Hidan abrió sus ojos lentamente, con un espantoso dolor en cada músculo de su cuerpo. Distinguió rápidamente el rostro de Kakuzu, quien dormitaba sentado a su lado.
No podía mover el cuerpo con la facilidad habitual y su boca parecía haber sido sellada. Básicamente, sólo podía mover sus ojos de un lado a otro. Pensó que estaba muerto y qué había pasado a la otra vida.
La cabeza de Kakuzu cayó y el mismo impacto al aire lo hizo despertar y darse cuenta que el albino estaba despierto.
—Hidan —aquella forma especial en que pronunciaba su nombre seguía ahí —... ¿Hace cuanto estas despierto?
Los párpados de abrieron y se cerraron, era la única forma en que podía comunicarse. El otro comprendió que el albino no podía hablar.
La mano morena de Kakuzu pretendía extenderse hacia la frente de Hidan, pero casi al llegar se detuvo y luego se retractó.
—Llamaré a Sasori.
Kakuzu no llevaba la túnica esta vez. Sus brazos lucían las docenas de cicatrices, su cabello castaño se escapaba de la capucha blanca habitual del ministro, dejándose ver en los hombros encorvados, que la mala posición al dormir dejaba así. Un minuto después Sasori entró, tenía un aspecto cansado y deprimido, Hidan lo notó en el instante.
—Bienvenido nuevamente, Hidan —dijo serio.
Sasori se aseguró de su temperatura y le remojó los labios con un algodón húmedo, aún no podía ingerir nada por la reciente cirugía. Mientras se aseguraba de su estado actual, el pelirrojo mantenía aquella mirada vacía y sus ojos evitaban a toda costa las pupilas lilas de Hidan así como el rostro de Kakuzu.
—No hagas ningún tipo de esfuerzo —le indicó. En ningún momento sus miradas habían hecho contacto —. No grites, no te muevas, no te alteres. Si me desobedeces probablemente mueras desangrado.
El pelirrojo salió de la habitación dejando solos a Hidan y Kakuzu. El albino no pudo evitar pensar que al actitud del médico era mucho más fría, distante y cortante que de costumbre, pero no iba a protestar por ello. No tenía idea de qué había pasado, pero no era el momento de averiguarlo.
La mirada de Kakuzu estaba llena de algo que los mortales conocían como dolor, y era raro para Hidan ver eso en las pupilas olivas de Kakuzu, quien se caracterizaba por sus inescrupulosa personalidad. ¿Qué lo tenía así?
—Hidan, debo decirte algo...
—¿Qué... sucede? —su voz era un hilo ronco que se desplegaba con dificultad.
—Casi mueres, nuevamente, a causa de tu dios. Pero esta vez fue un error de cálculo —apretó los puños contra sus piernas —. Dime ¿intentaste invocarlo de nuevo?
—No.
—Él... tu Dios, él se llevó la vida de...
Era difícil para el ministro ahogar el sentimiento que le nacía cuando pensaba en lo que fue convertido la pequeña criatura que había estado creciendo en Hidan. Recordar eso lo atormentaba de una forma que él nunca había podido lograr en ninguna de sus víctimas. Era asqueroso, doloroso y nocivo recordar aquello.
—El bebé... ¿No es así?
El cabello castaño fue descubierto. Kakuzu se quitó la máscara que lo cubría, dejando ver su expresión furiosa y nostálgica. Tan hermosamente humana, que ante los ojos del Jashinista era sólo ficción. Después de todo, el ministro parecía no tener sentimientos, y que los despertara de la noche a la mañana era, simplemente, una cruel mentira para Hidan.
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Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊
FanfictionUn doncel que se vendió por la paz de dos naciones. Un religioso que se niega a perder su fe. Un don nadie que vive entre lujos. Lo único que tienen en común es que coexisten en lo mítica torre roja, el palacio de gobierno de Akatsuki. Deidara anhel...
