XV

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Habían pasado días desde el incidente con Hidan en los calabozos subterráneos. Kisame estaba entrenando más arduamente que nunca para volver ser digno de samehada. Desde antes que el sol saliera él llevaba su cuerpo al límite para complacer a aquella espada mágica que había conseguido como trofeo de su más grande batalla, muchos años atrás.

Hidan no había despertado, y Sasori no paraba de estudiar e investigar con la ayuda de Deidara, que era mucho más intuitivo. Ya que, por la rareza del caso, Sasori pensó que era prudente utilizar una perspectiva menos científica.

Kakuzu se encargó de los sobornos y el informe debido al estado mental que todo le había dejado a Kisame, e iba en camino a al despacho de Yahiko para hablar la situación.

—¿Por qué demoró tanto el informe?

—Kisame debía hacerlo, pero parece que no se encuentra bien. Entonces tuve que bajar, rehacer el trabajo y revivir el momento. Todo está ahí, en el pergamino.

—Antes de que te vayas, cuéntame qué pasó.

—En los calabozos, yo tenía un preso, un tipo problemático que sólo causaba disturbios en la cárcel. Tenía pocos días ahí. Parece que algunos guardias querían divertirse con él y lo subestimaron —le dijo con un tono neutro, del cual era difícil determinar si se trataba de la verdad o de una vil mentira.

—¿Eso crees?

—Eso fue lo que pasó. No he especulado ni un poco.

—¿Dónde está el reo? —preguntó Yahiko abriendo el pergamino.

—Muerto.

—Muy bien. Gracias por el informe, si hay algo más, te llamaré.

Kakuzu salió, refunfuñando en su interior. Odiaba a Yahiko y todo lo que representaba. Deseó habérselo encontrado en el campo de batalla alguna vez, de esa forma se hubiera desecho de él como lo hacía con la basura.

Llegó hasta los dominios de Akasuna no Sasori. Los guardias lo admitieron y esperó en el despacho.

—Kakuzu, qué sorpresa tenerte aquí —le saludó el pelirrojo, un tanto desconfiado.

—Más tarde tendremos reunión para discutir el presupuesto de tu proyecto. No hemos hecho nada de eso.

—¡Lo había olvidado por completo! —exclamó despavorido. Todo el asunto con Hidan lo había envuelto completamente en un espiral sin salida de preguntas que no tenían respuesta.

—¿Qué esperas? Empecemos.

Deidara salió con una bandeja con dos tazas de té, al encontrarse con Kakuzu casi derrama todo, al detenerse de golpe. Se quedó estático unos segundos hasta que el de ojos olivalo notó.

—¿Qué haces ahí, Deidara? —dijo Sasori sin girarse, seguía escribiendo sobre el papel.

—Venía a invitarte té.

Kakuzu alzó una ceja, descontento.

—¿Desde cuándo se te permite tratar a un ministro de esa forma? —preguntó, el rubio asustado se encogía en medio de sus hombros—. Responde.

—No... No lo sé.

—Deidara, muestra algo de respeto —la indiferencia con la que Sasori trataba el asunto, que para los otros ministros era tan importante, indignaba a Kakuzu.

Deidara dejó la bandeja con el té cerca de la mesa, hizo una reverencia y se fue.

—¿Qué fue eso? ¿Desde cuándo no educas a tus sirvientes? —devolvió la mirada filosa hacia el pelirrojo.

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora