29. Presentaciones

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—Vamos, no estuvo tan mal —dijo Marco.

—¿No estuvo tan mal? —inquirió incrédulamente Gabriel—. ¡Hice una amiba de tamaño macroscópico! Dime en qué universo eso no está tan mal.

—Más bajo —advirtió Lorena.

Los chicos acababan de llegar a la escuela. Mucha gente a su alrededor había volteado a ver interesados a los jóvenes cuando Gabriel había gritado lo de la amiba macroscópica.

—Vamos, Gabi, fue asqueroso pero no pasó de ahí —comentó Adriana intentando tranquilizar a su amigo—. Afortunadamente José Luis la aplastó antes de que siguiera creciendo.

—¿Se imaginan una amiba monstruo suelta por la ciudad? —preguntó Vanya reflexivamente.

—No sé me ocurre qué cosa podría hacer —opinó Lorena mientras se acomodaba el cabello detrás de la oreja. Los inconvenientes de habérselo cortado más arriba de los hombros es que le costaba más trabajo mantenerlo siempre hacia atrás.

—Las amibas usan enzimas para deshacer lo que ingieren —contestó Gabriel poniéndose en modo sabelotodo enojado—. Imagina que te hubiera engullido. ¿Qué crees que hubiera pasado?

—Pero no pasó —lo cortó Marco—. Deja de recriminarte por el hubiera, Gabriel.

El chico continuó visiblemente enfurruñado, pero no siguió discutiendo en voz alta. Lorena soltó un gran suspiro mientras la conversación entre sus amigos se dirigía a otros terrenos. Creía que Gabriel estaba sobreactuando. De acuerdo, no era el mejor usando la magia, pero tampoco había ocasionado un verdadero desastre. Además, ella creía que comparado con sus errores habituales aquel era bastante entendible. Cualquiera podía hacer crecer un organismo unicelular que se encontraba sobre la planta que supuestamente debía hacer crecer, ¿no?

—Hola, Gabriel —escuchó una voz profunda, aunque algo nerviosa.

Al escuchar esa voz el corazón de Lorena dio un brinco. Su instinto le dijo inmediatamente que solo había una razón para aquello, pero su razón se negó a creerlo hasta que no se dio la vuelta y se encontró con el chico que hacía a su corazón latir rápidamente cerca de ella.

—¡Ah, hola, Cristóbal! —le regresó el saludo Gabriel al darse cuenta de la presencia del otro chico—. ¿Qué hay?

—Nada, solo te vi por aquí y quise saludar. ¿Qué tal va el día de hoy? —contestó el joven nerviosamente.

—Ah... pues supongo que pensándolo detenidamente mejor que el de ayer. Es un avance —contestó el chico de aura azul.

Lorena no estaba segura de qué hacer mientras escuchaba aquella conversación. Quería tomar a una de sus amigas y alejarse de aquel muchacho que la ponía así, pero al mismo tiempo estaba totalmente intrigada por saber desde cuando él y su amigo se hablaban. Por otro lado, no era la única que sentía aquellos sentimientos.

—¿Quién es tu amigo, Gabriel? —inquirió Marco parándose al lado de Gabriel e hinchando el pecho. Al chico Costa se le pasó ver aquel comportamiento, pero la joven Oranday fue plenamente consciente de ello. Si no hubiera sido por los nervios que sentía seguramente se hubiera echado a reír.

—Ah, se llama Cristóbal —presentó Gabriel extendiendo su mano—. Cristo, él es Marco, él es José Luis y ellas son Adriana, Vanya y Lorena.

El último nombre había sido dicho con un sutil énfasis por parte del joven Costa, pero nadie le prestó realmente atención mientras observaban como Cristóbal los iba recorriendo con la mirada hasta detenerse en la última muchacha. Ella sintió sus mejillas encendidas y su pulso atronándole en los oídos mientras contemplaba aquella mirada penetrante con la que el otro la miraba. Una parte de ella era consciente de que parte de aquellos sentimientos provenían del joven, pero aquello en lugar de calmarla la hacía sentirse aún más emocionada.

—Un placer. Pueden llamar Cris, Cristo o Cristóbal; como prefieran —sugirió el chico extendiendo la mano hacia Lorena.

La muchacha se dio cuenta de que el joven se sentía mucho menos seguro de lo que aparentaba. Ella tenía ganas de darse la vuelta y echarse a correr, pero alcanzó a pensar que aquello sería sumamente maleducado y no quería quedar mal frente a Cristóbal.

—El placer es... es... mío —dijo entrecortadamente Lorena tomando la mano del joven.

Una especie de descarga recorrió su brazo a partir del pedazo de piel que quedó envuelta por la mano de Cristóbal, como si un torrente de un líquido cálido se abriera paso debajo de su piel, regando en su camino calor por todo su ser. Sin exageraciones, Lorena ya no supo nada más de lo que sucedía en aquel momento a su alrededor. Solo importaba ella, Cristóbal y lo que sentían ambos. Un momento mágico que duró solo un instante, pero que para la chica pareció durar horas.

Cuando ambos se soltaron la mano y Cristóbal les dio la mano a las demás y a Marco, Lorena vio que Gabriel la estaba mirando con una gran sonrisa. ¿Dónde demonios se había ido el mal humor con el que venía su amigo? Sabía que seguramente su rostro estaba completamente ruborizado, pues se sentía bastante acalorado. De esa manera, no había necesidad de compartir su don para saber lo que estaba sintiendo en esos momentos.

—Debo ir a clases —declaró Cristo después de saludar a todos—. Los veo luego, ¿va? —preguntó el chico mirando fijamente a Lorena para después marcharse.

—¡Amiga! —le dijo Adriana empujándola ligeramente con el cuerpo.

—¿Qué? —preguntó Lorena todavía con la cara enrojecida.

—Lo acabas de conocer, pícara —le dijo José Luis con una gran sonrisa.

—¿A quién acaba de conocer? —preguntó otra voz. Xóchitl había llegado al lugar acompañada de Paulo.

—A un chavo —contestó José Luis sin perder el gesto de felicidad en su rostro.

—¿Ya andas de dejada, Lore? —inquirió Paulo bromeando.

—Yo no ando de dejada —repuso Lorena intentando golpear sin éxito a su compañero.

Sin embargo, la broma de Paulo había provocado la risa de todos. Lorena se sentía abochornada al darse cuenta de que aparentemente todos habían notado lo que sucedía con Cristóbal, pero al mismo tiempo se sentía completamente feliz. La verdad no le incomodaban las palabras de Paulo.

—Primero Adriana y ahora Lorena, ¿para cuándo vas tú, Vanya? —inquirió Xóchitl con curiosidad.

Lorena sintió el dolor que experimentó Vanya en su interior. Aparentemente no había aprendido a sobrellevar lo de Sebastián tan bien como quería aparentar. Afortunadamente, Gabriel reparó en otra parte de la conversación que hizo que Vanya dejara de ser el centro de atención.

—¿Cómo que primero Adriana? —inquirió Gabriel volteando a ver a su amiga sorprendido, la cual había enrojecido y miraba a Xóchitl como si la quisiera matar.

José Luis le dio un pisotón a su novia (durante los últimos días la noticia se había corrido de forma gradual en el salón de clases, ya que aunque no lo habían anunciado no se escondían precisamente ya cuando se besaban y demás cosas), pero para Xóchitl fue como si nada hubiera pasado.

—Sí, el otro día la vi bien entrada acá con un chavo —declaró Xóchitl haciendo unos ademanes como si se estuviera agasajando con otra persona.

—¡No es cierto! —exclamó inmediatamente Adriana con la cara roja como jitomate.

—¿No es cierto, Adriana? —inquirió su compañera alzando las cejas.

—¡No estaba bien entrada! ¡Fue solo un beso! —repuso la chica.

Al oír aquellas palabras Gabriel se puso las manos sobre la boca y soltó un gritito de emoción. Sin embargo, la joven Larios parecía solo querer que la Tierra se la tragase en ese momento.

Libro AmarilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora