XIX

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Habían pasado días en los que Hidan mostraba una recuperación rápida bajo los cuidados de Sasori, y juntos se dedicaban a buscar la solución al complejo problema del pelirrojo, a través de una profunda meditación y oraciones que el albino realizaba en el jardín durante algunas madrugadas, y apoyándose en los libros y antiguos pergaminos que tenía el médico en su poder.

Estaban logrando ver la luz al final del túnel. La maldición podía romperse.

Muchas cosas buenas estaban pasando para ambos. Hidan estaba tranquilo, pasaba sus días meditando y adorando a su Dios,  ya no tenía que combatir con la apática presencia de Kakuzu porque Sasori no se lo permitía. Su voz, su presencia, su aroma, todo ello  era un cruel recordatorio de que aquello que crecía en su interior era obra del cruel ministro. Su hijo era fruto del más vil de los pecados.

Por otro lado, el ministro de salud había comenzado a desempeñar su papel como maestro en las clases de medicina que ocupaban cada mañana. Tenia aprendices de todas partes del país. Durante las tardes, compartía tiempo con el albino, leyendo o hablando a cerca de su trabajo. Sasori no lo había descubierto aún, pero le encantaba que Hidan se sentara a escuchar sus monólogos durante largos ratos. También se encargaba de procurar su bienestar  y cuidar de su alimentación para que el bebé se fortaleciera, parecía que dicho embrazo iba viento en popa.

Deidara, aunque no lo admitía, comenzó a congeniar con el albino, pues era su compañía cuando su amo estaba ocupado y no era invitado al té en el salón de las rosas. Lo significativamente problemático estaba cuando Sasori acaparaba la atención de Hidan y viceversa, porque el rubio tenia que ingeniarse alguna manera de no aburrirse.

—Últimamente he notado una mejora en ti —comentó Itachi, sorbiendo el té caliente.

—¿A qué te refieres con "mejora"? —preguntó Deidara, confundido ante las palabras de su amigo.

—Quiero decir, no hay marcas en tu piel como las de antes, ahora tienes una sirvienta y —ambos miraron de reojo a Tenten conversando con Haku al otro lado del jardín—, el ministro debe estar tan ocupado que no tendrá tiempo para acosarte. Kisame me ha contado varias cosas preocupantes acerca del ministro Sasori.

—Ah, eso —su tono era apagado —. Pues sí, desde que inició con su labor como maestro pasa mucho tiempo ocupado, si no está con sus estudiantes, o en el consejo, está con Hidan.

—¿Hidan? —preguntó intrigado el moreno.

—Sí. Pasa todo su tiempo libre en la habitación de Hidan, hablando y leyendo cosas en otro idioma —se dejó caer sobre sus brazos, decepcionado. Itachi le regaló una mirada preocupada —. No entiendo a Sasori, un día es agresivo, otro día amable, después indiferente. Si ya no me necesita, ¿por qué no me deja ir?

Itachi sorbió otro poco de té, miró a su alrededor y se aseguró que nadie estuviera merodeando.

—¿Estás celoso? —los irises azules de Deidara se abrieron en una ingrata sorpresa, y negó con su cabeza ante tal pregunta —. Por lo que puedo deducir en tus palabras, tu señor pasa su tiempo libre con otro doncel, después de sus labores. ¿No querrás insinuar que ellos..?

—¡No! Por supuesto que no, tonto —lo regañó, sin medir su tono de voz—. Hidan ni siquiera es competencia para mi, ademas... No estoy nada celoso, de hecho estoy aliviado de no ser la presa de ese imbécil —se cruzó de brazos.

En su mente, esas eran las palabras correctas pero Deidara sentía que la verdad que representaban no era liberadora, pues se alegraba de tener al pelirrojo lejos, sin embargo le era imposible conciliar el sueño cuando no compartían el futon, o comer con gusto cuando debía hacerlo solo.

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora