XXXII

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—Izumi está muriendo —dijo Mikoto con bastante pesar en su voz. Era difícil dar esta noticia a su cuñado pero era la verdad.

Shisui se quedó en una esquina de la habitación, observando todo como un espectador, no estaba listo para perder a otra persona importante en su vida. Primero había perdido a su mejor amigo y ahora su esposa. Él se mantenía con su rostro sereno, casi imperturbable ante la situación. No quería creer que eso iba a pasar.

—¿No puedes hacer algo por ella? —inisitió Kagami.

—Puedo mantenerla sin dolor, pero solo se quedará dormida y luego —paró, Shisui había avanzado hacia su esposa para tomarle la mano —... Shisui.

—Cariño, ¿quieres hacer algo hoy? —preguntó él, ignorando todo aquello —. Prepararé tu comida favorita y podemos hacer lo que tu quieras.

Ella lloraba y respiraba con dificultad, observando aquellos ojos negros y brillantes que habían sido para ella. Su mano pálida se aferraba a la de su esposo sin querer soltarla, pero sabía que era una carga para Shisui, todo ese tiempo lo fue y no quería continuar siéndolo.

—Quiero... Mi vida, quiero besarte —Izumi extendió su mueca en una sonrisa aunque sus cejas corrugadas revelaran el dolor que padecía.

Shisui le dio un beso en la mejilla, uno en la frente y finalmente uno en los labios.

—La tía Mikoto te hará sentir mejor —le devolvió, él no quería que ella sufriera —. Te amo, Izumi —y no era mentira. 

Los último años se los había dedicado a ella por su enfermedad, creando algo muchísimo más fuerte que el simple cariño, sustentado por algo que no era la costumbre de solo llegar a casa y encontrar a su mujer dispuesta con la cena servida. No, su vida juntos fue diferente, y en los últimos meses, cuando la enfermedad puso en cama a la joven mujer, Shisui había tenido que trabajar y atenderla. Cocinar, bañarla, y cuidarla en cada momento que tenía libre.

No había descansado en días, las noche las usaba para entrenar y después de dormir un par de horas en la madrugada, antes de salir el sol, se encargaba de algunas misiones fáciles para poder tener tiempo de regresa y cuidar a Izumi. Él la amaba tanto como eso.

Su único respiro de aire fresco fue la sorprendente visita de Itachi, ya que era la única persona con la que podía hablar del dolor que le causaba ver a Izumi marchitarse día tras día. Era su mejor amigo el único que podía colocarle la mano en el hombro y sentirlo tanto como él. Por eso fue a verlo, por eso intentó con todas sus fuerza aferrarse a las sonrisas que compartía con el viejo Itachi.

Sintió que era una liberación, que estaba en paz después de hablarlo y que ahora no le restaba nada más que soltar.

—No quiero morir —musitó con dificultad—... quiero tener una familia contigo, Shisui, perdóname.

—Tranquila, todo estará bien —sonrió con suavidad, para transmitirle paz a Izumi.

Kagami intentaba no llorar al ver a su hijo en esa difícil posición, él estaría enloqueciendo si viera agonizar a Tobirama de esa terrible forma. Tenía que ser fuerte para su hijo.

—Shisui, espero tus órdenes —señaló Mikoto. Ella era una gran médico y era la mejor entre los Uchiha, por eso Kagami recurría a ella constantemente, incluso en el momento más difícil.

—No quiero... No quiero que sufra, tía, te encargo el resto a ti.

Mikoto disolvió en el té un polvo café y luego se lo extendió a la joven. Izumi lo tomó y comenzó a relajar sus facciones, su efecto analgésico era casi inmediato. Dejaba de sentir dolor aunque no estuviera presentando ninguna mejora. En algunas horas la enfermedad que la carcomía iba a terminar deteniendo su corazón. Serían sus últimos momentos de vida junto a Shisui.

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora