Epílogo.

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El orgulloso imperio Akatsuki perdió un tercio de su territorio después de dos años que Konan asumiera el mandato, convirtiéndola en la primera gobernadora de lo que ahora era un país modesto.

Sus consejeros más fieles eran Kakuzu y Sasori, quienes cuidaron y velaron por su salud después de la trágica pérdida de su hijo. Ella encontró consuelo en la religión que Hidan levantó, haciéndose una fiel a la palabra de Jashin, logrando superar la tragedia a través de la religión. Principalmente por esa razón el Jashinismo prosperó, sin embargo también influyó el hecho que a través de estas doctrinas religiosas se lograron calmar las ansias de batalla en el país.

Mientras el tiempo transcurría, Kisame nunca perdió el contacto con sus antiguos compañeros, contándole a Kakuzu como la tierra que le cedió —que ahora era una villa— era autónoma al ya no ser parte oficial de Akatsuki, y se sostenía eficientemente gracias a un comercio activo; así mismo, las letras que eran dirigidas a Sasori se enfocaban principalmente en contarle sobre el desarrollo del pequeño Gaara, también preguntaba si tendría el interés de conocerlo algún día. Sasori por su parte respondía cortésmente: «Interés tengo, lo que no puedo romper es la promesa que le hice a Deidara, de no volver a aparecerme frente a él. Mi hijo puede vivir sin mí, le quiero, y por eso sé que lo mejor es que crezca lejos de la sombra de un mal hombre como yo. No merece cargar el peso de mis pecados.»

Sólo una vez se lo dijo y eso le bastó para convencerse de que aquella decisión era la correcta. Más años transcurrieron después de eso. Con siete años, Gaara era un niño dulce y amoroso, lo demostraba cada día mientras jugaba y cuidaba a la pequeña Yukiko Hoshigaki de cinco años, la hija de Itachi y Kisame. El antiguo ministro contaba en sus cartas que ellos aprendieron a llevarse como hermanos debido a la falta de niños en la villa. A lo que Kakuzu le respondió alegremente:

«Ansiarás la falta de niños cuando vaya a visitarte. Hikaru ya tiene siete años, es responsable, conservador y siempre cuida de sus hermanos, su parecido físico a su papá no tiene nada que ver con su carácter tranquilo. Fuyu es un doncel que con cinco años es la réplica de Hidan, no puedo controlarlo, incluso imita sus malas palabras. Aiko es una niña alegre y revoltosa, en muchas ocasiones agresiva a pesar de que solo tiene tres años. En fin, hace menos de un año nació Kenta, y ya Hidan está pensando tener otro. No quiero más niños.»

No puede evitar reír imaginando la vida de padre que lleva el exigente ministro, y cómo es que el que ansía más niños sea Hidan y no él. Kakuzu también le informa que el trabajo es más fácil ahora que el territorio se redujo, pero que le apena enormemente como la economía mermó ya que la guerra había acabado, lo único bueno que podía sacar de eso era que, como el nuevo ministro de guerra y justicia era un incompetente, no iban a tener que luchar.

Hidan también intercambiaba escritos con sus dos amigos, contándoles exageradas anécdotas de cómo era ser el líder religioso de todo un país. Nunca les hablaba a cerca de sus hijos, de hecho, los dos donceles en el norte no tenían idea que tenía cuatro criaturas con el ministro sin siquiera haberse unido en matrimonio. Ellos eran «colegas» según las afirmaciones del albino.

Deidara le respondía amenamente que estaba bien que mantuviera una relación sana a pesar de todo lo que pasó, y que era extravagante que no le guardara ni un ápice de rencor a ese sujeto, mientras que él vivía aliviado de no tener que lidiar con su verdugo nunca más y podía mantener protegido a su pequeño. También le contó como dedicaba su vida al arte, abrió un pequeño taller donde fabricaba juguetes, excepto muñecas porque le parecían escalofriantes.

Entre otras cosas, Hidan le preguntó si reanudaría algún día su vida amorosa y obtuvo una respuesta vaga sobre cómo el rubio doncel tenía un pretendiente pero aún no se animaba a dar el siguiente paso, pensando en lo mejor para su futuro. Aquello no era de urgencia, no era como si se fuera a acabar su vida por no tener un compañero, aunque Itachi estuviera firmemente convencido que su «pretendiente» sería el mejor que tendría; Hidan no entendió ese énfasis porque no conocía al hombre.

Uchiha no escatimó recursos para comentarle que se había topado con Haku, que después de todo estaba vivo. Hidan se alegró mucho por ello, sobre todo cuando le dijo que vivían cerca; el antiguo esclavo vivía mucho más al norte, donde dejaba de nevar solo algunas épocas al año, pero que en los inviernos más difíciles y fríos se quedaba en la villa junto a su pareja, Zabuza.

La vida comenzó a transcurrir con tranquilidad, una inquebrantable para algunos y falsa para otros, por ejemplo los Senju. Shisui trabajaba con una meticulosa red de información que se había logrado infiltrar en las filas de los guardias reales hacía un par de años, para obtener información sobre lo que ocurría con su padre y su tío, y así sacarlos de ese agujero. Lo que lograban hacer con mucho esfuerzo sería desbaratado si los descubrían por lo que tenían que ser especialmente cuidadosos.

Tenían información sobre Tobirama, él seguía ahí envejeciendo en ese húmedo hoyo, y de Hashirama se sabía casi nada, pues tenía tres años «desaparecido». Nadie lo había visto, nada se murmuraba sobre los Senju en las calles del país del fuego, solo lo que el gobernador Madara dejara saber.

De no ser por Gaara y Yukiko, la vida de Kagami no fuese especialmente alegre, ya que cada día que transcurría el extrañaba un poco más a Tobirama, y Shisui solo podía apretar las puños frustrados por no poder resolverlo.

Obito prometió que traería de vuelta al Senju al nuevo hogar que todos habían construido, nunca dejaría de arrepentirse por sus actos, porque aunque ahora sabía que siempre fue una marioneta de su papá, su consciencia no dejaba de repetirle que era un vulgar criminal. Lo único que callaba esas voces era el tacto suave de los dedos de Kakashi sobre sus mejillas limpiando sus lágrimas.

Aunque muchos pajarillos lograron alzar el vuelo y alcanzar el libre firmamento, el pequeño turpial rubio permaneció cautivo de su pasado, del dolor que arraigaba desde su vaga decadencia mental.

El cuervo guardó bajo su ala a una cría adolorida, esperando pacientemente el regreso de quien poseía la mitad de su vida. Aquellas aves leales, que solo eran acusadas de rondar cadáveres, resolvieron mantener esa ilusión de libertad mientras contaban los infinitos barrotes alrededor de ellos. 

Jaula de oro.

FIN.

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora