11. Sin espíritu

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Lorena se sintió aliviada cuando finalmente vio entrar a Marco y a Gabriel por la puerta. El segundo tenía pinta de haber estado llorando, lo cual no resultaba del todo sorprendente después del estado en que se había retirado; mientras que los sentimientos del primero parecían revelar que no había sabido bien cómo lidiar con la situación. Afortunadamente, nada indicaba que hubieran sido víctimas de otro ataque perjudicial.

La profesora les dedicó una mirada pesada a ambos mientras interrumpía brevemente la explicación que estaba dando, pero no hizo ningún comentario en voz alta. Ella misma les había dicho en su primera clase que eran libres de venir e ir como les placiera, si bien parecía creer que un estímulo como esa mirada hacía que los alumnos llegaran a tiempo a su clase. Lo cierto era que en la mayoría de los casos había funcionado. Incluso alumnos como Tomás, Diego e Irma; quienes siempre llegaban tarde, preferían intentar llegar lo más posible temprano a esa clase.

—¿Por qué tan tarde, Marco? —le preguntó Alma, una de las chicas que se sentaban enfrente que siempre se juntaba con Irma, Viridiana y María.

—Un ligero contratiempo —contestó Marco sin poder evitar mirar de reojo a Gabriel.

Afortunadamente, pareció que aquel movimiento no hizo que Alma notara que su otro compañero tenía los ojos rojos y un tanto hinchados; probablemente porque el chico Costa se encargó de ocultar su rostro mientras buscaba su libreta dentro de su mochila.

Tras ese pequeño comentario la clase se sucedió con rapidez, si bien Lorena sintió varios sentimientos de hastío en sus compañeros y Gabriel reunió varias hojas con notas. Seguramente se había estado evadiendo de cualquier cosa que le estuviera pasando por la cabeza anotando todo lo que la profesora iba diciendo.

Una vez que la maestra hubo salido del salón, Gabriel respiró profundamente para después voltearse hacia Lorena. Se veía mucho más tranquilo que cuando había entrado al salón de clases.

—¿Cómo estás? —le preguntó la joven Oranday en voz baja para no atraer la atención de sus compañeros, si bien Adriana se dio la vuelta hacia ellos para incluirse en la plática.

—No estoy seguro de momento —respondió Gabriel con una pequeña sonrisa que no alcanzó sus ojos—. Pero pasará, lo sé. No es la primera vez que... —El muchacho hizo una pausa para luego inhalar fuertemente. Evidentemente no quiso continuar la conversación sobre lo que le pasaba, puesto que optó por cambiar el tema rápidamente diciendo—: ¿Alguna quiere salir a comprar algo?

—¿Quieres ir a comprar? —inquirió Adriana con cautela.

—Tengo antojo de algunas frituras —contestó Gabriel poniéndose de pie—. ¿Me acompañan?

—Yo sí —contestó Lorena.

La chica sabía que aquella era la decisión más sensata que podrían tomar. El hecho de que Gabriel se hubiera puesto de pie significaba que estaba decidido a salir del salón lo acompañaran o no sus amigas. Lo último que necesitaban era que se perdiera nuevamente.

—Bueno, vayamos a ver —coincidió Adriana poniéndose también de pie.

Los tres jóvenes les preguntaron a Vanya y Chelis, quienes se encontraban sentados del otro lado, si gustaban acompañarlos. La primera declinó la oferta diciendo que prefería ir a la biblioteca para adelantar un trabajo. Por su parte, José Luis estaba entretenido con Xóchitl, Tomás y Paulo, por lo que no estaban muy seguros de que les hubiera escuchado. Lo mismo podía decirse de Marco, quien estaba charlando con Alma e Irma. Sin embargo, en cuanto vio que sus amigos se dirigían hacia la puerta del salón inmediatamente les preguntó adónde iban.

—Allá fuera a comprar —le respondió Adriana.

—Los acompaño —anunció Marco antes de pararse él también.

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