XXXI

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Nagato temblaba, Sasori no podía adivinar si se trataba del frío o los nervios. Estaba más pálido de lo habitual.

—No vas a creer lo que pasó —dijo, cerrándose la yukata con insistencia —. Ella estaba ahí, como una diosa. Desnuda frente a mí, esperando que yo le hiciera el amor para poder concebir un heredero —puntualizó el emperador —. Cuando estábamos en medio de todo... Ya sabes, ella me abrazó y dejó un pequeño mordisco en mi hombro.

Hizo una pausa. Metió el rostro entre las manos y tiró de su cabello. Estaba terriblemente frustrado, era un completo idiota. No entendía como era capaz de dirigir un imperio pero tan inútil para relacionarse con las mujeres, con su mujer, específicamente.

—Ella —continuó Nagato, descubriendo su hombro para demostrar sus palabras —... me mordió justo aquí. Se sintió tan bien. En ese momento habían demasiados sentimientos mezclados que yo, yo no lo pensé bien. ¡Lo arruiné! Al momento del orgasmo exclamé el nombre de Yahiko, no el de Konan.

Sasori casi se desmaya al escuchar semejante barbaridad. El acto en sí, que él estuviera compartiendo lecho con otro hombre y que dicho hombre fuera Yahiko le parecía una aberración, pero esto había rebasado los límites. ¿Cómo iba a explicarle eso a Konan? No había razón médica o psicológica para defenderlo, más que el hecho de que estaba enamorado de su guardia personal.

—¿Enloqueciste? —cuando admitió lo que había escuchado, lo único que pensó fue eso —. ¿Cómo demonios lograste salir de ahí con vida?

—Ella... Konan se detuvo en ese momento, cuando yo me di cuenta de lo que había dicho solo corrí, desnudo como llegué al mundo —giró su rostro, el sonrojo en sus mejillas era muy evidente —. Antes de salir tomé lo primero que vi, que es esta yukata y llegué aquí. No sabía a quién más recurrir.

Los parpados cubrieron los ojos miel de Sasori, estaba muy impactado por aquello, esa semejante noticia haría del consejo un granja de gallinas furiosas reclamando la cabeza del emperador y su errante amante. Es decir, ahora que Konan lo sabía —porque quería creer que ella lo ignoraba o intentaba darle otra explicación a la cantidad de tiempo que su esposo y su mano derecha pasaban juntos—; sería cuestión de tiempo para que Zetsu u otro ministro lo supiera y los rumores llegaran a ser un debate en el consejo.

—Amigo, no sé cómo demonios le compensaré esto a Konan.

—No debes hacerlo —el emperador lo miró sorprendido ante aquello —. Eres el emperador ¿no es así? Puedes tener a tu esposa y cuantos amantes quieras, y nadie podrá cuestionarte. Eso sí, lo más probable es que traigas desgracias al imperio pero...

—¡Suficiente! —exclamó cuando estuvo saturado del cinismo y el sarcasmo del otro pelirrojo —. Se supone que era un secreto y yo lo arruiné. Yahiko estará enfadado conmigo también.

—Esto tiene que ser una broma —se cruzó de brazos, realmente enfadado—. ¿Estás preocupado por lo que piense Yahiko? —cuestionó, renuente a sentir lástima por la estupidez de Nagato—. Él no debería importarte ahora, tu prioridad es hacer un heredero. ¿Qué importa qué piense Konan o Yahiko?

Nagato meditó las palabras del ministro. Si bien eran moralmente cuestionables, quizá era el único que camino que tenía para continuar, porque después de todo, no le faltaba razón. Si el decidía seguir adelante con Yahiko tenía que hacer callar Konan ¿no? Sea como fuese posible hacerlo. Aunque no quisiera hacero, ella era un primor, una mujer de valor incalculable, no era merecedora de más humillaciones.

—Tómalo cómo un consejo, tu eres el jefe, los demás no importan.

Recibió un par de palmadas en el hombro por parte de Sasori quien fue a buscar té.

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora