15. Respuesta

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Gabriel iba tranquilamente en el transporte público mientras leía el libro Como Agua Para Chocolate. El chico amaba aquella historia de amor desde que finalmente había podido conseguirla. Había entrado directamente a la lista de sus libros favoritos como el mejor, desbancando incluso a Crepúsculo. De todas formas, el cambio no era muy notable si uno se ponía a pensar en las enormes similitudes entre el hecho de que se tratara de una mujer que se debatía entre dos amores.

Una melodía comenzó a sonar cuando el metro estaba a punto de llegar a la estación final de su recorrido. La canción era A Dream Is A Wish Your Heart Makes, por lo que Gabriel supo inmediatamente que aquel que sonaba era su celular. Lo sacó de su bolsillo y miró el identificador de llamadas. Se trataba de Marco.

—Bueno —dijo el joven al teléfono.

—¿Gabriel? ¿En dónde vienes? —inquirió la voz de Marco inmediatamente.

—Estoy por bajar del metro —contestó confundido el chico Costa. Su amigo nunca le había hablado cuando tenían un entrenamiento, sino que esperaba a que llegara a la casa de Octavio sencillamente.

—Necesito que te apresures —lo apremió el chico Martínez.

—¿Y eso por qué? —interrogó Gabriel frunciendo el ceño aunque su amigo no podía verlo.

—¿Recuerdas la carta que me entregó ayer Chelis?

—Por supuesto —contestó Gabriel. Recordaba claramente aquella carta que obviamente provenía de los Alejandrinos, la cual había sido entregado a su amigo por el otro joven cuando habían regresado del callejón de la comida—. ¿Eso que tiene que ver? —inquirió el muchacho parándose frente a una puerta para poder salir cuando abriera.

—Pues que contiene una petición importante para mí y para ti —contestó Marco—. Llegó la hora de responder.

Gabriel tragó saliva mientras volteaba la cabeza. Marco no podía verlo, pero aquello era un gesto involuntario. El chico de aura azul había intentado no pensar más en el asunto Tíbet e Inglaterra.

Las puertas del tren se abrieron y el chico salió al andén sin haberle contestado a su amigo.

—¿Sigues ahí, Gabriel? —inquirió Marco.

—Sí, claro —contestó el joven—. Voy para allá.

El chico Costa salió de la estación y luego se dirigió caminando hacia la casa de Octavio. El camino era relativamente corto, apenas diez minutos, sin embargo extrañamente el joven no lo recorrió tranquilamente. Caminó con algo de miedo, ya que de alguna manera se sentía observado. Considerando la reputación de la zona no le hubiera sorprendido que aunque el sol ya había salido algún tipito o una banda lo agarrara para atracarlo. Así que mientras iba caminando intentaba recordar la manera de dejar inconsciente a alguien con ayuda de su aura. Podría parecer una medida desesperada, pero no se le ocurría ningún otro medio para protegerse.

Afortunadamente no hizo falta que recurriera a su magia y finalmente llegó a la casa de Octavio sin sufrir ningún incidente.

—¡Qué bien! —lo recibió Marco distraídamente, pero cambió su expresión cuando vio bien a su amigo—. ¿Qué sucedió?

—¿Eh? Nada —contestó Gabriel intentando sonreír—. Solo tenía un presentimiento extraño y ya sabrás que la zona no es muy segura, así que venía algo preocupado.

Marco salió al porche y se asomó hacia ambos lados de la casa. Palideció al mismo tiempo que volteaba bruscamente la mirada hacia una de las azoteas de los edificios contrarios a la calle.

—¿Qué pasa? —inquirió Gabriel volteando hacia donde Marco estaba viendo.

—Pasa rápido —le dijo el otro chico empujándolo dentro de la casa para después cerrar la puerta detrás de ellos—. Menos mal que la casa tiene guardas mágicas —dijo el joven Martínez asomándose por una ventana.

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