14. Confesiones

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—¿Y? ¿Por qué me lo dices a mí?

Daniela y Miguel se encontraban en casa de Octavio. Este último se había retirado para preparar un poco de café y ese momento lo había aprovechado Miguel para confesar algo muy importante.

—Creo que tienes razón —comentó el joven sin poder evitar sentirse algo dolido—. Fue un error creer que te importaría un poco. Se me olvidaba que lo único importante para ti son tus sueños frustrados con Marco.

Las manos de Daniela se tiñeron de una suave luz verde mientras las flexionaba para formar puños.

—Cuida tus palabras, Miguel, a menos que quieras que te pase algo malo —le advirtió Daniela.

—No veo por qué yo tendría que cuidar las mías mientras que tú puedes decir lo que te viene en gana tan despreocupadamente —contestó el chico alzando los hombros.

Dos destellos de luz, uno de color verde y otro de color vino, se sucedieron en la habitación. Miguel apenas había tenido tiempo de reaccionar antes de que lo golpeara el encantamiento de Daniela.

—¿Qué está sucediendo por allá? —inquirió la voz de Octavio desde la cocina. Al parecer hasta allá habían resultado visibles las luces que habían producido los encantamiento de ambos chicos.

Miguel y Daniela ya no se encontraban sentados, sino que ambos se habían puesto de pie y se encontraban mirándose amenazadoramente a la cara.

—Apuesto a que estás acostumbrada a que todo mundo agache la cabeza cuando atacas, Daniela, pero yo no seré de esos —afirmó tajantemente Miguel—. Estoy seguro de que tus posibilidades de ganarme en una batalla son mayores, pero eso no quiere decir que no lo intentaré. Prefiero morir en el intento que ponerme como tapete frente a ti para que me trates como te venga en gana.

—Podría cumplir tu deseo —le contestó Daniela con una mueca feroz.

Miguel estuvo a punto de decirle "inténtalo", pero se contuvo justo a tiempo. Sabía que si le decía eso a la chica, ella no tendría más opción que efectivamente intentar matarlo debido a su don.

—¿Por qué no lo intentas, Daniela? —preguntó en lugar de ordenar.

La muchacha hizo un gesto despectivo con la boca antes de salir del salón. Miguel pensó que simplemente se dirigiría hacia la cocina para estar con Octavio, ya que hasta donde él sabía, el Alejandrino de aura naranja era el mejor amigo de la chica. Sin embargo, en vez de eso oyó la puerta de entrada cerrarse y comprendió que Daniela se había marchado de la casa.

—¿Qué fue lo que pasó? —inquirió Octavio al regresar finalmente a la habitación transportando una bandeja con un plato de galletas y tres tazas de café.

—Daniela se marchó —contestó Miguel.

—Bueno, sí, eso resulta obvio —expresó Octavio poniendo los ojos en blanco—. Yo me refería a qué sucedió entre ustedes. ¿Qué fue lo qué hiciste para que Daniela se enojara?

—Solo le dije que lo único que le importaba eran sus sueños frustrados con Marco y luego que no me iba a poner como tapete como seguramente está acostumbrada a que la gente se ponga cuando ella hace destellar su aura —contó el joven en un tono defensivo.

Ante aquella respuesta el hombre dueño de la casa soltó un suspiro antes de acomodarse frente a su butaca favorita.

—Pobre Daniela —comentó Octavio tomando asiento.

—¿Pobre? —repitió incrédulamente Miguel—. ¡Está acostumbrada a pasar encima de todo el mundo solo porque tiene un aura poderosa! Yo no diría que eso es ser pobre.

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