LXXI - Donde todo empezó.

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Con cada hora que marcaba el reloj del salpicadero, luz aranjada que iluminaba mi cara entre tinieblas, mi desasosiego y desesperación aumentaba.
Era medianoche cuando salí a buscar a Jamie, recorriendo en coche cada calle de Inverness, intentando encontrarlo adivinando el rumbo. Siendo ya las tres de la madrugada, los temores de mi mente eran más difíciles de aplacar. La lluvia torrencial que empapaba la ciudad dormida, me impedía aún más la búsqueda y animaba a los malos presagios.

La culpabilidad se sentía como dientes afilados mordisqueando mi conciencia. Después de tantas horas de infructuosa búsqueda estaba claro que Jamie no se había echado a caminar sin rumbo, solo para dejarme tiempo para calmarme (que sería lo que yo habría hecho).
O tal vez sí, pero... Pero mis temores se confirmarían: los soldados lo habían encontrado y se lo habían llevado de vuelta al siglo XVIII o directamente habían terminado con él. Un escalofrío de terror me recorre la columna e intento apartar las imágenes de mi mente.

La otra opción que había era que todo lo que le había dicho había servido para confirmar lo que su parte negativa le decía, que la culpa era suya. Curiosa la mente humana, pues habría dado igual todas las veces que intenté quitarle la idea de la cabeza, y una sola vez que le había dicho lo contrario (y fuera de mí) había calado hasta el fondo.
Entonces la bombilla se encendió y algo me dijo que había dado con la respuesta: ¿qué habría hecho una persona ahogada en el convencimiento de la culpabilidad propia? Ir ella misma a terminar con esto.
Con un volantazo y el chillido de los neumáticos contra el asfalto mojado, me encaminé hacia donde había empezado todo: Craigh Na Dun.

Con un volantazo y el chillido de los neumáticos contra el asfalto mojado, me encaminé hacia donde había empezado todo: Craigh Na Dun

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Me costaba respirar cuando vislumbré la silueta del círculo de piedras entre la cortina de lluvia gracias a un rayo. Luchaba contra las lágrimas quemando mis ojos, temerosa de tampoco encontrarlo aquí, por tantas razones: porque lo habría perdido, porque nuestras últimas palabras habrían sido puras mentiras y ataques rabiosos, porque no sabría si sería capaz de saber qué habría pasado con él, como habría cruzado las piedras, si vivo o muerto, si obligado o por voluntad propia.

Cierro el coche con el sonido metálico tronando en la noche, quedo empapada en pocos segundos por la lluvia que precipita sobre mí sin tregua. Comienzo a temblar, en parte por el frío que me cala los huesos, en mayor parte por miedo y ansiedad.
Las luces largas son mi faro y me permiten ver, aunque con dificultad, a mi highlander parado frente a la roca central.

Mi corazón se para, siento los latidos en mis sienes, el alivio de encontrarlo no dura mucho cuando empiezo a pensar en las posibilidades reales que tiene de cruzar, preguntándome si el portal seguirá abierto. Aún así, no tengo tiempo que perder.


-¡Jamie! - Me desgañito por encima del sonido de la tormenta, con lágrimas saltándome de los ojos fruto del alivio, de la culpa, del agradecimiento. Y comienzo a correr hacia él el resto de colina que nos separa.


Con cada paso recorrido, mis ojos se acostumbran más a la oscuridad y cuando llego a la altura de su espalda, puedo distinguir aceptablemente sus facciones con la luz de los faros y los relámpagos en la lejanía.

Me lanzo hacia él con ímpetu y lo abrazo sollozando, agradecida por tener la oportunidad de pedirle perdón y tenerlo conmigo un poco más. Está empapado y helado, pero no se mueve un ápice a pesar de mi repentino ataque. Tampoco me responde al abrazo, quedándose estático. Su rechazo, aunque doloroso, es perfectamente entendible.
Doy un paso hacia atrás dejándole espacio, mis manos congeladas picando por tocar las suyas.

FOREIGNER. // COMPLETA  (OUTLANDER)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora