil de creer que el joven Martínez pretendiera decir que solo veía a Gabriel como un amigo considerando la intensidad de esos sentimientos.

—Pero... —comenzó Marco por enésima vez.

—Mírame —le pidió Gabriel mientras extendía los brazos y daba una vuelta—. ¿Ves que haya algo mal? No. Así que deja de preocuparte. Sabes perfectamente que no necesito protección. No soy el chico desvalido que creías y lo sabes muy bien.

Ante esas palabras el muchacho de aura verde se mordió el labio, seguramente conteniendo algo que sintió el impulso de decir pero lo reprimió al darse cuenta de que no tendría lógica.

Mientras tanto, los tres chicos habían llegado a su salón de clases para enfrentarse al cuarto día del ciclo escolar. En el aula ya se encontraban algunos de sus compañeros.

—¿Ahora a ustedes qué les pasa? —preguntó Azucena mirando las expresiones de los chicos que acababan de llegar.

—Marco está enloqueciendo, eso es todo —contestó Lorena mientras dejaba su mochila en la silla que solía ocupar.

—Eso no es noticia nueva —bromeó su compañera detrás de sus anteojos—. Cuéntenme algo que no sepa.

Aquella broma consiguió arrancarle una carcajada a Gabriel, quien solo dejó su mochila en su asiento predilecto antes de volver a salir del salón. Al parecer no tenía muchas ganas de seguir siendo cuestionado por Marco sobre su seguridad.

—Por supuesto que no estoy enloqueciendo y lo sabes —le reclamó el muchacho Martínez a Lorena en voz baja en tanto dejaba su mochila el el asiento frente a ella—. Solo estoy preocupado y tengo razones válidas para ello. ¿Sabes del número de ataques que Gabriel va a ser blanco durante los próximos meses?

—¿Y sabes cuántos de ellos van a dar resultado? —inquirió a su vez Lorena—. Ninguno que involucre magia.

Tras esas palabras la cara de Marco empalideció con claridad.

—No había pensado en eso —expresó de pronto muy angustiado.

—¿De qué hablas? —le preguntó Lorena con confusión para después ver de reojo a sus compañeros, asegurándose que ninguno de ellos les prestaba atención.

—El escudo de Gabriel lo protege de la magia, pero no creo que haga lo mismo con los ataques físicos —susurró muy agitado Marco mientras se mordía un dedo—. Los Carneros llegarán tarde o temprano a la misma conclusión.

—Claro, porque debe ser muy sencillo atacar a un chico que sabe artes marciales y se está entrenando para realizar magia con su aura —expresó Lorena sin poder evitar ser sarcástica—. Pero por supuesto, porque eso explicaría porque tú sigues con vida, ¿verdad?

Finalmente Marco desvió la mirada. No tenía argumentos contra esa lógica.

La muchacha Oranday se sintió un poco mal por su amigo, pero sabía que necesitaba que alguien le ayudara a poner sus ideas en orden. Sobre todo también porque si continuaba así lograría volverla loca también a ella.

—Te empeñas en querer proteger a Gabriel cuando él no necesita ningún tipo de protección, Marco —señaló la chica seriamente.

—Temía que dijeras eso —contestó Marco suspirando profundamente.

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