XVIII

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—¿Y bien? Dime tu secreto —dijo el emperador.

—Yahiko, sal de aquí —ordenó Sasori, sin mirarlo.

El guardia personal estuvo a punto de protestar pero la voz de Nagato lo detuvo.

—Ve. Informa a Konan sobre mi estado —una vez se fue, se dirigió a Sasori —. Adelante.

—Ha pasado algo... realmente grave. Se ha despertado una entidad poderosa, la misma que me maldijo —los ojos de Nagato se agradaron en una sorpresa contundente —. Está aquí. No creo que pueda volver a emerger, pues debe tomar la vida de quien lo invoca, pero... Tenemos a uno de sus fieles, un líder. Yo personalmente hablé con él

—¿¡Qué!? —Nagato se exaltó —. ¿Puede romperla? Quiero decir, tu maldición ha tenido años y...

—No lo sé. Es justo lo que intento averiguar —la imagen de Hidan surcaba su mente. El emperador lo conocía, pero no quería atreverse a revelar quien era—. Él me dijo algo a cerca de un sacrificio humano, pero debe ser equivalente a mi sufrimiento perpetuo.

Las palabras de Sasori se referían a la maldición que Jashin le había hecho muchos años atrás, durante una expedición al país del viento.

Como ya le había comentado a Hidan, al examinar el interior de uno de los sacrificios dedicados a Jashin, este Dios lo maldijo, haciendo que le fuera imposible obtener alimento para su alma, el cual era la felicidad. A causa de esta maldición, el pelirrojo asumía que la pérdida de sus padres la había ocasionado esa maldición, al igual que la enfermedad que mató lentamente a su abuela.

Unas investigaciones más tarde, le hicieron saber que mientras más amaba a alguien, más trágica y dolorosa sería su muerte, y si su amor era fuerte pero él tiempo que pasaron juntos no fue suficiente, morían de manera instantánea. Pero eso no era todo.

En su momento, Nagato fue su mejor amigo, compartieron muchas cosas juntos, se conocían desde jóvenes y el más grande sueño de fundar una nación pacifica la había logrado juntos. Sasori estaba convencido que la enfermedad que aquejaba a su viejo amigo también era producto de esa maldición, por lo que decidió tomar distancia para no afectarlo.

Técnicamente estaba restringido. No podía amar a nadie, no podía sentir nada por alguien más. Estaba condenado a infeliz para no herir a más personas. Ser frío, cruel y severo llegó después, cuando el resentimiento se apoderó de todo su espíritu, cuando ya no pudo contener la ira y la desdicha y la transformó en su personalidad.

—Mantengamos a este religioso en un lugar seguro, con buenas atenciones. Si lo mantenemos contento quizá pueda ser de más ayuda —Nagato sonaba ilusionado, por liberar a su amigo de aquel hechizo —. ¿Cómo lo conseguiste?

—Era sirviente de Kakuzu —reveló, deseando que el pelirrojo no atara cabos tan rápidos y pasara por alto el hecho de la existencia de Hidan y su participación en el fraudulento juicio de Kakuzu.

El emperador emitió un jadeo de asombro. Conocía muy bien la crueldad de su ministro, la fama que lo precedía por ser despiadado era bastante amplia. Ahora imaginaba el porqué del despertar violento de la entidad divina, Jashin.

—¿Dónde está ahora? Quiero conocerlo.

—Oculto. Kakuzu cree que murió, de otra manera ya se lo hubiese llevado de vuelta.

—Comprendo.

—Cuando estés mejor, le pediré que hable contigo.

—Gracias, Sasori —esbozó una sonrisa, tomando la mano del otro pelirrojo.

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora