12. ¿Enamorada?

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Tras la muerte de la chica los cuatro chicos preparatorianos quedaron un poco conmocionados, por lo cual al llegar afuera de la escuela se quedaron de pie sin estar seguros de adónde dirigirse. En esos momentos ya no se les antojaba nada.

—Compraré unos cacahuates —anunció finalmente Gabriel.

—A mí se me pasó el hambre —fue la respuesta de Adriana.

—Yo no es que tenga hambre ahora, pero sé que si no compro nada me dará hambre a mitad de la clase que sigue —señaló el joven de aura azul mientras se masajeaba una sien—. Tengo que aprovechar el momento.

—Creo que Gabriel tiene razón —opinó Marco volviendo un poco en sí—. Deberíamos comprar algo. Además, si nos ponemos a pensar detenidamente, vidas vienen y vidas van.

—¡Pero nunca había visto a nadie morir! —declaró Adriana.

—En realidad te tocó ver a Belial —expresó el chico Costa mientras caminaban hacia un puesto que se especializaba en frituras y botanas.

Con esas palabras la muchacha Larios se quedó pensativa. Sabía que su amigo tenía razón, pero en el fondo creía que aquello era diferente. Belial había intentado acabar primero con ellos, mientras que aquella chica no. Seguramente era una alumna que tenía sueños como cualquier otra. Además, la idea de la escuela no iba relacionada con la palabra muerte de ninguna manera en su mente.

Los chicos llegaron al puesto donde vendían frituras y Gabriel se adelantó para comprar sus cacahuates. Marco le pidió de favor que también pidiera unas papas, pues debido a la cantidad de gente que había alrededor del puesto no era tan fácil que se acercaran los dos al mismo. Así que mientras el joven Martínez y las dos chicas se quedaban atrás, Lorena aprovechó el momento para acercarse al oído de su amigo.

—¿Se puede saber por qué Gabriel fingía que no te escuchaba hace rato? —inquirió en voz baja con el fin de que nadie más la oyera.

Gracias a su don, la chica Oranday sintió inmediatamente cómo Marco se avergonzaba ante aquella pregunta. Por un momento pareció que el muchacho no le contestaría, pero terminó haciéndolo.

—Nos besamos —confesó en un apurado susurro el joven maestro Alejandrino al mismo tiempo que evitaba hacer contacto visual con su amiga.

Ante aquella respuesta la chica no pudo hacer menos que abrir la boca.

—¿Cómo? —preguntó con incredulidad.

—No lo sé —confesó Marco sin atreverse todavía a mirar a su amiga—. Solo sé que le estaba explicando todo, lo que había pasado mientras lo curaba y las ventajas que tendríamos si yo me marchaba a Inglaterra y él al Tíbet. Él empezó a llorar y me dijo algo de que no quería separarse de mí y... de repente nos estábamos besando. Ni siquiera estoy seguro de quién fue el que dio el primer paso, solo sé que los dos nos avergonzamos al separarnos. Nos quedamos un momento en silencio antes de que él se pusiera de pie y dijera que era tiempo de regresar al salón. Yo quería decirle algo, pero no sabía qué.

—¿De qué tanto hablan? —inquirió Adriana volteándose hacia los otros dos jóvenes. Era obvio que no había alcanzado a oír los susurros apresurados de Marco.

Justo en ese momento Gabriel regresó junto a ellos.

—De nada —contestó Marco recuperando el aplomo mientras tomaba las papas que le estaba extendiendo su amigo de aura azul—. ¿Ustedes van a querer ir a otro lado, chicas?

—Pues... —comenzó a decir Lorena sin estar segura si realmente quería algo.

—Creo que sería una buena idea comprar una ensalada —contestó Adriana por su parte—. Me quedé pensando en que Gabriel tenía razón con lo que dijo hace rato sobre que probablemente nos dé hambre a mitad de la clase siguiente. Puedo guardar la ensalada para cuando eso suceda.

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