XXIII

826 106 66
                                    

Tenten peinaba la cascada dorada que era el cabello de Deidara, deslizando suavemente sus dedos tras la peinilla, escuchando pacientemente todo lo que él tenía por decir, hablaba demasiado siempre, a ella le encantaba escucharlo.

—Entonces Itachi dijo que Kisame lo llevaría a su país de vacaciones —relató, haciendo un puchero —. Ojalá Sasori me dejara ir a casa.

La castaña sonrió amablemente sin una palabra que decir, era algo insensato de su parte tratar de ponerse en los zapatos del doncel. Aunque ambos eran esclavos, el rubio estaba notoriamente favorecido por el ministro.

—¿Crees que Itachi vuelva? Es decir, una vez esté con su familia será difícil despedirse. Parece que quiere mucho a su hermano —el rubio se llevó la mano al mentón, pensativo.

—No lo sé, mi señor. Debe volver, su esposo tiene un deber aquí.

—Ah... También creo eso.

La puerta se abrió y cerró, unos pasos suaves se escucharon sobre el tatami. Deidara se deshizo de Tenten y se giró para recibir a Sasori. Adoptó una expresión angelical; su cabello recién arreglado, vistiendo un hermoso kimono blanco y su mirada zafiro clavada en la puerta, esperando por el ministro.

Se impacientó cuando los segundos se alargaban y el pelirrojo no entraba a la habitación. Unos murmullos se dejaron oír y otros pasos se agregaron al caminar del que sospechaba era Sasori. Entonces se levantó y decidió ir a verificar que ocurría. Se detuvo de golpe al ver a la emperatriz y sus guardias en la entrada.

—Su majestad imperial —hizo una reverencia en el instante en que vio a Konan.

—Hola, Deidara —saludó ella con una sonrisa —¿Cómo estás?

—Muy bien, majestad —le devolvió. La monarca examinaba a Deidara con la determinación de un águila salvaje, él se preguntaba por qué.

Sasori rebuscaba algo en varios lugares, de un lado al otro hasta dar con una pequeña caja de madera negra, luego se la entregó a la emperatriz.

—Me alegra mucho por ti, Deidara. Nos vemos —Ella se despidió y salió de ahí. 

El pelirrojo entró en su habitación ignorando el hecho de que el rubio lo había estado esperando, que se preparó y vistió apropiadamente por él, porque el ministro siempre se lo pedía. 

—Dei —dijo después.  El rubio se acercó en silencio—. Habrán algunos cambios, necesito que Tenten recoja tus cosas y las lleve a la otra habitación, donde estabas antes.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Sucede algo?

Entre confusión y sorpresa, las palabras de Sasori se estancaron en su cabeza, mientras que sus preguntas se perdieron en el eco de la habitación. Estaba muy confundido. La visita de la emperatriz, Sasori actuando más indiferente que nunca y de un momento a otro lo devolvía a la habitación de antes, donde empezó su cautiverio y calvario. 

Definitivamente algo estaba mal, pero ni siquiera podía intuir qué, ya que Sasori nunca le comunicaba nada, el ministro solo decidía y su palabra se volvía ley. Estaba inconforme con eso, era obvio, y no podía hacer nada el respecto, pero no mataría a nadie que Sasori tuviera la decencia moral de participarle lo que haría con él.

—¿Qué hay de Hidan? —se animó a preguntar, aunque sabía que para Sasori aún era un tema complicado.

—Él se queda, es mi paciente —dijo. 

El cansancio y el estrés se dibujaban fácilmente en las ojeras del ministro. El rubio era consciente que impartir las clases no eran fácil, por lo que intentaba dar lo mejor de sí cuando llegaba el momento de complacerlo. Después de tanto tiempo había comprendido que mantener a Sasori de buen humor no era difícil, pero era algo muy importante. 

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora