XXXIV

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Era increíble lo mucho que se había acostumbrado a soportar humillaciones que ahora podía lidiar con ellas como si se tratara de un simple insecto. El rubio ya había vivido un sin fin de cosas desagradables y momentos humillantes, ya ni siquiera lloraba o notaba la diferencia entre la crueldad y el sarcasmo. Konan pasaba de preguntas incomodas a Sakura, a verdades punzocortantes para Deidara.

La dama dragón se mantuvo en silencio, hasta que Hidan llegó a notificarle que el ministro la solicitaba. Ella se disculpó y se retiró, seguida de su sirviente. Deidara se quedó, no lo necesitaban a él.

Suspiró. Extrañaba a Itachi aunque no lo admitiera. Siempre podía hablar con él de cualquier cosa, y en ese momento ansiaba contarle todo lo que había ocurrido en el mes que había transcurrido en su ausencia. Sobre todo contarle acerca de Sasori... Y Sakura, claro. Desahogarse de sus problemas con él era placentero, el Uchiha meditaba todo con una cabeza fría y le daba luz cuando su mente se nublaba.

—¿Sucede algo? —preguntó la emperatriz, con otra taza de té llena y caliente entre sus manos.

—No, su majestad, todo está bien —respondió con una sonrisa—. Disculpe que le haga esta pregunta, ¿no cree que demasiado té puede ser malo?

—Entonces beberé más —dijo ella.

Parecía realmente afectada por algo, Deidara se moría de ganas por preguntar de qué se trataba pero eso estaba mal ¿no? Desde el inicio de la conversación que mostró ligeramente agresiva, y ahora parecía despreciar su vida, en un tono algo cómico del término.

Las pupilas doradas que siempre parecían estar brillando, ese día lucían desafortunadamente opacas. Incluso un tonto como el rubio podía notarlo. Claro que podía, él había encontrado esa mirada perdida y desahuciada en el espejo, cada mañana cuando despertaba. Deidara sentía los estragos de una vida cambiante y errante, pensaba que el tiempo hacía a la tragedia parte de la costumbre, quizá Konan nunca pudo asimilarlo al igual que él.

—Majestad, ¿hay algo que pueda hacer por usted?

Entonces los pocos gramos de humanidad que aún conservaba Deidara se manifestaron en empatía. ¡Claro! Era eso. Esa misma opacidad que lucían los ojos de la monarca lo reconocía en los ojos jade de Sakura. Nunca se hubiera atrevido a pensar que cualquiera de esas damas estirada podía sentirse de esa forma.

La mano de Deidara se acercó a la de Konan y la tomó, demostrándole algo del afecto que sabía, le faltaba a la mujer. Era lo que necesitaba, un amigo, alguien que la escuchara. No necesitaba damas de la corte, o ministros; era amor, atención y cariño. Esperaba no parecer presuntuoso o atrevido, pero esa sonrisa amarga en los labios de Konan correspondía al despecho.

Se preguntó hace cuanto ella no veía a su familia, desde qué edad estaba casada con Nagato, quien parecía más interesado en su consejo, como si se tratara de una casa de muñecas, que en hacer feliz a su esposa.

—¿Sabes guardar un secreto? —preguntó Konan, recibiendo las dulces caricias que Deidara dejaba sobre su mano nerviosa.

El rubio asintió y esperó paciente por sus palabras. Ella lo miraba con algo de desconfianza, analizando los ojos curiosos del otro, finalmente esos ojos preciosos parecieron ablandarse, y sus labios se abrieron para hablar, pero no soltó nada. Se levantó llevando a Deidara de la mano, camino a su habitación, el único lugar seguro en el que confiaba. Le pidió a los guardias retirarse antes de encerrarse ahí con el rubio.

—Es un tema sumamente delicado pero, ya no puedo contenerlo —soltó, al asegurarse que estuvieran solos.

—Puede confiar en mi, su alteza.

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora