9. A punto de morir

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—¿Creen que Gabriel se haya ido a su casa? —preguntó Vanya ligeramente preocupada.

Las tres chicas y José Luis se hallaban en su salón esperando una de sus clases después de haber terminado la primera. Por su parte, Marco se había marchado al baño. En cuanto al último de sus amigos, nadie sabía dónde se habría ido a meter después del incidente a la hora de la entrada.

—Sigue sin contestar su celular —comentó Adriana decepcionada mientras se quitaba su móvil del oído.

—Estará bien —opinó Chelis intentando restarle importancia al asunto—. Solo necesita tiempo para asimilar la información. Tampoco puede pedir que Marco esté siempre a su lado y eso él lo sabe.

Lorena deseaba estar segura de las palabras de su amigo. Después de todo, sabía que hablaba con la verdad, pero de cualquier manera no podía quitarse la sensación de opresión que sentía en el pecho. Al principio había querido echarle la culpa a Marco, pero dado que él no se encontraba en esos momentos en el lugar...

Mientras la muchacha Oranday pensaba en ello, el joven maestro Alejandrino regresó al salón de clases. La expresión sobre su rostro parecía algo sombría.

—¿Se puede saber qué te sucede? —le preguntó José Luis.

—Estoy preocupado por Gabriel —respondió el chico y luego, dirigiéndose a Lorena, preguntó—: ¿Por qué reaccionó de esa manera cuando le dije que me voy a Londres y que él debería irse al Tíbet?

La aludida se encogió de hombros. No iba a responder esa pregunta, de la misma manera que no le había dicho a Gabriel lo que Marco sentía por él. Creía firmemente que eso era algo que ambos jóvenes debía confesarse mutuamente.

Sin embargo, ella no era la única que tenía la respuesta a esa pregunta.

—¡Ay, Marco! —exclamó Chelis poniendo los ojos en blanco—. ¿Qué no es obvio?

—¿Qué es lo que es obvio? —inquirió el muchacho volteando a ver a su amigo varón mientras el fruncimiento de su ceño se acentúaba.

Lorena también volteó a ver al joven Cruzado para intentar evitar que siguiera hablando, pero José Luis no prestó atención a su mirada de advertencia.

—Traes loquito a Gabriel desde el semestre pasado —contestó el chico tranquilamente—. Me atrevería a decir que desde el primer momento en que te vio.

La boca de Marco se abrió formando una perfecta "o". Para Lorena fue obvio que el culpable de la sorpresa que sintió de repente inundando su cuerpo era el joven Martínez.

—¿En serio no te habías dado cuenta? —le preguntó José Luis incrédulo—. Hasta Paulo y Tomás ya lo habían notado.

—Pero, pero... —intentó decir Marco asombrado mientras volteaba a ver a Lorena.

La muchacha sabía qué estaba pasando por la cabeza de su amigo. Él se estaría preguntando por qué ella jamás le había comentado algo sobre aquello. Lorena tenía su respuesta preparada, pero no creía que le gustara al otro escucharla.

No obstante, Marco no tuvo la oportunidad de formular su pregunta en voz alta y por lo tanto la chica Oranday no tuvo necesidad de contestar. Su profesor llegó al salón de clases justo en ese momento y todo mundo se dirigió hacia su lugar. O todo el mundo menos Marco, quien en lugar de sentarse se dirigió hacia la puerta para salir sin que mucha gente lo notara.

Tras aquella acción Lorena soltó un fuerte suspiro. Algo le decía que los sentimientos de su amigo iban a estarla molestando durante un buen rato. ¿Por qué Marco no podía también tener un escudo mágico que le impidiera compartir sus sentimientos con ella?

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