XXVIII

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La calma antes de la tormenta había sido la noche en que Sasori se metió a su habitación y le pidió hacer el amor. El rubio lo sabía, pues estaba viviendo la mismísima tormenta en ese momento. Sakura tenía un temple terrible, Deidara estaba seguro que ese carácter sólo le traería problemas con el ministro.

—¡Hidan, el obi está mal atado! —el doncel nunca antes había atado un obi en su vida, naturalmente estaría mal.

Hidan resopló con cansancio, queriendo asesinar a la mujer. Recobrando la calma cuando la mirad azulina lo miró de soslayo, sabía que debía comportarse, o Sasori lo devolvería a las garras de Kakuzu.

—Yo lo hago por ti, Hidan. Te enseñaré —le dijo Tenten, alentada por su amo.

La mujer se dispuso a tratar con Sakura mientras le explicaba al albino lo que debía hacer, con bastante calma, con la insistencia de la dama de que llegarían tarde al té. Deidara no paraba de ver sus ojos verdes enojados y siempre dispuestos a encontrar un error.

—Se más paciente con él, Sakura —le pidió, más por la salud de ella que la de Hidan —. Hasta hace poco solo era un preso.

La de ojos jade se horrorizó ante la afirmación que emitió el doncel tranquilamente. Ella se sobresaltó cuando Hidan volvió con parte de la joyería, que debía lucir, en sus manos.

—Deidara, el ministro te dijo que no anduvieras divulgando eso —le recordó Hidan, con su ceño fruncido.

—No me llames Deidara, ahora soy tu señor —dibujó una sonrisa gatuna en su rostro y la escondió tras la manga del kimono. Ojalá le pagaran por molestar al albino.

—¡Señor mis bolas! No te llamaré así, estúpido —intentaba contenerse por las advertencias de Sasori, pero Deidara era su amigo, no lo llamaría "mi señor".

—Bien, bien, haz lo que quieras —le respondió soltando una suave carcajada, batiendo el cabello rubio.

Sakura estaba lista para ir al salón de las rosas, al que Deidara ya no estaba admitido. No le sentó tan mal, realmente no le gustaba ese lugar, solo iba porque estaba Itachi. Era lo único bueno. Pero si en él y en medio del caos que significaba el matrimonio de Sasori, el rubio se alegraba por no tener que volver.

Ella se marchó con Hidan y él quedó a solas con Tenten. Se sirvió algo de té para compartirlo con la castaña y se sentaron a contemplar el jardín. El rubio se mordió la uña del pulgar, preocupado, pensando qué era lo correcto.

Definitivamente no podía dejar a Sakura en las manos de su amo como si nada. Sabía que a muy corto plazo, la actitud de ella le causaría un gran problema con el ministro, trayéndole severas consecuencias. Quería evitar que ella viviera el infierno que él vivió a manos de Sasori, ¿que debía hacer?

—Algunas advertencias deberían ser suficientes —comentó la sirviente, cómo si de alguna manera él lo hubiese expresado en voz alta —. Sé lo que está pensando, mi señor, a cerca de la joven Sakura; Quiere ayudarla. Fue lo primero que pensé cuando lo conocí a usted, por eso hice lo mismo.

Lo ojos azules se posaron curiosos sobre los castaños de Tenten, ella sonreía, dejándose ver hermosa.

—Intentaré persuadirla para que cambie su carácter un poco. Ella no deberá pasar por eso...

Los recuerdos volvían a su mente en galopes fuertes y veloces. No había nada que hubiera deseado más que la oportunidad de escapar, sentía tenerla ahora que la atención del pelirrojo estaba centrada en otra persona; sin embargo, tomarla significaría que el pelirrojo estallaría en ira y furia, siendo su esposa la víctima que tendría que pagar por los platos rotos.

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora