XIV

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Deidara se asomó hacia el despacho de Sasori, inquieto. Se quedó observándolo un rato, notando que estaba lleno de sangre, sus manos y algunos lugares de su cara.

Intentaba limpiarla con afán, y su rostro estaba muy consternado.

—¡Deidara! ¡Deidara! —lo llamó y tomó asiento en el suelo. Metió el rostro entre sus manos, luciendo atormentado.

El rubio se presentó ante él, sereno, sin decir una sola palabra.

—¡Deidara! Necesito tu ayuda.

El tono desesperado que empleó en aquella petición lo sacaba completamente de sí. Lo único tan grave como para necesitar ayuda de un don nadie como él era que hubiera asesinado a alguien, eso explicaría la sangre también. Pero él era la última persona que podía ayudarlo dentro de aquella torre.

—¿Qué sucede? ¿Qué hiciste? —tomó un pañuelo y comenzó a limpiar su rostro.

Los ojos miel de Sasori estaba a poco o nada de romper en llanto, y sus delgadas cejas rojizas permanecían corrugadas, haciendo esa expresión de profundo dolor que había visto sólo cuando fueron a las tumbas de sus familiares.

—No hice nada. Estoy… Estoy intentado hacer algo bueno —miraba con el rabillo del ojo hacia la puerta del baño —. Hay algo ahí que debes ver.

El rubio se levantó y caminó hacia el baño, dubitativo. No le quedaba claro de qué se trataba todo, por el estado de Sasori, intuía que se trataba de algo surreal.

Se encontró con Hidan inconsciente, bañado en sangre, soltó un jadeo del susto.

—¿Está muerto?

—No. Pero…

—¿Tu hiciste esto?

—¡No, Deidara! No seas ridículo.

—¿Para qué necesitas mi ayuda?

—Vamos a limpiarlo, te iré contando en el proceso.

Ambos se cambiaron por unas yukatas informales y comenzaron a limpiar el cuerpo de Hidan. Encontraron los evidentes signos de tortura en su piel. Las muñecas mal heridas por los amarres de las cadenas, la espalda ajada por los azotes, incluso tenía cortadas en el abdomen.

—¿De dónde demonios sacaste a este tipo? ¿Del infierno?

—Algo mucho peor que eso, de los dominios de Kakuzu.

—¿Ese hombre enmascarado?

—Sí.

Deidara se estremeció ante tal confesión. Era horrible el estado físico de aquel esclavo, no quería ni imaginar como se encontraba su mente.

Notó su vientre, que comenzaba a deformarse en una curva,  tomando una forma muy bonita al parecer del rubio. Pasó sus dedos sobre la superficie y sintió un escalofrío en su cuerpo. Aunque era un doncel, no lucía como uno. Era alto, musculoso —al menos alguna vez lo fue, porque estaba mal nutrido— y de hecho, lucía más varonil que Sasori.

—No me digas que este bebé…

El pelirrojo lo miró serio y asintió.

Su sangre se heló. Lo que tuvo que haber vivido ese hombre tuvo que ser diez veces, no… Cien veces peor que el mismo infierno.

—Todo esto es muy turbio. Cuando llegué al subterráneo, estaba flotando en el aire, después todo se iluminó de un blanco cegador y cayó. Las palabras que usó para referirse a Kakuzu era realmente aterradoras…

—Sasori —lo miró —, cuando este chico despierte ¿Qué harás? ¿Se lo devolverlas a Kakuzu?

—Primero debe despertar, ¿no? —no había pensado en un «después» porque a penas se concentraba en lo que debía hacer.

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora