VI

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—Hola, Hidan —saludo tan amablemente que su voz parecía fingida. 

El otro se incorporó dando poca importancia al hombre que tenía enfrente. 

—¿Cómo te sientes? ¿Haku hizo un buen trabajo?

—¿Dónde estoy? 

—En mi habitación —Kakuzu se puso cómodo, sentado junto a una botella de sake, se quitó la túnica de nubes roja—. ¿Te apetece? —le invitó un pequeña copa de alcohol, Hidan la aceptó. No tenía nada que perder. 

—Gracias. 

—Hidan, he estado pensando y creo que podemos llegar a un acuerdo. 

—No estoy dispuesto a hacer un trato con un tipo como tú. 

—Tampoco estás en posición de escoger tu destino —contempló su expresión unos segundos—. Mira, voy a ser sincero: Estoy en un gran problema, pero ¿sabes quién más lo está? 

Hidan negó con la cabeza y tomó otro poco de sake. 

—Tu gente. Fueron capturados por los guardias de la costa, y están a disposición de las autoridades. 

—¿¡Qué!? 

—Ellos hicieron lo que les dijiste, me delataron. Están detenidos, pero hay una manera de ponerlos a todos a salvo, nuevamente. 

—¿Cómo? —estaba renuente a cualquier cosa que dijera Kakuzu pero no quería abandonarlos. 

—Si participas en el juicio alegando que todo es una mentira, que todos ustedes son presos y no mis esclavos, yo me encargaré de sacarlos de ahí.

—¿Cómo sé que no me estas mintiendo? —sonaba muy bueno para ser verdad. 

—Hidan, si los saqué una vez podría hacerlo de nuevo ¿no crees? —los ojos le brillaban, intrigado por el camino que escogería Hidan—. Solo debes pararte ahí y jurar ante todos que yo soy inocente de lo que me acusan y todos serán libres, como debe ser.

—No tiene sentido para mi. Si hago eso, seremos encarcelados nuevamente y tú… 

—Espera. Ya te dije que puedo sacarlos, pero tú te quedas conmigo. 

Hidan no comprendió. La mitad de las palabras de Kakuzu eran confusas, y sus intenciones tampoco eran claras. ¿Por qué debía quedarse con él? Si fue llevado a ese lugar para extraerle la información y ya no lo necesitaba, ¿por qué no lo mataba como dijo? 

—No. No mentiré. Mi religión no me lo permite. 

—Tu religión te permite torturar y matar creaturas inocentes en rituales inútiles, pero no puedes mentir.

—¡No te burles de mí! 

Kakuzu rio. Las agallas que tenía Hidan eran enormes. 

—Tenemos un trato ¿o no? —se levantó y caminó hacia una puerta que conducía al baño—. Recuerda que si me imputan algún delito, todos ustedes perderán sus cabezas por traición al reino. Trabajaban para mi, eso es un delito. 

Desapareció tras la puerta, dejando al otro pensativo. 

Se mordió las uñas, dudando, pensando cuál era la decisión correcta. Si traicionar su fe o condenar a su gente. 

Intentó ponerse de pie, pero las heridas en su pie izquierdo estaban recién hechas y no lo dejaban apoyarse correctamente. Con esas heridas no iba a llegar muy lejos. 

Al cabo de un rato Kakuzu salió desnudo del baño, revelando su rostro y su cabello castaño, que caía hasta sus hombros, lanzando pequeñas gotas de agua que corrían por su cuerpo. 

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora