Enya Everdeen trabaja como enfermera en el Raigmore Hospital en Inverness (Escocia) cuando una noche llega a urgencias un hombre inconsciente y malherido, con ropas del siglo XVIII y, según los técnicos de ambulancia, hablando en un lenguaje extraño...
Despertando de las capas de la inconsciencia somnolienta, me encuentro a Jamie mirándome con ternura mientras aparta un rizo de mi cara. Está arrodillado, con la quijada apoyada sobre sus brazos, apoyados a su vez sobre el colchón. Bostezo y me estiro tras mover la lengua en mi boca pastosa.
- Madainn mhath- Me da los buenos días antes de que pueda preguntarle por qué me mira mientras duermo. Rezo internamente por no haberme babado o algo peor.- He preparado el desayuno, espero que te guste el porridge.- Sonrío, porque no creo que el porridge sea algo que necesite mucha preparación.
-Sí, cariño, gracias.- Acaricio su barbilla recién afeitada.- ¿Me pasas la bata?
-Me gustaría decir que no, pero se enfría la comida.- Bromea. Cuando me dirijo a la cocina, me corta el paso.
-¿Qué...?- Pero las palabras se quedan atascadas en mis labios cuando ancla una rodilla al suelo y lleva la mano a su morral.
-Enya Everdeen Fraser, lamento no haber tenido un anillo para nuestra boda, pero espero poder remediarlo con este, que simboliza nuestra unión. ¿Me concedes tu mano?- Todavía sin poder articular ni una palabra, tiendo mi mano hacia Jamie, y un anillo de hierro forjado se desliza sobre mi anular. Sonriente, besa mis nudillos antes de levantarme y besarme.
-Dia, Jamie... Es demasiado, no tenías por qué...- Comienzo pero rápidamente me silencia con sus labios. Aún conmocionada, deslizo el anillo de nuevo para poder verlo con detalle.
De hierro forjado, plateado y sorprendentemente ligero, se anuda en la cumbre. Sencillo pero distinto, una metáfora de nuestro amor. Me fijo entonces que tiene un grabado en su interior.
- Luaidh mo chèile.- Leo en voz baja.
-Amor de mi vida.- Traduce Jamie. Lo miro emocionada, con los labios temblorosos.- Da igual lo que ocurra, Enya. Tú siempre serás el amor de mi vida. Para siempre.
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Por necesidades del servicio, me ha tocado doblar turno. Nunca hasta ahora me había importado porque me mantenía ocupada, pero esta vez no ha sido así, porque deseaba llegar a casa, al hogar donde alguien al fin me esperaba.
Poco más he podido hacer que atravesar el umbral cuando Jamie me alza en su brazos abrazándome y besándome con ansia.
-Dios santo... No sabes cuánto te he extrañado.- Se lamenta entre besos.- El día se me ha hecho interminable sin verte. -Asiento conforme mientras le devuelvo los besos.
-No puedo evitarlo... pero siento que las horas juntos se me escurren entre los dedos, y nunca tengo suficientes.- Me quejo con un mohín. Él me abraza más fuerte, compartiendo el sentimiento.
-Vamos a la cama... necesito cuidarte como es debido.- Me susurra sugerente con una mirada de párpados caídos que envía una corriente por toda mi espina dorsal.
