XLIX

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Madara posó sus rodillas en el suelo, sus manos cercanas a la madera de un escritorio y la mirada buscaba aquel cuerpecillo. Prestaba atención a cada sombra que se trazaba bajo la madera, sus oídos estaban atentos a cualquier sonido.

Los pies de Hashirama bailaban inquietos, ante los movimientos de Madara, el castaño se retorcía ansioso, esperando que de una vez por todas el azabache dejara de jugar e hiciera su trabajo. Un chillido agudo y Uchiha ya tenía sus manos enguantadas sobre la figurilla escurridiza que lo había estado tentando todo ese tiempo. Lo exhibió frente a su rostro con una sonrisa burlona, Hashirama jadeó de sorpresa al contemplar el cinismo de su compañero. Con eso entre sus manos podía doblegar al emperador de una nación entera.

—Así que... aquí estabas —lo sostiene de la cola y se levanta con el animal en la mano—, pequeña rata.

—¡Solo sácala de aquí! —Grita, alejándose de Madara, quien por maldad fingía que le arrojaría la rata a la cara—. Madara, basta. Llévala a otro lugar, lejos, muy lejos de aquí.

Hashirama Senju, el único guerrero contra el que Madara admitía haber perdido innumerables veces —aunque la mayoría fueron entrenamientos en sus años de adolescentes—, el mismo hombre que gobernaba una nación y dirigía un imperio, le tenía pánico a las ratas.

—Mírala, es muy tierna no te hará nada —Uchiha se ríe, balanceando al animal desde la cola larga—. Vamos, Hashirama, supéralo.

—La rata tiene el tamaño de un conejo, ¡es horrenda! —se retrae en el rincón, rehusándose a mirar al animal que chilla de dolor.

—Si la libero esta rata hará una madriguera, tendrá más ratas y luego vendrán aquí —irónicamente, el paralelismo que tenía esa explicación con la que le dio a cerca de la hermandad era acertada—... ¡Y te comerán! —Hashirama se cubre el rostro con las manos, ahogando un grito—. Tienes que eliminar la plaga matando a todas las ratas, Hashirama.

—No quiero matarla. Que a mí no me agrade no quiere decir que tenga que eliminarla.

El castaño era un santo, al Uchiha no le gustaba. Terminó por lanzar el animal hacia el emperador. Las pequeñas patitas comenzaron a recorrer el cuerpo del Senju, bajo la ropa, éste gritaba aterrorizado, con lágrimas pequeñas asomándose en sus ojos, intentando por todos los medios posibles sacarse a la rata de encima.

—¡Madara, quítamela, quítamela por favor! —insistía, dando brincos, palmeándose por donde la rata corría, mientras que el general reía a carcajadas por tan ridícula escena.

—Vamos, que es un pequeño animal. Ven aquí —cedió después de varios segundos, cuando la histeria parecía preceder al llanto.

Madara abrió el haori de Hashirama en la parte superior, haciendo que la rata corriera hacia las piernas nerviosas que no dejaban de moverse. Uchiha recorría el cuerpo del emperador con tantísima confianza que el otro ni siquiera se perturbaba, aunque estaba muy ocupado sintiendo las pequeñas cuatro patas recorrer su pierna derecha.

—Solo quédate quieto, Hashirama, ya casi está —dijo, aguantándose los improperios a su extraño amigo.

—¡Solo tómalo de una maldita vez!

—¡¿Tomar qué?! —entró Tobirama de sorpresa en la oficina del emperador, encontrándose con la curiosa escena.

Hashirama medio desnudo, Madara arrodillado frente a él, sosteniendo un bulto en su entrepierna. El albino quería arrancar la cabeza del Uchiha de un mordisco.

—¡Hermano! No es lo que crees —Hashirama dijo, componiendo un poco su vestimenta.

—Ciertamente, cuñado —expresó con la astucia de un zorro, sonriente por la incomodidad relejada en las mejillas rojas de ambos Senju. Sacó la rata y se la enseñó a Tobirama—. Este amiguito estaba jugando con tu hermano.

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora