39. Ares

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—¡No es posible! —exclamó con furia una voz grave y poderosa.

Un chico idéntico a Jacob Evans se encontraba sobre sus rodillas en medio de un claro hermoso y pacífico. El único movimiento que se notaba en el lugar eran la hierba y las flores que se mecían con la suave brisa que soplaba. El muchacho parecía asustado, respiraba rápidamente mientras su mirada se encontraba clavada en la Tierra.

—De verdad lo siento, maestro —exclamó el chico poniendo la frente en el suelo.

—¿Crees que tu estupidez puede arreglarse con solo decir lo siento? —preguntó la misma voz airada del principio. A juzgar por la dirección de la que provenía, su dueño se encontraba oculto en un conjunto de árboles que bordeaban el claro.

—Sé que no, maestro —contestó el joven aún con el rostro contra el suelo.

—Lo sabes, pero eso no ayuda en nada —expresó la voz molesta—. Dame una buena razón para que no deba dejar que Fobos y Deimos te coman en este preciso momento.

Un temblor recorrió la espalda del chico mientras dos figuras aparecían en el borde del claro. Tenían forma de sátiro, con una altura aproximada de un metro y medio, uno con un color de piel rojizo y el otro azulado. Los pequeños cuernos quedaban medio ocultos en sus cabelleras de cabellos ondulados, la una de un vivo color rojo y la otra de un frío azul. Sus ojos eran totalmente blancos, sin rastros de

pupilas ni iris. Sin embargo, el presente sabía que no las necesitaban para verlo.

—Porque quizás no todo esté perdido —contestó rápidamente el joven intentando controlar el miedo en su interior. Sabía que de lo contrario Fobos y Deimos ganarían fuerza y le sería imposible enfrentarse a ellos—. La chica que tomó la poción me vio inmediatamente a mí y creo que podríamos usarla para lograr acabar con el chico de aura azul y también con los demás Alejandrinos.

—Ella no tendrá el poder de atravesar su don mágico, al igual que todos los demás —dijo la voz grave entre los árboles. Sin embargo, la voz había comenzado a sonar intrigada.

—Pero es amiga del chico —repuso inmediatamente el hombre en medio del claro mientras finalmente levantaba el rostro—. Seguramente ella conoce mejor que otras personas alguna debilidad que tenga ese chico y, si ahora ella tiene una fijación conmigo, no me costará trabajo convencerla de que me la cuente o incluso de que ella misma haga el trabajo sucio.

Un silencio bastante tenso siguió a esa declaración. El hombre inglés no se animó a decir nada más. Esperaba con ansiedad que la respuesta de su maestro no fuera ordenar a Fobos y Deimos que se lanzaran contra él.

—Creo que tu plan puede funcionar, Esau —expresó la voz entre los árboles en un tono mucho más calmado.

—Funcionará señor, me encargaré de ello —aseguró Esau, el hermano gemelo de Jacob, inclinando la cabeza.

—Más te vale que así sea —exclamó la voz entre los árboles—. De lo contrario no tendrás que enfrentarte a Fobos y Deimos, tendrás que responder ante mí, el gran Ares.

—Verá que así será, señor —exclamó el inglés poniéndose de pie.

—Entonces vete y encárgate de que este nuevo plan realmente funcione —ordenó Marte con su voz profunda.

Esau dio un seco asentimiento con la cabeza antes de darse la vuelta. Por el rabillo del ojo le pareció darse cuenta de que Fobos y Deimos parecían decepcionados, pero no se quedó a averiguarlo. Caminó directamente en dirección contraria de donde había salido la voz de Ares para internarse entre los árboles. Hasta que no hubo salido a un sendero aligeró el paso.

—Bueno, si cambia de parecer aquí ya no podrá alcanzarme —se dijo a sí mismo Esau.

El mundo alterno de Marte tenía una curiosa constitución. No se trataba como en el caso de otros Neumas de mundos a los que hubiera de ingresarse por una puerta o abertura. Ni siquiera se necesitaba de la magia para entrar y salir. Ares había sido encerrado por los Alejandrinos en un pacífico claro mediante un hechizo que le hacía imposible a él abandonarlo. Ares solo podía internarse un poco entre los árboles, pues si seguía caminando para adentrarse más de alguna extraña manera terminaba nuevamente en el claro del que había salido. Los Alejandrinos habían acertado al encerrar de aquella manera al dios de la guerra. Ares odiaba la tranquilidad que imperaba en aquel claro, donde todo siempre era verde no importando cuantos encantamientos de cambio intentara el Neuma.

—Tengo que lograr que esa chica lo haga —se dijo el joven Evans mordiéndose el labio—. No será difícil convencerla ahora que está enamorada de mí. Sin embargo, necesitará de algo de persuasión para atacar a sus amigos.

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