IX

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Brindaban con una botella de sake por el triunfo de Kakuzu.

—¿Cómo anticipaste todo eso? —preguntó Sasori, asombrado.

—Ese chico, Hidan, estuvo todo el tiempo parloteando acerca de su estúpida religión y todo eso. Supe que podía convertir el juicio en una explosión, si encendía correctamente la carga. ¿Me estoy haciendo entender?

—Ya veo... —comenzó Kisame —. Así que si lograbas que los otros agotaran la paciencia del emperador, tu saldrías victorioso. Tu juego no se basaba en el testimonio del tipo ese, sino en lo que él representa para ellos.

—En efecto.

—Maravilloso —concluyó Sasori. Estaba realmente impresionado.

—Por eso exigía presencia del emperador. Aunque odie admitirlo, Yahiko no es tan fácil de persuadir.

—Por eso debemos hacer algo con él —dijo Hoshigaki, frunciendo el ceño —. Anda revoloteando alrededor de Nagato día y noche. No podemos acercarnos a él bajo ningún concepto.

—Incluso cuando yo voy a verlo por su salud, ahí está ese idiota —expresó Sasori.

—¿Qué hay del otro lado de la moneda? —preguntó Kakuzu y los otros dos aguardaron por la respuesta —. ¡Konan! La emperatriz, ella debe saber algo que nosotros estamos ignorando.

—Sí fuera así, no lo revelaría. Yo creo que ella y Yahiko tienen una relación a escondidas —comentó Sasori, convencido de sus palabras—. De ser así, cualquier movimiento en falso que hagamos sobre ella, podría significar nuestra muerte.

—Pero no tenemos que ser nosotros quien nos acerquemos a ella... ¿no es así? —inquirió Kakuzu para la sorpresa de los otros dos —. Supe que vas a casarte, Kisame.

Todo fue claro.

Con sólo esas palabras habían hecho un plan. Ocuparían el resto de la noche para beber y perfeccionarlo.

Deidara al otro lado de una de las puertas, escuchaba atentamente cada palabra dicha por los tres ministros, impresionadose por cada fragmento de información.

Se preguntaba cómo era Sasori ebrio, e imaginó muchos escenarios posibles. También intentó imaginar cómo eran los otros ministros partiendo de sus voces.

Kisame sonaba agradable y cálido, pues su voz era suave y sus palabras no eran agresivas. Mientras que Kakuzu se dibujaba como alguien corpulento y desagradable, ya que su tono de voz era sombrío y su risa malvada sólo le daba un aura tétrico.

Trató de no generar ruido, para que no se percataran de su presencia. Cuando escuchó que se despedían, corrió hacia el futon y se hizo el dormido.

Sasori abrió la puerta y el olor a sake invadió el lugar. Escuchó la ropa caer al suelo, pesada y tosca. Sasori se había ido a dar un baño. Pasados unos minutos, volvió y se acomodó junto al rubio.

Pasó su mano sobre la cintura de Deidara, y pegó su pecho a la espalda del rubio, mientras le respiraba sobre la nuca. Deidara se removió incómodo e intentó safarse, pero las manos en su abdomen solo lo llevaban más y más hacia el ministro.

—Tranquilo, no te haré nada. Solo quiero dormir así esta noche.

El otro no respondió. Seguía fingiendo estar dormido, aunque no duró demasiado, pues al sentir el tibio aliento del ministro sobre sus hombros y las piernas que lo envolvían, se incorporó.

—¿Puedo irme a la otra habitación? —pidió.

—No. Abrázame.

Sasori lo atrajo hacia él y lo envolvió en un abrazo. Rápidamente se dejó llevar por el sueño así que el rubio también hizo lo mismo. No quería tentar a Sasori a darle una golpiza.

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora