XLI

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Sakura y Tenten habían encontrado a Deidara envuelto en sábanas, vendas y seda arruinada por la sangre y otros fluidos; rodeado de comida podrida que el rubio se había rehusado a comer pues alegó que todo le daba nauseas, ya que ni bien probaba la comida, su estómago lo obligaba a devolverlo.

Las mujeres lo alentaron a levantarse de ahí, para que alguien de la servidumbre limpiara esa habitación. Era inhumano dejarlo ahí, así que Sakura se lo llevó a los dominios del ministro y con ayuda de la castaña, lo limpiaron y vistieron con un kimono azul cielo, haciéndolo recuperar algo su habitual belleza.

—Recorramos el jardín —propuso Tenten.

—Me parece una buena idea —le respondió Sakura, Deidara se estaba dejando llevar, de todas formas cualquier cosa era mejor que estar encerrado.

Deidara pensó que lo mejor era poner de su parte para dejar de lado —al menos un poco— el dolor que venía experimentando las últimas semanas, y distraer su mente en compañía de las dos mujeres. Ya que no veía a Hidan por ningún lado. No se animó a preguntar por él por miedo a la respuesta. El recorrido por el jardín imperial le sentaría bien a su humor, después de todo.

O eso quiso creer, pues al colocar un pie sobre el pasto verde, lo primero que los irises captaron fue a Sasori, en medio del jardín en compañía de otros ministros, en una rara exhibición de armas; katanas, para más exactitud. Entonces entendió que su verdadero terror no era Sasori, sino Sasori armado. La gracia con la que movía la katana en el aire era ligeramente aterradora, sobre todo porque cuando notó la presencia de él y las dos mujeres, sus mejillas abrieron espacio a una sonrisa bastante enigmática.

El ministro envainó la katana y caminó calmadamente hacia ellos. Deidara por inercia dio un paso hacia atrás, quedando junto a Tenten.

—Que sorpresa tenerlos aquí —extendió sus brazos, sonriente—. Realmente se están llevando bien, ¿no?

La facilidad con la que Sasori se acercó y plantó un beso en los labios a Sakura le resultó amarga. Era el mismo hombre que los últimos días lo había torturado sin compasión alguna, ¿cómo podía permitirse el estar formando una familia con Sakura? Él no merecía nada mejor que la soledad, y ahora no solo lo tenía a él, tenía una hermosa esposa con la que esperaba un hijo. El mundo definitivamente estaba de cabeza.

—Compré esta katana para portarla durante el desfile del cumpleaños de la emperatriz —sacó la katana de la vaina, haciendo lucir el brillo de la hoja. Deidara mantuvo la calma tanto como pudo, pero el rechinar del metal contra el bambú duro de la vaina lo estremeció. Lo manifestó ahorcando la mano de Tenten—... Y usarla si es necesario. ¿Qué te parece, Deidara? —lanzó sus ojos a los azules del doncel, haciéndolo dar un pequeño salto sobre su lugar. Su pregunta delineó un cinismo metódico, en el que infundir terror era un deporte atractivo.

—Se ve... bien —respondió. Tenía tanto miedo las palabras toscas le secaban la garganta, todo se quedaba ausente de emociones.

—Esperaré que llegue Kisame para que me ayude a pulirla —explicó, admirando la hoja, se veía bastante fascinado con su nueva arma—. Fuera de eso, me alegra que hayas decidido salir a tomar aire, Deidara. Te sentará bien caminar un poco.

Guiñó el ojo, tan cínicamente como las palabras anteriores. Él mismo prohibió al rubio salir de su habitación, que estuviera con Sakura solo le decía en silencio que luego se cobraría aquella falta. Tenten sostuvo la mano de Deidara con ambas manos, le regaló una sonrisa y dejó que él imprimiera tanta fuerza en su agarre como necesitara, si eso le hacía sentir bien.

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Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora