XVI

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—Lo voy a despertar —dijo Sasori.

El ministro de economía le dirigió una mirada dura.

Hidan había despertado el día anterior, desde entonces no había dado más señales de consciencia, por lo que el médico pensó que era prudente despertarlo y obtener las respuestas que ansiaba.

—Hazlo.

—Debes esperar fuera, Kakuzu, es lo mejor. Si despierta y te ve, puede entrar en histeria.

El otro se fue refunfuñando, mientras Deidara reía por lo bajo, tapando su sonrisa con la manga del kimono.

—Tú también, Deidara. Sal de aquí.

—¿Por qué? —se quejó.

—Porque te lo estoy ordenando, ahora vete.

No pensó que la mejor de las ideas fuera despertarlo sólo dos horas antes del consejo de ese día, pero no podía contener las ganas que tenía de descubrir la verdad.

Preparó en un contenedor de vidrio algunas hierbas de olor, que juntas era una combinación, que de usarse en grandes cantidades, podía ser letal. Tapó la botella mientras el aroma se concentraba. Escuchó murmullos afuera y se levantó para ver de qué se trataba.

—Kisame, ¿qué haces aquí? —preguntó el pelirrojo, con un tono de voz hostil.

Había llegado el ministro de guerra y justicia junto a su esposo y el sirviente de este, sumado a Kakuzu y Deidara, eran cinco personas en su sala. No sólo no le gustaban las visitas, Sasori tenía trabajo que hacer y sabía que ellos iban a distraerlo.

—Pensé que era prudente que habláramos los tres sobre el asunto del otro día, y evaluar que tipo de versión manejaremos si se llega a tocar el tema durante la reunión —propuso Kisame, llevando, como siempre, la lógica en el asunto.

—Es algo sensato —dijo Kakuzu.

Los tres ministros vestían sus túnicas negras de nubes rojas, y llevaban sus anillos: joyas únicas en el mundo, hechas específicamente para cada miembro del Consejo de Akatsuki, por su líder Nagato. Estaban preparados para el consejo, y debían estarlo, estaban seguros de que Yahiko —al encontrar un error o una inconsistencia en el reporte—, iba a colocarlos entre la espada y la pared con un sin fin de preguntas.

Deidara e Itachi se saludaron con una pequeña sonrisa.

—¿Y bien? —Sasori interrumpió el silencio, algo alterado —. ¡¿Qué diremos?! No se queden ahí pensando sin decir nada.

—Calma. Lo mejor es que ustedes dos se adelanten al salón de las Flores —dijo Kisame señalando a su esposo y al amante del otro ministro.

—No puedo —objetó Deidara enseguida, ganándose la mirada furiosa del pelirrojo —... mi señor. La emperatriz me dijo que si Sasori... El ministro, no me daba el lugar y el trato adecuado, yo no podía pertenecer a su salón de té.

—Bueno, entonces ve a otro lugar —ordenó el ministro.

—¿Por qué no le consigues un sirviente apropiado? —preguntó Kisame, esta vez. Abogando por el joven rubio.

—Él puede valerse por sí mismo. Además, como ven, no tengo servidumbre porque no me gustan los extraños en mis dominios. No quiero que una mujercita lo ande persiguiendo todo el día.

Ante las declaraciones de Sasori, Haku bajó su cabeza, algo avergonzado.

—Como sea, ¿lo vas a despertar o no? —ahora era Kakuzu a quien se le acababa la paciencia.

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora