50. Traición

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Vanya se subió al autobús para ir al metro sola. Aunque normalmente se iba con Gabriel y Marco hasta la estación más cercana, aquel día los chicos habían decidido quedarse otro rato en la escuela. Habían invitado a la muchacha a acompañarlos, pero ella solo quería irse a casa. Estaba harta. El plan del chinicuil no había funcionado como habían esperado. Era cierto que les había evitado un par de peleas durante los últimos días, pero no les había logrado arrancar la carcajada que habían esperado en un principio. Ninguno de ellos tenía la risa a flor de piel considerando que todos sus compañeros los trataban como si fueran unos parias. A partir del regreso de Lorena se sentaban en el rincón más alejado del escritorio del profesor, con al menos una fila de asientos vacíos a su alrededor tanto por un lado como por delante. Además, cuando hablaban todos los volteaban a ver de manera despectiva o con miradas cargadas de odio. Algunos docentes habían notado ya la situación, incluso su profesor Mauricio se había acercado a ellos para preguntarles qué sucedía. A Vanya le hubiera encantado contar con la ayuda de un adulto en esa situación, pero ¿qué se suponía que le contara? ¿La verdad o le decía que no sabía por qué de repente todos sus compañeros los odiaban? Mauricio no creería la verdad y con la mentira no se le ocurriría nada que pudiera ayudarles.

El camión que iba hacia el metro iba prácticamente vacío. Vanya se dirigió sin dudar un solo momento hasta uno de los asientos más cercanos al fondo del camión, donde pudiera estar sola con su dolor. Se quedó contemplando la oscuridad exterior por la ventana mientras el camión arrancaba, deseando poder encontrar un rayo de luz entre toda la oscuridad que reinaba fuera, como si de esa manera fuera capaz también de encontrar algo que iluminara su interior.

—Un día difícil, ¿eh?

Vanya se sobresaltó al escuchar aquella voz. Estuvo a punto de soltar la mochila que llevaba sobre su regazo donde guardaba todas las cosas de la escuela. Aquella voz era la única que sabía que lograría emocionar a su corazón incluso aunque se encontrara en el fondo del abismo más profundo.

—¡Sebastián! —exclamó incrédulamente la chica al contemplar al joven que se hallaba sentado junto a ella. Ni siquiera se había percatado del momento en que el chico se había sentado a su lado.

—Es Lorena, ¿verdad? —dijo el muchacho más como afirmación que como pregunta.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Vanya sorprendida.

La sorpresa no era para menos. Incluso si la última vez que había visto al joven le habían cuestionado por la chica, sería mucho creer que él pudiera afirmar de forma tajante la relación entre ello y el cómo se encontraba Vanya considerando el tiempo que había pasado.

—He estado investigando un poco desde nuestro último encuentro —declaró Sebastián inclinándose hacia la muchacha—. Después de que me reclamaran aquello llegué a la conclusión de que algún Carnero les estaba preparando alguna clase de trampa. Eso no podía permitirlo.

—¿Por qué? —inquirió Vanya confundida—. Tu misión debería ser acabar con nosotros.

La voz de la chica se quebró ante sus últimas palabras. Era doloroso amar a un hombre cuyo objetivo era destruirlos a sus amigos y a ella.

—Sé sincera, Vanya. ¿Tú les permitirías a tus amigos que intenten acabar conmigo? —preguntó el joven mientras la miraba fijamente a los ojos.

—No —contestó inmediatamente la chica. Aquello no tenía ni siquiera que pensarlo.

—Yo tampoco puedo hacer eso contigo —le explicó el Carnero sonriendo ligeramente—. La idea me resulta insoportable. Lo debiste haber notado desde la primera vez que nos enfrentamos como Carnero y Alejandrina. Solo por ti me detuve. Si no hubiera sido por ti yo habría acabado con Marco y quizás con los demás sin ningún atisbo de duda.

Libro AmarilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora