40. Explicaciones

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—Disculpa, ¿qué me decías?

Vanya se percató de que Gabriel la miraba fijamente, como si esperara una respuesta. La chica de aura rosa no le había estado prestando atención a su amigo aunque este llevaba un buen rato hablándole.

Ambos chicos se habían quedado solos en el salón de clases después de que Marco se hubiera llevado a Mireya y a Jacob a un paseo por los terrenos de la escuela, ya que el joven inglés se había sentido interesado porque hubiera un vivario en el recinto escolar; y sus otros tres amigos se hubieran ido a comprar algo de comida fuera.

—Evidentemente Lorena no es la única que anda extraña últimamente —comentó Gabriel frunciendo pronunciadamente el ceño ante la actitud de su amiga.

—Perdóname, Gabriel, pero es que tenía otras cosas en la cabeza —contestó Vanya con una sonrisa que sin embargo no se alcanzó a reflejar en sus ojos.

—¿Se puede saber cuáles son esas cosas? —inquirió el joven Costa.

Por toda respuesta la chica de aura rosa soltó un gran suspiro, pero antes de que pudiera contestar una voz en el marco de la puerta llamó la atención del chico de aura azul.

—Gabriel, ¿puedes salir un momento?

Al oír su nombre, Gabriel no pudo hacer menos que voltear la cabeza y se llevó una sorpresa cuando vio a Cristóbal ahí parado. No lo había topado desde que Marco y él habían ido a hablar con él a su casa, a pesar de que ya habían pasado varios días de clase.

—Claro —respondió inmediatamente el joven Costa poniéndose de pie y olvidándose de lo que estaba hablando con Vanya. Le dedicó un gesto invitándola a acompañarlo, pero al parecer la chica de aura rosa no estaba interesada en salir siguiendo a Cristóbal.

El muchacho de aura amarilla adelantó a Gabriel hasta una jardinera no muy lejos del salón de clases del que había sacado al chico. Al muchacho de aura azul le dio la impresión de que el otro chico parecía preocupado. Solo esperaba que eso no significara que el joven le llevaba malas noticias.

—Y bien, ¿qué sucede? —le preguntó al chico Luna cuando hubieron llegado a la jardinera.

—¿Le sucede algo a Lorena? —inquirió Cristóbal inmediatamente.

En cierta manera, aquello relajó a Gabriel. Le parecía obvio que Cristóbal se preocupara por su amiga después de lo que había visto cuando estaban juntos, además de que en ese momento tenía la confirmación justamente de lo que le estaba diciendo a su amiga de aura rosa momentos atrás.

—Okey, ahora sé que realmente no soy el único que piensa que ha estado actuando de manera extraña —expresó el muchacho en voz alta.

—Me la topé hace rato —explicó Cris algo apenado—. No sé, me pareció fría, distante. No tiene mucho que ver con la imagen que tenía de ella.

—Yo tampoco estoy seguro, pero sí te puedo asegurar que no parece ella estos últimos días—le confirmó Gabriel.

—Pero no sabes qué tiene —concluyó Cristóbal quedándose pensativo.

El chico de aura azul tenía algunas ideas, pero no le pareció que fuera el momento de sacarlas a colación. Después de todo, la mayoría de ellas estaban relacionadas con la desaparición del chico que en ese momento lo acompañaba. Por otro lado, creía que había algo más importante de lo que debían hablar.

—No, pero estoy seguro de que lo averiguaré —fue lo que dijo finalmente el joven Costa—. En cuanto a lo otro...

—¿Qué otro? —inquirió Cristóbal con confusión.

—Alejandrinos, Carneros... ¿qué has pensado? —interrogó Gabriel balanceando la cabeza.

—Oh, de eso. No he pensado mucho, la verdad. Hay veces que aún pienso en ello y me parece una auténtica locura —explicó el chico Luna mientras se le quedaba viendo al árbol que estaba en medio de la jardinera donde se hallaban—. Si no fuera porque puedo controlar mi aura seguramente pensaría que tú y Marco me jugaron una especie de broma.

—Bueno, pero tienes tu aura y sabes que no es ninguna broma —le señaló el chico de aura azul.

—Eso hace cierto lo del aura, pero no necesariamente lo de los Nómadas y su complot para controlar el mundo —replicó Cristóbal volteando a ver al otro chico.

—¿Nómadas? —repitió Gabriel frunciendo el ceño. ¿Cuándo habían hablado de unos nómadas?

—Esos tipos milenarios que son diferentes a los seres humanos y quieren recuperar el control del mundo —explicó el chico de aura amarilla.

—¡Ah, los Neumas! —corrigió Gabriel finalmente entendiendo el sentido de lo que le decía el otro chico—. ¿Y qué tengo que hacer para que creas en ellos? ¿Presentarte a alguno?

—¿Podrías hacerlo? —preguntó Cristóbal.

La expresión del rostro de Cris era de auténtica curiosidad. El chico Costa supo que el otro muchacho estaba hablando muy en serio.

—No lo sé —confesó él agarrándose distraídamente la barbilla—. Hasta el momento yo solo he conocido a un par en batalla, pero no sé si alguno se preste para charlar tranquilamente frente a frente. Quizás pueda presentarte a alguno después de la ceremonia del Fuego Nuevo.

—¿La ceremonia del Fuego Nuevo? —repitió confundido Cristóbal.

—Es una ceremonia que realizan los Neumas y a la que fui invitado —contestó Gabriel mientras seguía luciendo pensativo—. Solo no les digas a mis amigos, por favor. Saben que me invitaron, pero no están de acuerdo en que vaya.

—¿Por qué? —inquirió el chico de aura amarilla.

—Creen que puede ser peligroso —contestó el chico de aura azul—. Se les olvida que tengo el don de la protección frente a la magia, una de las auras más poderosas y que además voy como invitado de honor, con lo cual los Neumas y Carneros se comprometen a no hacerme daño.

—Tu don suena mucho mejor que el mío —comentó Cristóbal un tanto desanimado.

Aquello tomó desprevenido a Gabriel, quien tuvo que inventarse algo rápidamente para animar a su amigo.

—Supongo que el tuyo también debe tener sus aplicaciones —le dijo al tiempo que componía una sonrisa—. Además, el mío no fue tan bueno durante mucho tiempo, considerando que fue el responsable de que creyéramos en un principio que no tenía aura y, hasta hace poco, pensábamos que era imposible que cualquier clase de magia lo traspasara.

—¿Quieres decir que hay magias que sí lo traspasan? —preguntó Cristóbal.

Bueno, Gabriel era el que había abierto el tema, así que suponía que debía explicarle bien las cosas a su compañero.

—Es una cuestión de voluntad. Mi escudo se activa en cuanto la magia se dirige hacia a mí, pero si tengo la decisión de que esa magia me afecte el escudo permanece inactivo.

—¡Oh, vaya!

El chico de aura amarilla parecía estar asintiendo más por compromiso que por verdaderamente haber entendido lo que Gabriel estaba intentando explicarle. Sin embargo, el chico Costa decidió que lo que el otro necesitaba para procesar ello era tiempo, por lo que decidió retomar otro tema.

—Mira Cristóbal, no puedo presentarte a un Neuma en este momento —declaró con convicción—. Pero te necesitamos si queremos que los humanos sigamos siendo libres en la Tierra. Y te aseguro que si te unes a nosotros te encontrarás a unos cuantos próximamente.

Por toda respuesta el muchacho de aura amarilla sonrió. Gabriel sabía que aquello no era un sí, pero algo en su interior le decía que prontamente Cristo les diría que se unía a los Alejandrinos.

Libro AmarilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora