49. Lidiando con ello

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—¿Qué hiciste qué? —inquirió Marco para después quedarse con la boca abierta.

El chico Martínez no fue el único en la habitación en sorprenderse. Realmente también Gabriel, Vanya y Adriana se quedaron asombrados ante la declaración de José Luis.

—Le conté la verdad a Xóchitl —repitió el joven muy seguro de sí—. No tenía otra opción después de retirar el encantamiento de Lorena y darme cuenta de que ella no se cuidó de que no la vieran utilizar magia.

—Pudiste haberle dicho que se lo había imaginado —le contestó Marco al tiempo que negaba con la cabeza—. No hubiera sido tan difícil de creer considerando que ella sabía que tenía la mente ofuscada. ¿Sabes el peligro en qué la has puesto?

—Lo sé perfectamente, Marco, pero Xóchitl jamás se hubiera conformado con una explicación tan banal —repuso Chelis tranquilamente—. Además, si no le hubiera explicado las cosas no hubiera accedido jamás a seguirse comportando como el resto del grupo y me hubiera estado molestando con por qué Lorena y nosotros estamos distanciados.

—En pocas palabras, en realidad en esta ocasión la protegió con la verdad —concluyó Adriana tras pensarlo un momento.

—La pudo haber protegido por ahora —opinó Marco mordiéndose el labio—. Sin embargo, a largo plazo...

—Pensaremos en ello cuando llegué el momento —afirmó simplemente Gabriel—. Chelis hizo lo mejor que se pudo hacer en este momento para que Xóchitl no levante las sospechas de Lorena. De hecho, quizás podría servir como espía en las filas enemigas.

—No voy a hacer que Xóchitl se arriesgue de esa manera —saltó inmediatamente José Luis, perdiendo el aplomo que había estado mostrando hasta ese momento.

—De todas formas no se lo pediríamos —interrumpió Vanya intentando tranquilizar a su amigo.

—Yo creo que habría darle la oportunidad de escoger —opinó Gabriel ganándose con ello una mirada furibunda de su amigo de aura verde oscura.

—Creo que tienes suerte de que no te afecten los ataques áuricos, Gabriel —le susurró Adriana con una mezcla de diversión y miedo.

—Bueno, lo hecho está hecho —aceptó Marco tras haberse restregado el rostro con una mano—. Creo que después de todo Gabriel tiene razón, habrá que ocuparnos de ello cuando resulte un problema. Por ahora resulta una ventaja y habrá que conformarse con ello. Sin embargo, eso no resuelve nuestro problema con Lorena.

Los chicos se quedaron en silencio meditando sobre aquel asunto. Vanya había sugerido que pidieran ayuda al Consejo Alejandrino, pero los demás se habían negado. Jean seguía sin aparecer, por lo que el encargado principal era Wazir y ninguno de ellos se fiaba de él. Gabriel incluso había asegurado que probablemente el hombre árabe mandara a asesinar a Lorena por confabularse con un Carnero. Marco le había contestado que aquello no podía ser, puesto que los Alejandrinos no mataban a los Carneros, sino que los mandaban a la prisión de Anagénesi. Era curioso que su argumentación se hubiera basado en el esquema seguido por los Alejandrinos y no en el carácter de Wazir.

—¿Por qué no podemos mandarla a Anagénesi? —inquirió de repente Vanya—. En ese lugar podrían ayudarla a reestablecerse, ¿no?

—Sí. Después de todo esa es la misión de Anagénesi, reeducar Carneros para que dejen de apoyar a los Neumas —contestó Marco con pesadumbre—. Sin embargo, el proceso es tardado. Nos enfrentaríamos al problema de tener que justificar la desaparición de Lorena ante su familia y ante todos sus conocidos. Podríamos fingirla muerta, pero eso implicaría que Lorena no tendría la oportunidad de ver a todos sus conocidos no Alejandrinos una vez recuperada. Preferiría evitar ese camino a menos que no existiera otra alternativa.

—Concuerdo con Marco —opinó Gabriel al escuchar aquello.

—Yo también —añadió Adriana.

—Y yo —declaró José Luis.

—Viéndolo de esa manera yo también creo que no es buena idea —opinó finalmente Vanya.

Los jóvenes se quedaron otro rato en silencio meditando lo que podían hacer para devolver a Lorena a la normalidad. Sin embargo, después de otro rato a ninguno se le había ocurrido una nueva idea.

—Debemos estar enfocando este asunto mal —comentó Gabriel pasándose las manos por el cabello—. Me da la impresión de que la solución es más sencilla de lo que creemos, algo que ya deberíamos saber.

—Un hechizo que afecta a la mente jamás tiene una solución sencilla —repuso Marco molesto—. ¡No se trata de un cuento de hadas donde todo se resuelve con un beso, Gabriel!

—¿Qué tienen que ver los cuentos de hadas con lo que estamos viviendo ahora? —preguntó Gabriel mirando con el ceño fruncido a su amigo.

—No sé. Tú, dímelo, después de todo tú eres al que le encantan —contestó Marco poniéndose de pie.

—¡Eh! —llamó la atención Chelis—. Basta. Estamos bajo mucha presión, pero esa no es razón para perder la cabeza y atacarnos entre nosotros. De atacarnos se encargarán Lorena y Esau.

—Chelis tiene razón. Lo siento mucho, Gabriel —se disculpó Marco tras respirar profundamente—. Discúlpame, pero me siento muy frustrado conmigo mismo. Soy su maestro Alejandrino y me molesta no tener la respuesta al problema. Tienes razón, no sé porque se me vino a la cabeza lo de los cuentos de hadas.

—No te preocupes, por supuesto que te perdono —contestó el chico de aura azul quitándole importancia al asunto con un gesto—. Entiendo perfectamente como te sientes porque yo me siento así.

—Okey, ¿qué les parece si hacemos la promesa de no pelearnos entre nosotros? —sugirió Adriana—. Hay que elegir una palabra, la que sea, pero que no sea una que usemos comúnmente y cuando uno la utilice significará que los demás tienen que tener cuidado con lo que dicen y hacen. ¿Les parece?

A los demás les pareció la idea. Gabriel sugirió la frase femme fatale, pero los demás le recordaron que esa ya la había elegido para referirse a Lorena, al menos a la Lorena enamorada de Esau. Al final, la palabra elegida fue chinicuil. Todos acordaron que les ayudaría a cuidarse de las peleas, puesto que cuando cualquiera de ellos dijera esa palabra sin más seguramente les ganaría la risa.

—Lo cual, además nos demostrará que incluso en las peores situaciones se puede sonreír —opinó Gabriel con una sonrisa.

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