VII

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Llevaba poco más de dos días en esa caravana, encerrado en un carruaje de madera rústica y barrotes, rodeado de otros hombres en su misma posición. Casi la misma. Algunos sí eran rebeldes y criminales, otros simplemente tuvieron un mal día y se enfrentaron al prejuicio de guardias obcecados por su poder.

Sentía como el anillo que llevaba colgado en el cuello, bailaba rozando su pecho, tras la camisa, oculto de todos.

Ansiaba llegar. El viaje había sido horrible y duró mucho más de lo normal por todos los imprevistos que se había conseguido.

El carruaje se detuvo de golpe. Los malos recuerdos volvieron a su mente ¿más problemas?

Un guardia comenzó a bajar uno por uno a los rebeldes y los encadenaban uno detrás de otros. Lo encadenaron también, quedando en medio de la larga hilera de hombres que llevaban a juicio.

Los hicieron caminar por un campo árido desde el que apreciaba la Torre Roja, el hogar del emperador y los ministros. Una increíble pieza arquitectónica que se volvió un ícono del país por su llamativo color rojo.

Itachi se ensimismó en aquel hermoso lugar. No le causaba admiración ni expectativas el saber que viviría ahí, porque daría lo que fuera por regresar a su hogar, pero no podía negar que era algo realmente hermoso.

—¡Andando, gusano!

Un guardia lo empujó con violencia.

Siguieron caminando hasta detenerse frente a tres sillas vacías, a las que un frondoso árbol les procuraba sombra.

Los guardias empujaron a todos los rebeldes, haciéndoles caer de rodillas para recibir a los tres imponentes hombres que dictarian su sentencia y su destino.

Uno de ellos era el juez, y los otros dos parecían ser simples escoltas.

—Mi nombre es Yamato, seré su juez el día de hoy. Examinaremos los casos individualmente, en vista de que son pocos, escucharemos lo que tienen que decir.

El guardia le dio un pergamino con los nombres y antecedentes de cada uno al más bajo de los guerreros que acompañaban al juez.

Nombraban, explicaban el caso y dictaban la sentencia después que el acusado diera una breve explicación de los hechos. Era una tarea sencilla y que no requería nada más que el sentido común del juez Yamato.

Antes que llegara su turno, Itachi estudió las reacciones de los tres hombres. Yamato era un hombre justo e inteligente, conservador. Esperaba las declaraciones de los acusados y en algunos casos se interesaba por el “cómo” y el “por qué”  de la situación. El guardia a su izquierda era un hombre rudo y fuerte, que llevaba su cara cubierta hasta el puente la nariz por vendas blancas y portaba con él una gran espada, quien se interesaba poco o nada por el asunto, él era el verdugo que ejecutaba las sentencias de muerte. Hasta ahora no habían dictado ninguna. El último era uno más alto y corpulento, llevaba una espada muy extraña envuelta en vendas y portaba un un traje de combate diferente. Lucía carismático, pues al escuchar las historias de los presos, reía y discutía las situaciones con gracia.

Tomó un respiro. Pronto le tocaba a él, pero la inseguridad le empezaba a cuestionar si de verdad le creerían. En esa situación, arrodillado en la arena árida, bajo el sol inclemente, y encadenado a criminales, no tenía posibilidad.

—Itachi Uchiha. Acusado por robo de propiedad del estado y agresión a fuerzas del orden. ¿Cómo te declaras?

Él hombre la la izquierda leyó el pergamino. Itachi alzó la cabeza y se encontró con los ojos negros del otro guardia. Su cara parecía de total confusión, sus cejas corrugadas enmarcaban una expresión de inquietud.

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora