XLV

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Después de la larga madrugada, los altercados y todos los bochornos que se vivieron entre ebrios y malos entendidos, la mañana golpeó radiante en todas las ventanas.

Todo lucía tan tranquilo, el único agitado parecía ser él. Por alguna razón no pudo conciliar el sueño, y la ausencia de Kisame lo empeoró. El ministro tenía toneladas de trabajo que hacer para asegurar que durante la celebración del cumpleaños de la emperatriz las cosas concurrieran con normalidad.

Se sentó a tomar té de Sakura, extrañado por cómo la delgada hoja rosa se hundió. No le dio importancia, ya que unos segundos después tenía su comida frente a él. Comer solo no se sentía tan bien como recordaba, extrañaba a Hoshigaki, y aunque los conflictos habían disminuido, no todo había vuelto a la «normalidad». Se cuestionó lo que sentía como normal después de pasar días enteros debatiéndose quién era realmente, si la muñeca de porcelana que era en Akatsuki o el guerrero libre que fue en el país del fuego.

Las sirvientes de siempre lo ayudaron a vestirse, era un día especial. La caminata por el centro de la capital era el evento más esperado del año por todos, excepto por la misma emperatriz. Konan desarrolló pánico por salir del palacio después de que, en uno de sus cumpleaños pasados, atentaron contra su vida. Cada vez era lo mismo, luchar para que hiciera parte del desfile en su nombre luciendo una sonrisa. Itachi sabía aquello por las historias que le contaba su tío Kagami.

Salió hacia el salón de la rosas, donde las damas esperarían a la emperatriz. Al vislumbrar la puerta decorada se percató del violento contraste que hacía la túnica negra de un ministro junto a la pieza blanca y lila. Aquel hombre de piel extraña esperaba por algo, Itachi lo saludó con una reverencia, y el amo de los susurros en lugar de devolvérsela, le extendió una carta. Aquella expresión en su rostro no se podía definir como una sonrisa, tampoco era melancolía lo que rezaba su cara. Uchiha no lo descifró a tiempo, apenas tomó la carta el otro solo se fue.

Entró al salón en silencio, con la carta entre los dedos. Tenía la cabeza enmarañada desde la noche anterior, no quería adivinar lo que decía el papel, solo esperaría.

Todo parecía corresponder a la normalidad habitual

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Todo parecía corresponder a la normalidad habitual. Los sirvientes revoloteando entre tareas y deberes, de un lado al otro, las damas ansiosas y bien vestidas, los guardias atentos.

Kisame coordinaba la seguridad dentro y fuera del palacio, le daba instrucciones a la guardia real de cómo comportarse durante el desfile, la formación que debían seguir y sobre todo, cómo reaccionar a tiempo ante cualquier situación irregular.

Yahiko no se separaba de la pareja real.

El ambiente se estaba condensando tan lentamente que nadie podía adivinar cuando se cuajaría y terminaría por fraccionar la irregularidad de la situación. Kisame luchaba para no dejarse llevar por esa incertidumbre naciente en su pecho, después que Yahiko le comentara sobre el obvio y abrupto cambio de personal. Hoshigaki también lo había pensado cuando llegó. ¿Cómo había tanta servidumbre nueva? ¿Dónde estaban todos los que él conocía?

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora