46. De regreso a la escuela

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—¡Esto está mal, esto está mal! —exclamó Gabriel mordiéndose el labio.

—El que lo repitas no va a hacer que las cosas mejoren —le dijo Adriana con la tristeza impregnando completamente su voz, de manera que su amigo no podía tomar aquellas palabras como un reproche.

Los chicos iban llegando a la escuela después de una reunión en casa de Octavio donde habían conversado sobre lo que harían respecto a su amiga de aura lila. No habían podido llegar a ninguna conclusión, puesto que Marco les había recordado que, como se los había enseñado en sus entrenamientos, para deshacer la naturaleza del encantamiento con el que Esau la había hechizado, primero necesitaban conocerla. Para ello, requerirían acercarse a su amiga lo suficiente para que esta, o Esau en su defecto, los atacara, lo cual dificultaría la tarea. Además, el conocer el hechizo que actuaba sobre la muchacha no implicaba que pudieran romperlo en el momento. Si se trataba de una magia poderosa, les haría falta tiempo para deshacerla.

—Lo sé, pero si no me desahogo me voy a volver loco —explicó Gabriel con frustración.

—Acabo de pensar en otro problema —comentó de pronto Vanya con preocupación.

—¿Otro? —le preguntó Chelis con asombro. Era difícil creer que las cosas pudieran estar peor de lo que ya estaban.

—¿Qué les vamos a decir a los demás cuando vean que Lorena nuevamente no vino a la escuela? —inquirió la joven del aura rosa volteando a ver a sus amigos.

—Habrá que fingir que nosotros tampoco sabemos nada —contestó sencillamente Marco—. Es mejor no despertar sospechas.

—¿Creen que Lorena pase las noches en su casa? —preguntó de pronto Gabriel—. ¿Qué pasará con su familia si ellos tampoco la ven?

—Creo que si ese fuera el caso su madre ya nos hubiera contactado, ¿no? —opinó Adriana lentamente—. Si yo me perdiera creo que lo primero que haría mi madre sería llamar a mis amigos para preguntar por mí.

—Buen punto —aceptó el chico de aura azul aceptando la respuesta de su amiga.

—Muy bien, estamos a punto de llegar al salón. Si alguien les pregunta por Lorena finjan no saber nada y, si no saben maquillar sus emociones, inventen que están así por un problema en casa —les recomendó Marco mientras él componía una expresión de serenidad con una ligera sonrisa, aunque sus ojos no parecían brillar.

Los muchachos hicieron la entrada en conjunto a su salón de clases. Una vez dentro, les llamó la atención que los lugares donde normalmente se sentaban se encontraban completamente atestados. Casi todos sus compañeros de grupo se hallaban presentes, algunos en las bancas aledañas y otros de pie. Todos parecían estar charlando muy animadamente hacia una persona que se encontraba al centro de todos ellos, pero que quedaba oculta de la vista a ellos que recién habían entrado a la estancia.

—¿Qué pasa? —preguntó José Luis en voz alta sin dirigirse a nadie en particular.

La charla se interrumpió mientras todos los estudiantes se daban la vuelta para mirar a los recién llegados. El hecho de que se voltearan dejó a la vista a la persona que se encontraba al centro, con la que al parecer todos ellos habían estado hablando hasta hacía un momento.

—¡Lorena! —exclamó inmediatamente Gabriel totalmente sorprendido.

Efectivamente así era. Sentada en la mesa de su pupitre habitual se encontraba la chica por la que los jóvenes Alejandrinos se habían estado preocupando toda la mañana. Sin embargo, aquel día nuevamente lucía extraña. En esa ocasión su vestuario era más casual, pero su peinado seguía siendo liso e impecable y sus zapatos con un tacón de aguja de al menos siete centímetros. Los accesorios en aquella ocasión eran menos, de forma que tan solo portaba el anillo con pulsera en su mano izquierda.

El joven Costa dio un par de pasos llevado por la sorpresa hacia su amiga, como si quisiera acercarse a averiguar que efectivamente se encontraba ahí. Sin embargo, no llegó muy lejos, pues de repente todos sus demás compañeros le cortaron el paso. El chico de aura azul no pudo hacer menos que levantar la cara con confusión.

—¿Qué pretendes al lanzarte de esa manera contra Lorena, Gabriel? —le preguntó Paulo con cara de pocos amigos.

—Yo... —intentó responder el chico mientras miraba incrédulamente a su alrededor. El joven Costa nunca había sido el más popular de su escuela, pero su amabilidad y tendencia a la tranquilidad hacía que la mayoría de sus compañeros se comportara cortésmente con él. No obstante, en ese momento todos los presentes lo estaban mirando con una aversión manifiesta, como si en lugar de dar un par de pasos titubeantes hacia su amiga se hubiera lanzado corriendo mientras sostenía un arma en alto.

—Está bien, Paulo —indicó Lorena en tono tranquilizador.

Tras esas palabras la chica se puso de pie, y atendiendo apenas a un gesto de su mano, el resto de las personas en la estancia se hizo a un lado para permitirle el paso adónde se encontraban sus amigos.

—¿Qué significa todo esto, Lorena? —preguntó Marco observando con desconfianza a todos sus compañeros, quienes parecían estar al pendiente de hasta el mínimo movimiento por parte de Gabriel y los Alejandrinos.

—Bueno, no podía perder clases, ¿verdad? —contestó Lorena mientras parecía mirar distraídamente el anillo sobre su mano izquierda—-. Es cierto que al principio se me ocurrió dejar la escuela, pero Esau me convenció de que eso no era una buena idea. Y una vez convencida de volver, me dije a mí misma que quizás sería interesante hacer un poco más entretenido el ambiente escolar, además de protegerme de cualquier ataque que a ustedes se les pudiera ocurrir.

—¿Qué intentas decir? —preguntó en esa ocasión Chelis mientras parpadeaba como si intentara librarse de una visión que no creía cierta.

—¿No lo ven? —inquirió la chica de aura lila al tiempo que señalaba a sus compañeros—. Me he encargado de convertir a todos nuestros compañeros en mis aliados. Si intentan atacarme tendrán que enfrentarse a todos ellos.

—¿Los estás controlando con magia? —inquirió estupefacta Vanya.

—¡Qué suspicaz, Vanya! —contestó Lorena con un deje de ironía en su voz—. Así que ya saben, intenten hacerme algo y tendrán a todos nuestros compañeros encima de ustedes. Pero no tienen que preocuparse de más. Yo no atacaré sin que haya provocación por parte de ustedes. No tengo intención de que nuestra pelea interfiera con nuestros estudios.

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