LVIII

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En el cuartel general del este, Sasori por fin había despertado. Morfeo se le dibujaba en el rostro de una forma cómica y apenas lograba atender a lo que Kakuzu y Kisame hablaban. No tenía fuerza en la quijada para agradecer su rescate, solo escuchaba mirando a los interlocutores.

—Konan debe estar llena de trabajo —dice Kisame—, me apena haberla dejado sola.

—No está sola, Zetsu está con ella. Deben estar bien, gobernando desde alguno de los cuarteles del centro. Ahora el chismoso de Zetsu será su mano derecha—respondió Kakuzu.

—No sé qué cara le daré a Konan, no cumplí mi deber. Ella seguro me odia. Debí morir por Nagato, yo debí protegerlo —se lamenta por enésima vez en el camino, restregando sus parpados con el borde de la palma.

—Cálmate, Kisame. Ninguno hizo nada, ¿dónde estábamos cuando él nos necesitó? Somos todos incompetentes —resopló, cruzándose de brazos—. Además, no tienes obligación de volver, renunciaste, ¿lo recuerdas?

Kisame se descubre el rostro y pasea la vista entre los dos ministros.

—Bueno... sí, es cierto, pero abandonar al imperio sin más, no puedo simplemente hacer eso. Konan necesita tanta fuerza como sea necesaria ahora.

—Hay alguien más que te necesita. Piensa en eso.

Se refería a Itachi, bien lo entendió en el instante. Si él quería apoyar a su esposo para reconstruir la familia que Madara destruyó tenía que dejar de lado su labor como ministro y las responsabilidades que esto conllevaba. Volver a la capital no era lo que ellos necesitaban; cuando Obito estuviera frente a la emperatriz no dudarían en torturarlo y exhibirlo como el criminal que era. Itachi le pidió protegerlo, pero ¿qué era lo correcto?

—Ustedes sabían qué... Konan y Yahiko... ellos tenían —Sasori hablaba pausado, suave y bajito, no controlaba del todo como se organizaban las ideas en su cabeza, por lo que empezó a decir cualquier cosa que se le ocurría—... una relación. Deidara me lo... dijo.

—¡Lo sabía! —Kakuzu hizo un gesto de satisfacción.

—Pero... yo descubrí que Yahiko y Nagato... también follaban —confesó, pestañeando con parpadeos perezosos—. Ellos iban a morir juntos... de todas formas.

—¿Qué? ¿Hace cuánto sabes eso? —Kisame alzó el mentón del pelirrojo que descansaba sobre el escritorio—. Seguro estás alucinando.

—Yo era su médico... lo vi desnudo más veces que Konan... reconozco esas marcas, las manos de Konan nunca le hubieran hecho eso —Los otros dos intercambiaron miradas de completa incertidumbre. Estaban perplejos con la repentina confesión del pelirrojo y no había manera de desmentirlo—. Además... era mi mejor amigo, él me lo dijo.

—Vaya, con razón nunca hubo ningún problema entre esos tres —comentó Kakuzu, riendo. Toda esa tragedia le parecía un mal chiste—. Ella puede estar embarazada de cualquiera de los dos. ¿Quién lo diría?

—O de los dos —acotó Akasuna, incorporándose, el sueño poco a poco se iba disipando—. Como sea, Kakuzu tiene razón. Lo mejor es que te vayas a un lugar tranquilo con Itachi y tengan a sus hijos, o lo que sea. Ellos nos salvaron a todos, al final, entregarlos solo hará este ciclo de venganza más grande.

—Los reportes falsos son nuestra especialidad —dijo Kakuzu, encogiéndose de hombros—. Tú renunciaste. Ella va a señalarte a ti y a los Uchiha por todo el desastre que se desató. No querrás que le pongan las manos encima a Itachi, ¿cierto?

—¿A dónde iríamos, de todos modos?

—Tengo unas tierras en el norte. Es un buen lugar, también es seguro, pueden empezar de cero ahí —recomendó el ministro de economía—. Tú vivías y respirabas para el imperio y la guerra, es normal que no pensaras en el futuro, no deberías haber vivido tanto.

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora