Hidan recibió tantos regaños durante la cena de anuncio que juró, desde lo más profundo de su corazón, venganza a cada uno de los malditos que aprovecharon su lugar para menospreciarlo. Hacía todo mal, pero no era por vocación, es que el albino era naturalmente estúpido.
Reconoció la hora de descansar cuando la cocina se vació, y todos los que antes atendía, solo estaban atentos para rellenarse de alcohol. Hidan terminó por escabullirse de ese lugar, intentando pasar desapercibido lo suficiente como para poder escapar del palacio. Estaba decidido a hacerlo, sobre todo después de la negativa demoledora que le ofreció el rubio en su última charla.
Un pasillo tras otro, todos más largos de lo que recordaba. Hidan se sentía tan perdido dentro de esos muros y a la vez todo se le pintaba tan familiar que la mezcolanza de emociones no faltó. Ansioso por encontrar una puerta que lo condujera a la pronta salida se topó con una conocida figura atravesando el pasillo frente a él. Lo reconoció casi al instante, y también la cascadilla rubia que se resbalaba de los brazos y rozaba en el suelo. Era Kakuzu, llevando a Deidara entre sus brazos pero ¿A dónde?
La presión sobre su pecho le hizo creer que su tórax sería víctima de una explosión, se derrumbaría en cualquier momento. Siguió con cautela al ministro hacia su destino. Se introdujo a una habitación que tenía dos escaleras: una hacia el sótano, donde estaban los calabozos que recordaba con terror, y otra que llevaba al piso superior. Hidan escuchaba los pasos del castaño, mientras él —después de miradillas discretas— lo seguía en silencio.
Subió. Hidan relajó su expresión.
Siguió sus pasos hasta una enorme puerta negra, ¿los dominios del ministro? Sus nervios estallaron en forma de sudor, ¿por qué entraría ahí con Deidara? ¿Debería seguirlo incluso dentro de sus dominios? Dudó, claramente, iba a dejar su garganta ahí si interrumpía cualquier actividad de Kakuzu, no valía la pena. Después, en su mente aterrizó la imagen de Deidara, siempre vulnerado y triste; caer en las manos del ministro de economía auguraba su fin. Debía salvarlo a cualquier costo.
Chasqueó la lengua cuando escuchó quejidos ahogados, algunos jadeos y una tos seca que hizo eco en sus oídos. Decidido a salvarlo, entró. Sus pensamientos se volvieron oraciones a Jashin, pidiéndole fuerza para sacar a su amigo de ese infierno, y valor para no acobardarse en ese momento tan crucial. Pasó la puerta en completo silencio, no dio el primer par de pasos cuando sus pies se enredaron con la tela floral que reposaba sobre el suelo; la recogió y examinó, era parte del kimono de Deidara. Su expresión se tornó horrorosa.
Escuchó inentendibles murmullos que lo hicieron correr a la habitación principal donde irrumpió sin temor a las consecuencias. Sus pupilas amatista chocaron contra el ceño fruncido de Kakuzu, en medio de la habitación mal iluminada. Se congeló con la mirada fiera del castaño apuntándole, ¿por qué?
Deidara tosía a pocos centímetros del suelo, expulsando la poco comida que quedaba entre sus intestinos, aferrado al brazo de Kakuzu, con temor de derrumbarse sobre los propios fluidos que su cuerpo rechazaba; el castaño lo sostenía de todas formas, sentado a su lado. La escena era diferente a lo que el albino imaginó pero no significaba que fuera mejor. El rubio trepó sus manos a los hombros del ministro, luciendo su desesperanzada mueca; la mirada ida, los labios entreabiertos y las mejillas pálidas. Hidan dio un par de pasos hacia ellos, Kakuzu colocó su palma desnuda al frente, deteniéndolo.
—Déjalo descansar —dijo bajito.
Limpió el rastro que hubiese sobre el rostro del doncel con la manga de su costoso kimono negro y lo llevó a un futon limpio en otra habitación para regresar con el albino. Lo observó con cautela, esperando un reproche pero no encontró nada más que silencio en la indecisión.
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Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊
Fiksyen PeminatUn doncel que se vendió por la paz de dos naciones. Un religioso que se niega a perder su fe. Un don nadie que vive entre lujos. Lo único que tienen en común es que coexisten en lo mítica torre roja, el palacio de gobierno de Akatsuki. Deidara anhel...
