XXXVIII

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—¡Oye, Hidan! —lo llamó el ministro de economía. El albino lo miró con los ojos entrecerrados y una expresión que fácilmente delataba disgusto—. Ve por sake.

El doncel no tuvo otra opción que acatar dicha orden en silencio, aunque en sus adentros estuviera maldiciendo diez mil veces el nombre del ministro.

—Son las diez de la mañana, Kakuzu, ¿Vas a beber a esta hora? —preguntó el médico.

—No. Solo estoy molestando a Hidan.

—Entonces deja de hacerlo —frunció el ceño. Pensó que su compañero había superado a Hidan, pero tal parecía que no—. Como sea, no estamos aquí para hablar de eso. Necesito que me ayudes con un presupuesto y que me hagas un favor.

—¿Cuánto?

—¿Cuánto que? —cuestionó el pelirrojo.

—¿Cuánto vas a pagarme? —se descubrió el rostro tras la máscara, dejando ver su expresión seria.

—Te estoy pidiendo un favor, los favores no se pagan, Kakuzu —dijo, ordenando unos pergaminos donde estaban los bosquejos del presupuesto de los gastos de su esposa y su amante—. Y lo del presupuesto, es para que lo descuentes de mi paga.

Hidan regresó con el sake y dos copas, las dejó sobre la mesa. Antes de poder retirar sus manos de la botella, Kakuzu le sostuvo la muñeca, deteniendo en seco sus movimientos. Parecían haber pasado años desde la última vez que sus dedos tocaron la piel blanca de Hidan, por lo que la sensación que pretendía ser ruda se sintió nostálgica.

—Sirve el sake.

El albino lo hizo. Estaba manteniendo la calma y la compostura haciendo una fuerza sobrenatural en su mente. Uno de los mandamientos en su religión era permanecer leal, y él debía serlo con Sasori quien le salvó la vida dos veces, por eso se controlaba y no hacía caso a sus impulsos de estrellar la botella en la cabeza castaña del ministro de economía.

—Bébelo, quiero asegurarme que no está envenenado —ordenó el Kakuzu nuevamente, sin soltar la muñeca del doncel. Su agarre no era fiero o violento, sus dedos apenas abrazaban la muñeca de Hidan, pero el tacto resultaba tedioso para el menor—. Hazlo.

—No está envenenado, se lo aseguro —dijo, rehusándose a beber.

—No puedo creer en tu palabra —sus pupilas verdes volaron hacia el rostro de Hidan. Antes lo obligó a mentir, ¿y qué si alguien lo hacía ahora? No iba a arriesgar su vida.

—Yo no miento —afirmó, arrastrando las palabras con recelo. Lo tenía prohibido, y ahora era mucho más estricto con aquello después de casi perder la vida por culpa de Kakuzu.

—Bebe el maldito sake, Hidan —esta vez fue Sasori quien lo ordenó, entonces el doncel alzó la copa y la bebió de un solo trago todo el contenido, haciendo a su cuerpo sacudirse levemente por el ardor en su garganta—. Si no lo hacías, Kakuzu no iba a desistir. No tengo tiempo que perder en esto.

El otro ministro resopló con fastidio. Él quería jugar un poco con Hidan, que se negara hasta el cansancio para hacerlo sentir nervioso; sin embargo,Sasori se lo arruinó con su mal humor antes de llegar a eso. Sea como fuese, después tendría todo el tiempo del mundo para fastidiarlo.

—¿Cuál es el favor que me pediste antes? —cuestionó el ministro, siguiendo el ritmo de la conversación que quería el pelirrojo.

—Bueno, eso es algo más... personal —dijo y dirigió su vista hacia el doncel albino—. Ve por Deidara —una vez regresó su vista al frente, la mirada confundida de Kakuzu se detuvo sobre la propia—. Se acerca el cumpleaños de Konan, ella se lleva muy bien con Deidara y no quiero que él falte, pero no puedo llevarlo conmigo... ya sabes, Sakura.

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora